domingo, 24 de febrero de 2019

Arcos II: Tipos. Arco simple.


Existen multitud de arcos según el tamaño de las palas, la silueta y sección de estas y la composición o materiales para su construcción, así como si están reforzados o no.

Así encontramos diferentes clasificaciones algunas de las cuales se superponen. La más elemental sería por el tamaño, que puede reducirse a arcos cortos o largos, si bien es muy relativa pues dependiendo del lugar y época donde se utilice el arco se considera largo a partir de un tamaño u otro siendo esta clasificación muy variable. Durante el medievo en la Europa continental se considera arco largo cualquiera de más de 1'2 metros y alcanzando hasta 2'1 metros, si bien para la Real Sociedad de Anticuarios de Gran Bretaña lo limitaría a aquellos entre 1'5 y 1'83 metros. Arcos largos se vienen elaborando desde el Mesolítico, existiendo ejemplares arqueológicos en lugares tan dispares como la tumba de Tutankamón o junto al cadáver del hombre de Ötzi en los alpes italianos teniendo ambos 1'8 m de longitud.


El modelo más sencillo de arco sería aquel cuyas palas están fabricadas de una sola pieza de madera. Estos arcos son llamados simples o monobloques. En principio, aumentando la longitud de las palas se consigue aumentar la fuerza de tensión, lo que produce un arma más potente. Esto aumenta el daño que causa y su alcance (sobre esto entraremos en detalle más adelante) aunque a partir de cierta longitud se corre el riesgo de que el arco se vuelva quebradizo. Para evitar esto se han de recurrir a determinadas técnicas que el artesano utilizará en función de las necesidades. Para optimizar las fuerzas de tensión y compresión de una misma pieza de madera el artesano la coloca con sus diferentes capas de duramen y albura dispuestas de manera que el duramen soporte la compresión por su mayor resistencia a esta y la albura la distensión por su mayor elasticidad. Además deberá evitar los nudos y conforme se perfeccionó la metalurgia se dispusieron de mejores herramientas metálicas, lo que permitió tallar la madera para dar mejores formas. Así el arco largo podía ser plano, con simples lamas conformando las palas o engrosado con sección en D, siendo esta última más potente. Sin embargo esa potencia se consigue haciendo el arco menos duradero, pues sufre más y además añade peso para su manejo. Otra ventaja es que de un buen tronco se pueden tallar una buena cantidad de unidades de arco. Si se aumenta la anchura de las palas también se consigue aumentar la potencia, aunque algo menos, pero al estar más distribuida la fuerza aumenta la durabilidad y reduce el peso. A cambio requiere un uso de la madera del tronco menos eficiente: de un tronco de calidad se pueden sacar menos arcos planos que gruesos.

Hablando de la madera, otro factor de vital importancia es la calidad de esta, tanto para su potencia como para su durabilidad aunque no siempre estas características puedan ir de la mano. De ahí la importancia de su eficiencia al emplear la materia prima. Los arcos simples cuanto más potentes, más sufren. La calidad y características de la madera empleada se fue haciendo patente conforme se alargaban las palas, pues con algunas se hacía excesivamente quebradizo. Determinadas maderas, en crudo, resultan poco recomendables para la construcción de arcos. Así, el refranero español aporta dos píldoras de conocimiento:
  • Arco de tejo, recio de armar y flojo de dejo.
  • Arco de tejo y cureña de serbal, cuando disparan, hecho han el mal.
Parece contradictorio cuando los reputados arcos largos ingleses son famosos por estar construidos en madera de tejo. Pues bien, esto es así porque no servía cualquier madera de tejo. La fabricación de un buen arco largo de tejo requería de maderas previamente curadas, con procesos de hasta dos años para el citado curado de la madera. La construcción en sí de un arco largo es bastante sencilla en comparación con los otros que veremos más adelante, pudiendo manufacturarse con herramientas sencillas un arco largo en un día completo con calidad aceptable. Este factor, junto con el mejor aprovechamiento de la materia prima en un mismo tronco, permitió armar con relativa economía a un ejercito de arqueros ingleses, frente a las costosas ballestas, que eran mucho más caras.


La madera más conocida sería el tejo por ser conocido que muchos arcos largos ingleses se construían en esa madera en la Baja Edad Media y principio del Renacimiento, aunque también hay constancia de que se fabricaban arcos largos engrosados en madera de boj. Otras maderas duras eran el nogal y en zonas más cálidas se fabricaban en madera de algarrobo o acacia. Es decir, en cada lugar se empleaba la madera disponible más óptima. En la Europa Septentrional que inspira la mayoría de la literatura épica en la que se fundamenta la ambientación de fantasía medieval esa madera fue principalmente la de tejo desde el Neolítico, como decimos. Esto lo sabemos gracias a que el hombre de Ötzi portaba también un arco largo de esta madera que estaba en proceso de fabricación. Previamente hay hallazgos arqueológicos de arcos largos escandinavos fabricados en madera de olmo. El tejo, por tanto es el material premium en ese entorno.

Otras maderas también empleadas han sido el pino y el arce, y en otros territorios la palma y el eucalipto. El fresno y el olmo se señalan como maderas de arcos baratos, por ejemplo.

Aunque el aumento de la longitud de las palas aporta ventajas en la potencia, lo que se traduce en más daño y mayor alcance, existen contrapartidas que ya hemos visto y algunas más. La longitud del arco determina la lentitud en la maniobra de tensado. A mayor distancia de palas, (o si estas se acortan mediante el recurvado como veremos más adelante), más lentitud en la recarga. Pero además a mayor longitud se dificulta su manejo según el entorno y las circunstancias de uso de cada pueblo le obligó a desarrollar alternativas más versatiles, que a priori determina arcos más cortos.

El ejemplo más sencillo es el de los pueblos que combatían o cazaban montados. El arco largo no se puede utilizar, en principio, a lomos de una montura. Esto obligó a multitud de pueblos en distintas localizaciones a acortar sus arcos para el tiro cabalgado. Los más famosos serían los jinetes de las estepas euroasiáticas: desde los escitas a los hunos, mongoles, etcétera. Todos ellos herederos de la tradición guerrera escita del jinete arquero. Para ello los escitas comenzaron a recurvar sus arcos, dotándoles de diferentes propiedades que veremos en otras entregas. Pero no se limitó a ese ámbito. En lugares completamente desconectados como las llanuras norteamericanas, los pueblos Lakota (Sioux) y los Comanche, optaron por recortar sus arcos cuando pudieron combatir a caballo.
Durante el periodo medieval los escandinavos en sus incursiones navales rápidas se caracterizaron por el uso eficaz del arco corto, si bien venían usando arcos largos en la zona desde el Mesolítico. Es decir, a lomos de un caballo o un camello, embarcado en un drakar o una trirreme, parapetado tras las angostas almenas de un castillo y en mil y una otras situaciones, el arco largo, excepcional en campo abierto o en un bosque no muy cerrado para cazar, se volvía torpe o incluso completamente inútil por lo que los guerreros recurrían a otras opciones más manejables.

Una característica de los arcos simples es la necesidad de descordarlos cuando no se usan, puesto que en caso contrario se deforman y pierden potencia. Antes de usar requieren el tensado y encordado, lo que supone una anticipación al mismo y puede suponer una ventaja. Si bien, en ocasiones, puede suponer una ventaja como fue en la batalla de Crécy, pues al poder descordar los arcos largos los ingleses pudieron preservarlos sus cuerdas de la fina lluvia previa al combate, lo cual les permitió conservar su capacidad intacta en el combate. No así las ballestas de los mercenarios genoveses las cuales, al estar mojadas por no ser fácilmente desmontables, perdieron alcance y esa desventaja junto a otros errores tácticos de los líderes franceses, acarrearon el desastre. La simplicidad predominó en el campo de batalla en aquella ocasión.

Para acabar con los arcos simples destacaremos algunas otras ventajas. A diferencia de los otros que se verán a continuación, el arco simple o monobloque es el más silencioso de todos. Los arcos recurvados, los reforzados y los compuestos, tienden a generar un chasquido más sonoro al liberar la saeta. Además los arcos simples o monobloque resisten bastante bien a los climas húmedos, al no tener múltiples capas de material orgánico en las que se pueda colar la humedad ambiental para pudrir los mismos. 

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