Como vimos en el artículo anteriorsobre los arcos simples, para aumentar la potencia de un arco no siempre era posible alargar
las palas, bien por sus inconvenientes inherentes (peso, durabilidad,
material, etc) o bien por las circunstancias exigidas para su uso
(jinetes, por ejemplo). Adicionalmente, hoy en día se ha comprobado
mediante estudios en laboratorios de ingeniería que los arcos
simples no consiguen ninguna mejora en el desempeño a partir de las
120 libras de tensado. Es decir, hay un punto que ya no permite
obtener mejor resultado por muy tocho que hagamos el arco si este es
simple. Los arcos largos simples medievales más bestias, por otra
parte, estaban entre las 80 y 120 libras de tensado máximo, lo cual
coincide con la conclusión de esas pruebas. (Hoy en día se usan
arcos largos de entre 30 y 55 o 60 libras como máximo, no existiendo
en nuestros días tiradores de precisión capaces de superar esas
fuerzas).
Dado que no se podía proseguir por ese
camino para mejorar el desempeño, desde muy pronto los artesanos
fabricantes de arcos comenzaron a experimentar modificaciones en sus
arcos. La primera fue introducir curvas forzadas en la silueta de las
palas. Algunos listones de madera, por sus características
naturales, tienen cierta tendencia a producir una curvatura natural
per sé en los arcos recién hechos. Esto es conocido por todos los
arqueros que usan arcos monobloque. Con el tiempo, incluso, algunos
arcos se dejan vencer en sentido contrario por la cuerda y adoptan la
forma obligada por esta. Sin embargo, no son estos procesos a los que
hacemos referencia, sino a procedimientos artificiales en la
construcción que buscan optimizar las fuerzas de tensado. El
mecanismo más sencillo era mediente el calentamiento de la madera,
no obstante técnica harto delicada de por sí pues requiere cierta
pericia para no desgraciar el arco. Calentando un segmento se podía
curvar este alterando el grado de humedad de la misma y consiguiendo cierto grado
de polimerización lo cual, tras crear el ángulo deseado, se
mantenía al enfriarse. Con ello se conseguía una mayor fuerza de
tensado sin necesidad de aumentar tanto la longitud. Esto abría el
abanico a una mayor variedad de distintos tipos de arcos: angular,
recurvo, reflejo (o de curva invertida), etcétera. Los arcos
monobloque fueron tratados con estos procesos ya desde el Antiguo
Egipto, también son los arcos clásicos mediterráneos y el ya
citado arco escita con doble recurvado y se difundieron por Europa
Central y del Norte durante toda la Edad Media, en especial tras el
contacto de los guerreros europeos con los orientales en las
Cruzadas. En Oriente Medio mantenían el uso de estas técnicas y
fueron introducidas también en los arcos largos simples , aplicados a
sus puntas. La producción de arcos recurvados, no obstante,
requiere mayor grado de maestría y por tanto los encarece respecto a
los arcos simples sin curvar. La variedad es tan extensa que no es
objeto de este artículo detallarlos todos. Además, el arco
recurvado suele desarrollarse más y mejor con los arcos compuestos
que veremos más adelante.
Al final de nuestro artículo de los
arcos simples incluíamos también una reseña sobre su mayor
durabilidad a la humedad. Además esta propiedad se puede mejorar
tratando la madera con ceras o incluso pintando los arcos con
pigmentos que los hicieran resistentes. Los reputados arcos largos
ingleses se pintaban de blanco de forma distintiva, por ejemplo.
Supongo, y esto es una apreciación puramente personal, que el tipo
de pigmento tendría además algún tipo de característica añadida
contra plagas (insectos, moho, putrefacción, etc), puesto que muchos pigmentos de la época eran tóxicos
y por tanto, plaguicidas. Otra opción era el uso de cera:
inicialmente se comenzó a usar en la zona de la empuñadura, para
evitar que el sudor de la palma entrase en los poros de la madera y
la debilitase. Es decir, vemos como los tratamientos con otros materiales añadidos de forma superficial y elemental, existían en los arcos simples. También mencionamos en ese artículo como se aprovechaban las características diferenciales a la tensión
y compresión de las distintas partes de un mismo listón de madera
cortado adecuadamente. El siguiente paso lógico debió ser pensar ¿y
si añadimos un material con propiedades aún más optimizadas? Ahí
los artesanos comenzaron a experimentar con capas del material más
elástico que conocían: el tendón animal. Y digo que el paso debió
ser lógico porque se produjo de forma repetida en lugares totalmente
aislados entre sí. Lo mismo en las estepas euroasiáticas que mucho más tarde en las praderas de norteamérica, los artesanos comenzaron a añadir una
capa de fibras de tendón de animal a sus arcos en la zona que los
entendidos denominan la "espalda", es decir, aquella que
más se distiende. Esto otorgaba al arco unas propiedades de
recuperación mucho mejores que en el arco simple y un mejor
aprovechamiento de la fuerza, lo que los hacía más eficientes sin
necesidad de alargar tanto las palas con todos sus inconvenientes.
Por otra parte, ya en algunos arcos
simples se incorporaban otros elementos que reforzasen su dureza, en
particular refuerzos de hueso en las puntas allí donde se anclaba la
cuerda. Estos pequeños refuerzos llamados "orejas"
permitían que la madera no se agrietase por una veta débil en el punto de
contacto y además se podía pulir mejor para que la cuerda tampoco
sufriera. En algún momento algún otro maestro artesano de las
estepas se debió percatar de que esa dureza a la compresión sería
ideal poder extenderla al resto del "vientre" de su arco,
ya fuera el mismo hueso o, mejor aún, un buen cuerno. Nacía así el
concepto de arco compuesto clásico, generalmente con vientre de
cuerno y espalda de madera, siendo ésta además reforzada con
tendón de animal. En otras zonas se utilizaron unidas lamas de
diferentes maderas con diferentes propiedades para alcanzar un
resultado similar (véanse más adelante los arcos de bambú). La idea clave es el uso de materiales
diferenciales para así aprovechar las ventajas mecánicas de ambos
combinadas. Pero para ello era necesario el uso de resinas o
pegamentos orgánicos que permitiesen unir de forma persistente y
resistente ambos materiales diferenciales a la par que soportar la
fuerte distensión entre ellos. Esta unión, no obstante, constituía
la mayor de sus debilidades, puesto que es susceptible a la humedad.
Así, en climas húmedos los arcos compuestos ven comprometida su
durabilidad.
En los materiales, como siempre,
existían calidades. El cuerno básico era de buey doméstico en
oriente, y cornamenta de alce o carnero de las montañas en
norteamérica. Los mejores arcos persas,sin embargo se hacían con cuerno de íbice (más estilizado y naturalmente conformado). En los tendones sucedía
lo mismo, siendo el básico de buey y el premium de gamo, nuevamente en el arco persa del siglo XVII.
Estos arcos compuestos requieren para
su fabricación semanas de trabajo. Durante la misma se pueden
adoptar curvas imposibles de alcanzar por mero recalentamiento,
gracias a la aplicación de fuerzas mantenidas con poleas y pesos
durante el secado natural de los materiales. Esto puede prolongar aún
más su elaboración.
Véase este vídeo como muestra de la exquisita y complejísima elaboración artesanal:
Pertrechados con estos avances técnicos
y tecnológicos, los artesanos desarrollaron todo tipo de variantes a
lo largo de los tiempos. Arcos angulares, curvos, recurvos, reflejos,
asimétricos, reforzados o a veces todo ello combinado. Así se conseguían armas
que se adaptasen a necesidades específicas, principalmente que se
pudiese utilizar a lomos de una montura pero conservando o incluso
mejorando la potencia. La mayoría se relacionan al uso de carros de
guerra o jinetes montados como sistemas de armas de la Antigüedad.
Llegados a este punto sería excesivo detallar todos los arcos por lo
habrá que hacer otro artículo la semana próxima.
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