Existen multitud de arcos según el
tamaño de las palas, la silueta y sección de estas y la composición o
materiales para su construcción, así como si están reforzados o
no.
Así encontramos diferentes
clasificaciones algunas de las cuales se superponen. La más
elemental sería por el tamaño, que puede reducirse a arcos cortos o
largos, si bien es muy relativa pues dependiendo del lugar y época
donde se utilice el arco se considera largo a partir de un tamaño u
otro siendo esta clasificación muy variable. Durante el medievo en
la Europa continental se considera arco largo cualquiera de más de
1'2 metros y alcanzando hasta 2'1 metros, si bien para la Real
Sociedad de Anticuarios de Gran Bretaña lo limitaría a aquellos
entre 1'5 y 1'83 metros. Arcos largos se vienen elaborando desde el
Mesolítico, existiendo ejemplares arqueológicos en lugares tan
dispares como la tumba de Tutankamón o junto al cadáver del hombre
de Ötzi en los alpes italianos teniendo ambos 1'8 m de longitud.
El modelo más sencillo de arco sería
aquel cuyas palas están fabricadas de una sola pieza de madera.
Estos arcos son llamados simples o monobloques. En principio,
aumentando la longitud de las palas se consigue aumentar la fuerza de
tensión, lo que produce un arma más potente. Esto aumenta el daño
que causa y su alcance (sobre esto entraremos en detalle más
adelante) aunque a partir de cierta longitud se corre el riesgo de
que el arco se vuelva quebradizo. Para evitar esto se han de recurrir
a determinadas técnicas que el artesano utilizará en función de
las necesidades. Para optimizar las fuerzas de tensión y compresión
de una misma pieza de madera el artesano la coloca con sus diferentes
capas de duramen y albura dispuestas de manera que el duramen soporte
la compresión por su mayor resistencia a esta y la albura la
distensión por su mayor elasticidad. Además deberá evitar los
nudos y conforme se perfeccionó la metalurgia se dispusieron de
mejores herramientas metálicas, lo que permitió tallar la madera
para dar mejores formas. Así el arco largo podía ser plano, con
simples lamas conformando las palas o engrosado con sección en D,
siendo esta última más potente. Sin embargo esa potencia se
consigue haciendo el arco menos duradero, pues sufre más y además
añade peso para su manejo. Otra ventaja es que de un buen tronco se
pueden tallar una buena cantidad de unidades de arco. Si se aumenta la anchura de las
palas también se consigue aumentar la potencia, aunque algo menos, pero al
estar más distribuida la fuerza aumenta la durabilidad y reduce el
peso. A cambio requiere un uso de la madera del tronco menos
eficiente: de un tronco de calidad se pueden sacar menos arcos planos
que gruesos.
Hablando de la madera, otro factor de
vital importancia es la calidad de esta, tanto para su potencia como
para su durabilidad aunque no siempre estas características puedan
ir de la mano. De ahí la importancia de su eficiencia al emplear la
materia prima. Los arcos simples cuanto más potentes, más sufren.
La calidad y características de la madera empleada se fue haciendo
patente conforme se alargaban las palas, pues con algunas se hacía
excesivamente quebradizo. Determinadas maderas, en crudo, resultan
poco recomendables para la construcción de arcos. Así, el refranero
español aporta dos píldoras de conocimiento:
- Arco de tejo, recio de armar y flojo de dejo.
- Arco de tejo y cureña de serbal, cuando disparan, hecho han el mal.
Parece contradictorio cuando los
reputados arcos largos ingleses son famosos por estar construidos en
madera de tejo. Pues bien, esto es así porque no servía cualquier
madera de tejo. La fabricación de un buen arco largo de tejo
requería de maderas previamente curadas, con procesos de hasta dos
años para el citado curado de la madera. La construcción en sí de
un arco largo es bastante sencilla en comparación con los otros que
veremos más adelante, pudiendo manufacturarse con herramientas
sencillas un arco largo en un día completo con calidad aceptable.
Este factor, junto con el mejor aprovechamiento de la materia prima
en un mismo tronco, permitió armar con relativa economía a un
ejercito de arqueros ingleses, frente a las costosas ballestas, que
eran mucho más caras.
La madera más conocida sería el tejo
por ser conocido que muchos arcos largos ingleses se construían en
esa madera en la Baja Edad Media y principio del Renacimiento, aunque
también hay constancia de que se fabricaban arcos largos engrosados en madera de boj. Otras maderas duras eran el nogal y en zonas más
cálidas se fabricaban en madera de algarrobo o acacia. Es decir, en
cada lugar se empleaba la madera disponible más óptima. En la
Europa Septentrional que inspira la mayoría de la literatura épica
en la que se fundamenta la ambientación de fantasía medieval esa
madera fue principalmente la de tejo desde el Neolítico, como
decimos. Esto lo sabemos gracias a que el hombre de Ötzi portaba
también un arco largo de esta madera que estaba en proceso de
fabricación. Previamente hay hallazgos arqueológicos de arcos
largos escandinavos fabricados en madera de olmo. El tejo, por tanto
es el material premium en ese entorno.
Otras maderas también empleadas han
sido el pino y el arce, y en otros territorios la palma y el
eucalipto. El fresno y el olmo se señalan como maderas de arcos baratos, por ejemplo.
Aunque el aumento de la longitud de las
palas aporta ventajas en la potencia, lo que se traduce en más daño
y mayor alcance, existen contrapartidas que ya hemos visto y algunas
más. La longitud del arco determina la lentitud en la maniobra de
tensado. A mayor distancia de palas, (o si estas se acortan mediante
el recurvado como veremos más adelante), más lentitud en la
recarga. Pero además a mayor longitud se dificulta su manejo según
el entorno y las circunstancias de uso de cada pueblo le obligó a
desarrollar alternativas más versatiles, que a priori determina
arcos más cortos.
El ejemplo más sencillo es el de los
pueblos que combatían o cazaban montados. El arco largo no se puede
utilizar, en principio, a lomos de una montura. Esto obligó a
multitud de pueblos en distintas localizaciones a acortar sus arcos
para el tiro cabalgado. Los más famosos serían los jinetes de las
estepas euroasiáticas: desde los escitas a los hunos, mongoles,
etcétera. Todos ellos herederos de la tradición guerrera escita del
jinete arquero. Para ello los escitas comenzaron a recurvar sus
arcos, dotándoles de diferentes propiedades que veremos en otras
entregas. Pero no se limitó a ese ámbito. En lugares completamente
desconectados como las llanuras norteamericanas, los pueblos Lakota
(Sioux) y los Comanche, optaron por recortar sus arcos cuando
pudieron combatir a caballo.
Durante el periodo medieval los
escandinavos en sus incursiones navales rápidas se caracterizaron
por el uso eficaz del arco corto, si bien venían usando arcos largos
en la zona desde el Mesolítico. Es decir, a lomos de un caballo o un
camello, embarcado en un drakar o una trirreme, parapetado tras las
angostas almenas de un castillo y en mil y una otras situaciones, el
arco largo, excepcional en campo abierto o en un bosque no muy
cerrado para cazar, se volvía torpe o incluso completamente inútil
por lo que los guerreros recurrían a otras opciones más manejables.
Una característica de los arcos simples es la necesidad de descordarlos cuando no se usan, puesto que en caso contrario se deforman y pierden potencia. Antes de usar requieren el tensado y encordado, lo que supone una anticipación al mismo y puede suponer una ventaja. Si bien, en ocasiones, puede suponer una ventaja como fue en la batalla de Crécy, pues al poder descordar los arcos largos los ingleses pudieron preservarlos sus cuerdas de la fina lluvia previa al combate, lo cual les permitió conservar su capacidad intacta en el combate. No así las ballestas de los mercenarios genoveses las cuales, al estar mojadas por no ser fácilmente desmontables, perdieron alcance y esa desventaja junto a otros errores tácticos de los líderes franceses, acarrearon el desastre. La simplicidad predominó en el campo de batalla en aquella ocasión.
Para acabar con los arcos simples
destacaremos algunas otras ventajas. A diferencia de los otros que se verán a
continuación, el arco simple o monobloque es el más silencioso de
todos. Los arcos recurvados, los reforzados y los compuestos, tienden
a generar un chasquido más sonoro al liberar la saeta. Además los arcos simples o monobloque resisten bastante bien a los climas húmedos, al no tener múltiples capas de material orgánico en las que se pueda colar la humedad ambiental para pudrir los mismos.
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