
Su matrimonio con una nieta del emperador Federico II Hohenstaufen, le sirve de excusa para enfrentarse al por entonces rey de Sicilia, Carlos de Anjou, quien a su vez había tomado el poder en la isla por las armas, dando muerte al suegro de Pedro III y anterior rey de la isla, Manfredo I. Carlos fue todo un personaje, hermano del piadoso rey francés Luis IX, que dedicó su vida a actuaciones más terrenales que las de su hermano. Mientras San Luis se dedicó a organizar las últimas cruzadas, su hermano pactó una alianza con el Papado y, además de someter Sicilia, se hizo con el control de Nápoles.
En 1282, mientras Carlos de Anjou se pasea por Italia, Pedro intenta reforzar la presencia aragonesa en Túnez, territorio vasallo suyo, mediante una invasión. Cuando la flota se dispone a zarpar, estalla en Sicilia la revuelta popular conocida como las Vísperas Sicilianas, un alzamiento popular en toda la isla contra la casa de Anjou, que se caracterizó por la masacre de la mayoría de los franceses que habitaban en la isla.

La situación de Pedro III se vuelva bastante precaria. Aunque su flota consigue derrotar a la francesa y controla las rutas marítimas, el ejército francés es un verdadero problema al que se suma su excomunión por parte del papa gabacho Martín IV, quien además proclamó una cruzada contra Aragón. Para colmo de males, la contienda arruina las arcas reales y envalentona a la potente nobleza aragonesa y catalana, quienes presionan al monarca para que acepte la firma de los privilegios de la Unión de Aragón, los cuales recortaban drásticamente el poder del rey, pero a costa de los cuales consiguió el apoyo interno necesario para continuar con la guerra.

Expulsados los franceses más allá de los Pirineos, Pedro III se prepara para ajustar cuentas con sus queridísimos hermanos Jaime II de Mallorca y Sancho IV de Castilla, quienes habían apoyado alegremente la invasión gabacha. La prematura muerte de Pedro III el Grande a finales de 1285 dejó la resolución de estos conflictos en manos a su sucesor, Alfonso III el Franco, cuyo reinado siguió estando caracterizado por el intervencionismo aragonés en el Mediterráneo.
Para terminar, no me resisto a copiaros la interesante descripción que el cronista coetáneo a estos acontecimientos, Bernat Desclot, hizo de los almogávares en su obra “Libro del Rey Pedro de Aragón y de sus antecesores pasados”:
“Estas gentes que se llaman Almogávares no viven más que para el oficio de las armas. No viven ni las ciudades ni las villas, sino en las montañas y los bosques, y guerrean todos los días contra los Sarracenos: y penetran en tierra de Sarracenos una jornada o dos, saqueando y tomando Sarracenos cautivos; y de eso viven. Y soportan condiciones de existencia muy duras, que otros no podrían soportar. Que bien pasarán dos días sin comer si es necesario, comerán hierbas de los campos sin problema. Y los adalides que los guían conocen el país y los caminos. Y no llevan más que una gonela o una camisa, sea verano o invierno, y en las piernas llevan unas calzas de cuero y en los pies unas abarcas de cuero. Y traen buen cuchillo y buen correa y un eslabón en el cinto. Y trae cada uno una buena lanza y dos dardos, así como una panetera de cuero a la espalda, donde portan sus viandas. Y son muy fuertes y muy rápidos, para huir y para perseguir; y son catalanes y aragoneses y sarracenos."
