sábado, 31 de julio de 2010

Bastión (y 5)

Confundida, aterrorizada y sin saber qué hacer. Si se aleja del tocón tal vez la descubran mientras huye al bosque. Si se queda allí tarde o temprano la encontrarán. Son demasiados y no sabe de dónde han salido. Ha estado oyendo horrorizada los sonidos de la desesperanza. Compungidos quejidos de mujer. Asustados lloros de niños silenciados por madres aún más atemorizadas. También palabras bruscas por voces broncas. No sabe realmente cuanto tiempo lleva allí, pero le ha resultado una eternidad insufrible escuchar a sus convecinos sometidos.

Para ella todo había comenzado aquella noche unas horas antes. Su amado estaba fuera, de patrulla para el Señor, como de costumbre. Casi siempre estaba sola, aunque no le molestaba. Se sentía querida y él hacía todo eso por ella. Él había renunciado a su gente en las llanuras solo por estar con ella. Eso es lo que él siempre le decía. Aunque ella sabía que era una verdad a medias. También le contaba que era descendiente de un linaje de príncipes de las estepas, un jinete bravo. Eso también era solo parcialmente cierto. Entonces le enseñaba su arco compuesto, joya de la artesanía, artilugio bélico sin parangón a este lado de las cumbres de la cadena del Ku’e que el reclamaba como legítima prueba de sus derechos de heredad. Eso era otra de sus entrañables bravatas –que en el fondo era lo que a ella tanto seducía del carácter de él.

Porque ella ya sabía que su principesco y embaucador amor era uno de los múltiples hijos de los múltiples hijos bastardos con los que el famoso conquistador estepario había diseminado la mitad de las tierras fronterizas. También sabía –tácitamente lo sabían ambos- que el dominio de los jinetes esteparios murió con su gran líder, el abuelo de su amado.

Sabía parte de todo eso –la caída del imperio de los salvajes era algo difundido por entre los habitantes de las montañas- porque se lo había revelado la anciana. La misma a quien fue a ver aquella noche. Antaño ella se refería a la anciana como el resto de aldeanos. De hecho, seguía haciéndolo así entre sus vecinos para no llamar la atención: la vieja del barranco, la bruja loca o la bruja come-niños.

Sin embargo todo cambió un día que recogía bayas cerca de la embocadura del citado barranco. Es un lugar donde la chiquillería no suele recolectar, por las obvias consideraciones que conlleva la fama de la mujer que habita cerca. Esto hace que no estén esquilmadas las zarzamoras ni los escaramujos. Tan solo compite con la población local de pitos reales y algún arrendajo goloso. El lugar, además, es de difícil acceso incluso para los estándares de la zona, lo que configura el paraje como notable entre los escaladores más temerarios. Esos mismos obstáculos de la orografía agreste del lugar fueron los que le jugaron una mala pasada a ella, el día en que se torció un tobillo tratando de salir con su cargamento de frutos. Para su ventura, la anciana deambulaba no lejos de allí. La socorrió, ayudándola a salir del aprieto. Después atendió la lesión con un emplasto de hierbas y musgo que alivió la hinchazón. Ella, sorprendida de la amabilidad de la anciana mujer, descubrió que las habladurías que se contaban en la aldea eran infundadas. Le agradeció los cuidados con su cargamento de bayas y a partir de ahí se acercaba furtivamente a visitarla de vez en cuando. Poco a poco fue conociéndola y descubrió que, si bien la anciana era harto peculiar en su modo de vida y de extravagantes costumbres, era de corazón afable. Ella, una campesina de las tierras bajas casada con un bárbaro extranjero, llegados como parte del contingente de colonos inmigrados a las montañas cuando el nuevo Señor retomó la explotación de la mina, no tenía muchas amistades entre las demás mujeres. La mayoría de sus maridos eran labriegos o jornaleros en la mina. La amistad con la anciana le brindó un asidero emocional en esta nueva tierra.

Así fue que intimó tanto con la anciana que después descubrió que esta poseía el don de adivinar los designios del destino en los posos del té, ese de hierbas amargas que preparaba. O mediante las estrellas, a las que canturreaba medio desnudas sus flácidas carnes en las noches de luna nueva.

Así fue que descubrió todas las medias verdades sobre su amado y así fue que aquella precisa noche había acudido a la anciana una vez más, para averiguar a qué se debía su indisposición de los últimos días. Sus sospechas se confirmaron. Estaba encinta del linaje del conquistador. Tenía una gran noticia que dar a su amado.

Todo su gozo se truncó al acercarse al poblado y solo el capricho de la fortuna quiso que no hubiese llegado ya al poblado cuando aquellos despiadados saqueadores empezaron a corretear por entre las chozas. Ya habían saciado su sed de sangre con los soldados de la fortaleza y ahora querían saciar otras pulsiones. Presenció como los aldeanos varones eran sacados de sus hogares, amenazados, aporreados con las astas de las lanzas y pateados. Si alguno no se hubiese humillado habría sufrido la misma suerte que sus protectores del castillo. Apenas pudo ver esa parte acuclillada tras un tocón de la linde tras el que se agazapó al oír los primeros gritos. Después lanzó temerosas miradas, enturbiadas por lágrimas. Vió a figuras sombrías por el poblado, entre las casuchas. Deambulando, rebuscando como fieras. El tiempo discurriendo lento cual tormento por traición.

No, no puede dejarse arrastrar por el pánico que la zarandea en temblores traicioneros. Busca algo firme en su interior y se agarra a una idea, aquello que su príncipe estepario habría hecho, lo que le diría en ese momento: acechar como el zorro de las praderas, aguardando cauto y receloso. Sin más, sin pensar en otra cosa. Solo atenta a esperar y vigilar. Como un cazador de ratopines. Una idea en la mente para tenerla despejada de todo sentimiento de pavor. Con todo, se sujeta la mano trémula para recuperar cierta calma.

Es entonces, gracias a que está plenamente consciente del entorno, que oye algo. O más bien deja de oir. El ruido de los mercenarios ha cesado. No se fía. Se le acelera el pulso aún más si cabe y le cuesta concentrarse, los latidos martilleando sus oídos. Trata de escuchar un poco más. Se asoma tímida y lanza una mirada. ¡Es cierto! Sus ojos ya no están tan nublados por el llanto así que puede confiar en ellos más que en sus oídos palpitantes. Simplemente no están allí.

El corazón le da un vuelco. Las piernas le echan a correr solas. Hacia el bosque, hacia lo oculto. Corre sin mirar atrás. Sin querer saber lo que sucede a sus espaldas. Escapando de la incertidumbre de la presa, del horror del testigo que se adivina próxima víctima. Huyendo de la torturante espera. Libre. Libre del miedo que la atenazaba, entregándose a un desesperado acto instintivo por sobrevivir. Adentrándose en el bosque.

Las ramas bajas de los árboles le arañan cara y brazos. Los arbustos atraviesan la falda con espinas lacerantes que desgarran la tela y pican sus piernas. Se destroza los pies con raíces y piedras sueltas. Pero por nada deja de correr, nada la detiene. Casi se siente impulsada por una fuerza de la naturaleza. Como si el propio corazón del bosque la guiase en un trance de castigo físico y liberación espiritual. Algo que palpita en su interior y es llamado por algún lugar de entre la vegetación, la tierra húmeda y el olor a musgo y hojas muertas. Hacia la profundidad oscura y verde, dejándose llevar. Arrastrada por un llamado atávico de la montaña sin saber a donde va. Sin querer saber. Entregada.

Cae extenuada tras su alocada carrera. La cabeza le da vueltas y está mareada, desorientada. No comprende qué le ha sucedido. Conforme se apacigua el latir de su corazón, desaparecen los fogonazos en sus ojos y puede enfocar la vista. Rayos de sol la bañan gentilmente, escurridos por la cobertura de hojas. El cielo está parcialmente cubierto por ramas que se inclinan desde el borde. Es un claro en lo más perdido del bosque. Recóndito y secreto. Algo seco y menudo cae en su regazo y se incorpora. Entonces empieza a reconocer. Un grupo de piedras. El gran alerce presidiendo con sus agujas encrespadas. El coro de arces, susurrando una melodía apacible con las hojas, sus semillas planeando desprendidas con la brisa en giros jugetones.

Es su claro. El sitio donde él la trajo aquella vez, a las pocas semanas de llegar. Cuando ella dudaba de su elección al acudir al reclutamiento de colonos del Señor. Él había descubierto el sitio al extraviarse en una de sus primeras patrullas, cuando aún no conocía la zona que luego pasó a controlar como si fuera su amada estepa. Allí él la sosegó, apaciguó su inquietud y la convenció de que juntos podrían superar cualquier dificultad. Ya que él la amaba y era de la estirpe del más grande conquistador. Ella también lo amaba y por eso se dejó convencer pronto. Después celebraron su mutua acuerdo con un mutuo y delicioso revolcón. Aquel paraje la reconfortaba en su interior y la hacía sentirse segura desde entonces saber que estaba allí, en algún recóndito lugar del bosque.

Regresaron de aquel día maravilloso, ella en la grupa del poni, o takhi como él lo definía a veces. Aunque de nombre lo llamase “Nuru” y nunca entendiese aquella multiplicidad de apelativos. Como no terminó nunca de entender el apego y familiaridad de su príncipe para con el peludo animal.

Toda esa nostalgia se agolpa en su pecho, acumulada con el miedo pasado, la pena por la aldea, la excitación frenética de la carrera y se desborda en un llanto amargo, desgarrada con tanta emoción se hunde sobre sí misma, acongojada. ¡Su príncipe! ¿¡Dónde está su príncipe ahora!?

Y es entonces que siente una presencia a su lado, treinta y pico arrobas peludas que con un áspero lenguetazo borran sus lágrimas de un sopetón. Una testuz enorme con ojillos negros almendrados que se ha acercado con tanto respeto a su dolor que ni ha oído sus cascos. Se incorpora hacia él.

-¡Nuru! ¿Dónde está el amo? Dime Nuru, ¿dónde está?

El animal, se revuelve, se sacude y sus crines hirsutas se balancean, como rehusando la pregunta, en realidad incómodo ante la ansiedad de la mujer.

-Nuru, llévame hasta él ¡Oh, Nuru! Tráemelo, Nuru bonito, devuélveme a mi príncipe, Nuru... - suplica ella irrumpiendo en nuevos sollozos y derrumbándose de nuevo. Es entonces que la bestia cabecea suavemente contra ella, interrumpe su llanto y la empuja para que se incorpore, a lo que ella reacciona con lentitud.

-No Nuru, no, … - gimotea la mujer- no puede ser, no puedo seguir sin él. Sola no puedo...

El animal frota su cabeza contra el vientre de ella en ese momento. El mismo que alberga al hijo de su amado príncipe. El de sangre de conquistador, aquel que nunca se arredró ante la adversidad. Su recuerdo vivificado, personificado en una promesa de vida y esperanza.

Es entonces que ella se vuelve a levantar, se abraza al animal y retoma el aliento para exhalar un largo suspiro de comprensión y aceptación. Conectada con la realidad que le transmite la tierra a sus pies, el aire en sus pulmones, la vegetación que la rodea, y la sangre caliente del animal sintiente que abraza. En definitiva, la vida.

Tiene que seguir adelante para poder contarle a su hijo -pues varón dijo la anciana que será- que es descendiente del linaje del conquistador, príncipe de las estepas. Para demostrarselo contará con su heredad: un poni de pura raza, testarudo y fiel, y un arco compuesto de factura sofisticada y precisión inigualable.

Se sacude las ropas de hojarasca y tierra para emprender el viaje hacia una nueva vida, con el poni andando a su lado.

--- FIN ---

jueves, 29 de julio de 2010

Bastión de la montaña (4)

De un último golpe seco consigue finalmente soltar el yelmo que sujetaba el baúl mientras él se arrastraba bajo el imponente peso muerto.

Momentos antes, mientras esa chusma montañesa aporreaba su puerta, él ha tenido tiempo suficiente para preparar su huída. Ha atrancado la puerta, ha apilado algunos muebles y encima ha puesto el colchón de plumas junto a sus lujosas y tupidas pieles. Dos redomas de valioso aceite de lámpara perfumado, importado desde las costas de poniente, completan el cóctel. Ha asegurado el ventanuco taponándolo con su escabel preferido encajado en el hueco para que no puedan abrirse las contraventanas. Como colofón, su fiel, corpulento y mudo sirviente de cámara yace acuchillado por la espalda. Con esto ha dispuesto todo lo necesario para las maniobras de distracción y de ocultación de su vía de fuga para no dejar rastro. Todo ello sin dejar de intercambiar airadas palabras e insultos a gritos a través de la gruesa puerta con el intruso que parece llevar la voz cantante. Cuanto más hablaba este, mejor se pertrechaba. Se ha cambiado de ropas y se ha puesto su traje de caza más cómodo, un justillo tachonado liviano, sus mejores botas para campear y se ha ceñido un largo chuchillo de monte. Lástima que su espada no fuese a pasar por las estrecheces que le esperan. También ha cogido un manto de pieles, el cual ha enrollado con uno de sus cinturones – las noches ya pueden ser cruelmente frías en esta época- y lo ha arrojado por el hueco en el suelo que hay bajo el baúl inclinado. Por último, aunque más importante, ha repartido en pequeñas bolsas su magnífico tesoro: multitud de gemas arrancadas de las tripas de la mina que se abre abajo. Apenas cargará con el peso de tintineantes monedas, solo lo justo para valerse los primeros días y sin que le estorben en la azarosa escapada del bastión que le espera.

Y justo a tiempo, cuando todo estaba ya dispuesto, pareció que el vocero de los mezquinos asaltantes se ha cansado de importunar. Entonces prendió fuego al jergón y se deslizó bajo el cofre. Por un momento se produjo un instante de pánico al engancharse sus ropas, mal ajustadas por la premura al equiparse, en la angostura bajo el cofre. Irónicamente parece que el tiempo pasado al mando del castillo se ha cobrado un precio. Las comodidades de la vida señorial, los banquetes y bacanales, la buena vida sedentaria, le han hecho coger algunos quilos de sobra. Un sudor pegajoso le cubre como un repentino sudario conforme le llegan los vapores acres de las pieles quemadas y el humo empieza a acumularse, arañando su garganta. Reprimiendo un acceso de tos – demasiado humillante morir como un topo ahumado, se dijo así mismo- recuperó los nervios, tensó la musculatura de su antaño poderoso torso y consiguió pasar la tripa por el agujero sujetando el peso sobre la espalda, para después volver a descansarlo sobre el maltratado casco que lo soportaba.

El descenso no es nada fácil. El pasadizo secreto carece de mantenimiento alguno. Mugre centenaria lo poblaba, con un olor mohoso que anuncia el grado de humedad. En más de una ocasión los peldaños tallados resbalosos le juegan una mala pasada, cubiertos de una fina película de condensación. De tan estrecho en algunas partes apenas puede pasar, rozándose con las paredes por toda superficie sensible de su cuerpo. El cuero tachonado no parece ahora tan buena idea, enganchándose sus tachuelas en cualquier reborde. Repugnantes criaturas pueblan el lugar, notando a veces como sus dedos han de aplastarlas para conseguir un asidero mínimamente firme. Mención aparte los grititos histéricos de las ratas. No quiere imaginar qué podría suceder si en esa posición tan incómoda, con las manos ocupadas en mantenerse precariamente apartado de la precipitación, algunas de las residentes habituales del túnel decidiera abalanzarse sobre su cara.

Si alguna vez ponía las manos en el cantero -aquel que le aseguró que acondicionaría el túnel descubierto casualmente al reformar la estancia tras su toma de posesión del bastión- le iba a enseñar el significado de la palabra transitable. Con un palmo de acero transitando a lo largo de su garganta. Aunque bien pensado, no iba a ser posible. Recordó que el desgraciado constructor acabó sepultado para guardar el secreto del pasadizo.

Alcanza el final de la obra subrepticia que discurre por entre el paramento del torreón. Acaba en una grieta natural de la montaña, similar a la que dio lugar a la mina que motivaba la presencia del castillo, aunque carente de la veta que alberga las valiosas piedras preciosas de aquella. El alivio de poner los pies en tierra y dar un respiro a sus sobrecargados brazos es pasajero, porque la gruta natural le reserva otras sorpresas. Algunas partes están derruidas y tiene que rebasarlas a rastras por sobre los escombros. El resto no le permite más que ir en cuclillas, a oscuras, tanteando la pared pétrea con los dedos desnudos, tropezando y trastabillando cada vez que se golpea las rodillas con algún cascote de roca afilada. El aire está viciado como si llevase encerrado aquí un millar de años, respirado por bichos inmundos una y otra vez. Maldito cantero. Malditos asaltantes.


Finalmente empieza a palpar una consistencia distinta en las paredes, terrosa y más blanda. Su sentido de la orientación está completamente confundido, aunque el difunto cantero le llevó al terminar la obra secreta a conocer la salida exterior. Está a penas unos escasos ochenta pasos de las puertas del castillo, pasado el recodo del camino que da al bosque, hacia las montañas. Está cegada un talud de tierra suelta sobre el que han crecido las malas hierbas. Lo suficiente firme para no ceder con las lluvias y lo bastante floja para poder salir a través escarbando un poco. Como un miserable topo. Lo importante es que está resguardada de la vista desde el bastión y desde el poblado. Si su plan ha surtido efecto –y acostumbran a hacerlo, de lo contrario no habría llegado a convertirse en noble- los condenados invasores estarán demasiado ocupados sofocando el incendio, si acaso este no colapsa el interior del torreón. Los suelos y vigas de madera tal vez no aguanten las llamas. Si algunas de las vigas se calcinase lo suficiente para ceder con el peso de los que intentan combatir el fuego, su huída quedará encubierta. Si no es así, en el desastre de cenizas de su alcoba tardarán en saber que no es el cadáver gordo y seboso que ha dejado atrás. O en descubrir su ruta de escape. En definitiva, tiempo suficiente para perderse por las montañas que tan bien conoce de sus frecuentes cacerías. En un par de días podría alcanzar una de las aldeas grijianas o los campamentos de leñadores, conseguir aunque sea un jamelgo de labor al precio que sea y con él alcanzar las seguras tierras meridionales.

Con todo esto en la mente ha estado cavando ansioso con las manos y la ayuda de su machete, cuando de repente la resistencia del talud cede de improviso y rueda por la breve pendiente repleta de zarzas. Su aparición de entre la nada ha sorprendido a dos soldados de espaldas que están ocupados en algún quehacer. Se giran y él trata de sacar algo de sus ropas susurrando unas palabras, interruptas por una lanzada que le ha arrojado el más cercano de los mercenarios. En su curso la punta atraviesa limpiamente la bolsa que ha sacado y sostenido ante ellos, de la que escapa una lluvia de rubíes destellantes que se confunde con el borbotón sanguíneo que brota de su cuello y abortando su tentativa de soborno. Se desploma, entre espinas, con una última emoción amarga, mezcla de frustración y extrañeza por la inoportuna e inexplicable presencia de los soldados en aquel sitio. Más hombres armados surgen tras los dos primeros y los más espabilados se abalanzan sobre el botín a empujones, dejando la tarea que traían entre manos de capturar a un simple animal asustado.

El poni relincha y aprovecha para escabullirse de los hombres que empezaban a rodearlo, merced al desconcierto que sacude el cerco humano que ahora vocifera y pelea entre sí. Emprende el trote por entre la maleza y se aleja del lugar ante la mirada atónita y distante de los vigías de la puerta. Uno de ellos hace el amago de alancearlo cuando huye, pero el otro, tal vez más veterano o tal vez condescendiente -que no compasivo-, le dice que no con el característico gesto de su gente, adelantando la mandíbula. La distancia es excesiva, ya tienen más carne de la que pueden cargar y el intento no vale la posibilidad de una buena lanza rota.

El animal, exultante por haberse librado de los aviesos hombres, trota encaminándose hacia el otro único lugar que le es familiar y querido en la zona.

miércoles, 28 de julio de 2010

Snow Crash destripado

Ya me lo he ventilado.

No, no voy a contar el final, solo a comentar lo que me ha parecido la novela, tal vez para abrir un debate para que también volqueis vuestras opiniones.

Pasaré brevemente la parte absurda -aquella en la que el más poderoso hacker del mundo mundial, amén de experto espadachín capaz de enfrentarse a los hijoputas más duros del mundo, no tiene nada mejor que hacer que dedicarse a repartir pizzas... que por mucho que pretenda presentarlo como una parodia, es un chasco-, la parte un poco burda en la estructura de la trama -aquella en la que después de un montón de páginas de presentación de la trama todo se resuelve gracias a varios capítulos de charla/cuasi monólogo con el programa "bibliotecario" y un repronto en el que ya está todo más que mascado y vuelve a ser un monólogo, ahora del prota-, o la parte increíble - la niñata de 15 años heroína más chula que la cheerleader de Heroes. La novela es buena, salvando todo eso y que el final me parece un poco traído a la prisa, como si a Stephenson se le hubiesen agotado los plazos de entrega de una novela muy currada, muy documentada y más o menos bien llevada hasta el preciso momento en que le entran las prisas y lo zanja todo casi a tajazos de la katana de Hiro Protagonist.


Pero entonces ¿me ha gustado?
Sí, mucho.

Casi podría abrir una etiqueta titulada "la fijación friki con las culturas mesopotámicas" pero tal vez saldría de la temática del blog. Desde mucho antes de pillar el Necronomicón -allá por mi infancia jugueteando con la enciclopedia Area 5-, la cultura sumeria me había fascinado por la pinta de sus relieves. Así que cuando por fin pillé algo que hablaba de su mitos, flipé literariamente. Por mis gustos y por el hecho de ser una de las cunas de la civilización -tema que se trata de manera peculiar en la novela, por cierto-. Cada cierto tiempo, desde que tengo a San Google Bendito para ofrecerme toda la información del mundo mundial (o casi), me zambullo en la mitología mesopotámica un rato. Así que es fácil imaginar que un libro de ciencia ficción que enlaza y entronca* de forma ocurrente y muy original su trama ciberpunk en torno a la mitología sumeria (y de culturas posteriores circundantes) pues me ha resultado estimulante, entretenido y delicioso.

Los protagonistas son múltiples y variados. Secundarios con mucho carisma, algunos más que el principal, como Cuervo, Ng o el Tío Enzo que se nos revela justo al final e incluso Fido; otros con aparición menos importante pero más brillante que Hiro, como Ojo de Pez, Elliot y Vic que me han resultado más interesantes. Ahora bien, T.A. (Y.T. en guiri) supera con su histrionismo, desparpajo y temeraridad a todos los demás, convirtiendose en mi opinión en la estrella de la novela. A pesar de que en algunos momentos te entren ganas de darle dos hostias bien dadas a la niñata de los cojones. Es la típica adolescente despreocupada, alocada e incosnciente que todos temeríamos tener como hija. Entrometida, chulesca y un putoncillo. Y a pesar de todo, para mí es la prota indiscutible. Momento antológico en el que cierto personaje se la liga y Stephenson retrata de forma magistral una típica atracción fatal que en algún momento todos hemos podido contemplar en la vida real. Y lo expresa de forma muy sencilla. Ahí radica su maestría.


Por lo demás, pues comentar que es una novela de ci-fi ciberpunk más, que publicada a los 8 años de Neuromante no aporta nada significativamente nuevo al género, a excepción de la -ya encomiada en líneas anteriores- labor de imbricar la mitología sumeria a la historia de una forma bastante original y saboreable. El amago de hacer lo mismo con recortes de documentación sobre los aleutas, pues es gracioso pero está de nuevo un poco metido con calzador.

No me ha gustado, sin embargo, el intento de extrapolar el concepto sobre el que gira el libro al terreno biológico, creo que con el concepto de virus informativo era coherente, interesante y suficiente. Si se trataba de otra parodia, no me ha hecho tanta gracia, está sobrerepresentada para mi gusto.

Corrije algunos de los defectos estilísticos descriptivos en los que cae Gibson, haciendo un ciberpunk más cercano, más accesible en cuanto a las metáforas y descripciones. Eso o yo he madurado mi habilidad lectora mucho en los muchos años que hace que leí al gran gurú del ciberpunk. Stephenson se deja leer mucho más comodamente, en cualquier caso. Creo que ahora le meteré mano al resto de su obra.

Ah, una nota crítica más. El tema del contagio religioso-informativo no es para NADA original. Ni siquiera remontarlo a la antigüedad. El gran maestro Philip K. Dick ya lo hizo -como casi todo en ci-fi- más y mejor en SIVAINVI y Radio Libre Albemut. Pero como ya he dicho, Stephenson destaca por su amenidad y facilidad a la hora de dejarse leer.

En definitiva: recomendable para todo fan del ciberpunk.

Un enlace curioso, que he encontrado buscando las fotos.




*Broma para los que hayan leído el libro.

martes, 27 de julio de 2010

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (iv)

MADERA CONTRA ACERO (ii).-


Pudo pasar un siglo o apenas unos minutos. Un inmenso látigo parecía estar azotando el rostro y las extremidades de Edward y poco a poco sus ojos se entreabrieron, constatando que el castigo al que se estaba viendo sometido no era fruto de la mano de un verdugo, sino que eran sarmientos y ramas de arbustos los que le golpeaban mientras, colgado de un recio tronco, era transportado a paso ligero entre la floresta. Quiso gritar, más le fallaron las fuerzas y tampoco era de ayuda el tener su cuerpo atenazado por sogas que hacían descansar el peso del mismo en su tórax y cadera. Sus portadores llegaron a un cauce, y preocupado, observó cómo en vez de vadearlo se dispusieron a seguir su curso. Conteniendo la respiración y tensando los músculos a fin de no perecer ahogado las varas recorridas se le hicieron leguas hasta que, al fin, la tierra firme y los malditos rastrojos volvieron a estar al alcance de su visión, que se fue de nuevo nublando.


El dolor de los músculos entumecidos no hubiera bastado para volver a despertarle, ni siquiera el estruendo de una batalla. Sin embargo el constante caer de una gota a lo que bien pudiera ser una pileta justo a sus espaldas hizo al bisoño guerrero recobrar el sentido, perseguido por la persistencia de esa maldita gota que amenazaba con acabar, si no con sus tímpanos, quizás con su vejiga. Se encontraba atado a una extraña estructura, tal vez era el mismo tronco en el que le habían porteado que parecía encajado en una grieta entre el suelo y el techo de una gruta. A escasos metros yacía en el suelo uno de sus compañeros, juraría que Frankest. Es posible que sobreviviera a la emboscada y fuera el apresurado trayecto desde el recodo del camino hasta aquí lo que acabara con su existencia. Más allá, tras unos bultos hacinados en el lecho de la roca, un grupo de desarrapados mascullaban algo ininteligible desde esa distancia. No parecen haberse percatado de que el cautivo ha recobrado la consciencia. Una fuerte punzada ataca el bajo vientre de Edward, que apenas sí logra ahogar el grito que nace de sus pulmones en un gemido que sale de entre sus labios. ¡Maldito rumor del agua! Suficiente como para que cese el parloteo entre los proscritos y se dirijan hacia allí en comandita.


No te hagas el dormido, que te hemos visto”—Dice en tono bravucón un tipejo enjuto con la piel cetrina. “Vas a desear estar muerto en cuanto Drik Flecha-Negra se entere que uno de los jerifaltes ha caído en nuestras redes”. Edward de repente nota, ante las carcajadas de los cuatro o cinco harapientos que se agolpan ante él, que la presión insoportable en su ingle no será ya un problema.


Unos pasos resuenan cada vez más cerca, y el transitorio calor se torna en helor cuando se escuchan murmullos entre los que sólo escucha lo que parece ser un nombre: Drik. Una figura ataviada de negro, el rostro cubierto por un embozo; unos guantes que parecen sacar algo del cinto: es una daga. Edward siente un leve pinchazo bajo el mentón y nota como una afilada hoja recorre la mandíbula hasta su base, para luego subir por la mejilla en un camino que inexorablemente ha de llevar a la cuenca ojo. De repente una voz retumba bajo la bóveda ancestral “Chico… Nadie te va a agradecer tu silencio como nosotros tus palabras. Tarde o temprano me enteraré de por qué cinco aspirantes a héroes recorren los bosques de Tamen a galope tendido, pero puede que para entonces no puedas contemplar otra puesta de sol”. No parece una voz amenazante, pese al frío metal que se acerca al lacrimal. Parece incluso una tabla de salvación a la que agarrarse ante la presión que se acrecienta en la comisura del párpado. Con suerte su compañero habrá llegado al puesto avanzado de los Guardianes del Norte y estarán sobre aviso. De repente, un grito. Un alarido que estremece las estalactitas de la profunda cueva:

“¡El Rey Adwulf ha muerto!”

Mazinger Attacks

Bastión de la montaña (3)


Los vigías sobre la muralla observan al animal. Los soldados desperdigados del poblado también se han percatado de su presencia ante los gestos de los oteadores. Se acercan al camino con pasos cautos, suaves, para no alarmarlo. Resulta casi cómico ver a los imponentes guerreros acercarse con sumo cuidado a la montura tratando de asir las riendas. Nada como la promesa de no tener que cargar con el botín por las montañas para convertir a un despiadado mercenario en amable amiguito de los animales.

El animal desconfía y se aparta de ellos, como renegando de la casta humana que representan. O como si tuviese conocimiento de los actos que acaban de cometer. Un instinto atávico de protección.


Mientras, en la fortaleza, el capitán se dirige con determinación hacia la torre que ha ocupado la troupe de asesinos. Es la misma en la que uno de los suyos fue herido y se han instalado allí. Desde luego es la más inaccesible de todas las dependencias exteriores, al extremo de la muralla y suspendida sobre el abismo en que se precipita el acantilado de la vertiente montañosa. Como el posadero de un ave de rapiña. En contraposición, enfrente está el torreón de donde él ha salido: firmemente anclado en el promontorio rocoso, su basamento es la misma montaña con la que se funde y enraíza. El acceso al torreón aislado es un almenado estrecho y con vistas a una caída de más de 200 codos. Conforme avanza, sus pasos firmes y decididos van acortándose, debilitándose. Las órdenes enérgicas que pretendía dar al jefe de asesinos se empiezan a desmoronar en su mente conforme recorre la pasarela, igual que los grandes fragmentos de firme roca se han ido desprendiendo de la pared de piedra y ahora yacen en el fondo del valle. Al fin y al cabo se dispone a dar una orden al líder de esos abyectos asesinos.

Del otro lado del pasaje amurallado puede ver la poterna del torreón entreabierta, dejando vislumbrar la oscuridad del interior. Como una cueva de alimañas. La distancia de ese lienzo de muralla no le había parecido tan larga y sus zancadas han perdido vigor como si no quisiese llegar. Algo muy dentro de él, que ha luchado por su vida en innumerables ocasiones, le pide que no siga, que se de media vuelta. Casi como deseando que suceda algo que le disuada de llegar. Cuando de repente, se oyen voces exaltadas:

- ¡Mi capitán, mi capitán! – Sobresaltado por la coincidencia se gira y responde con un exabrupto hacia uno de sus subordinados que corre tras él.
- ¡¿Qué sucede?!
- El noble, mi capitán, ¡el noble se ha vuelto loco, loco del todo!
- ¿Qué? – piensa por un momento que quizás se haya rendido, algo inaudito para su ralea.
- Se ha vuelto tarumba.
- ¡Pero aclara, soldado! ¿Qué ha hecho?

El soldado se gira y apunta a las contraventanas aseguradas desde dentro de los aposentos del señor del bastión. Hilillos de humo denso y gris borbotean por sus bordes.

Ha prendido fuego.


Todo esto pasa desapercibido a los vigías, que están pendientes de la fascinante escena de doma frustrada. Sus compañeros de armas tratan de rodear al animal y cada vez se congregan más en dirección al camino del bosque, como atraídos por el canto de una sirena equina.

Como bestia tozuda se resiste a aceptarlos. Piafa, resopla y retrocede. Renuente.

MIENTRAS EL OBESO NO-ESCRITOR HACE EL VAGO...


...El curilla forrao sigue viviendo de su momento de inspiración hace 25 años.

En concreto la novela está ambientada entre "El Juego de Ender" y "La voz de los muertos" con alguna conexión con "La sombra de Ender". En breves días os diré si los 20 Euros invertidos en adquirirlo han valido la pena, o si por el contrario con adquirirlo en formato PDF (que posiblemente ya tendrá a su disposición alguno que yo me se) se da por cumplido el mínimo exigible al síndrome friki-Diógenes.

¡Un saludo desde los bosques de Urbundia!

lunes, 26 de julio de 2010

El candidato sincero


VOTE A CTHULHU.
¡Al menos admite que es malvado!

vía Guardián de los Arcanos

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (iii)

EL FUNERAL (i).-

Sea privilegio de Rey disponer a su muerte de la hacienda que tuviera al tomar el cetro, sin una medida más, puesto que su estirpe queda premiada con la gloria” (Privilegios reales. Frontispicio de palacio)


La paz de un reino se mide por la cantidad de soberanos que mueren en sus camas. Adwulf apodado el Agrimensor fue el primero de los electos cuya estrella se extinguió en la paz de su lecho. Su predecesor Deleathor apodado el Pacificador logró ensanchar las fronteras del reino hasta el borde de las montañas que nos separan de la Estepa –o, como la denominan los clanes, el Páramo-y acabó con los enclaves Timerios a lo largo de la costa. No obstante, los clanes eligieron para suceder al férreo gobernante a otro aguerrido combatiente, que poco imaginaba que serían arados y no espadas con lo que se lograría la cohesión del reino.

En efecto tras décadas de revueltas y veinte generaciones después de que los clanes urbundios cruzaran las montañas norteñas por primera vez una paz sólo rota por revueltas de proscritos e incursiones de Timerios se cernía sobre el reino, lo que otrora fuera la provincia más próspera y septentrional del extinto Imperio. Veinte generaciones en las que los clanes pasaron de ser los temidos invasores a protectores del reino, y con el Pacto de los Fueros se construyó la Urbundia que hoy conocemos. El siervo trabaja la tierra, manufactura en sus talleres y comercia con el género. El señor posee la tierra, escribe las runas y defiende al reino. Tan simple como efectivo. Tan efectivo como indiscutible; no porque no quepa argumentar en su contra, sino porque disentir equivale a la proscripción, y la proscripción lleva irrevocable e indefectiblemente a la muerte..


Con el reino llorando la muerte del soberano los chambelanes y asesores --especialmente el Gremio de comercio-decidieron enviar correos urgentes a todas las guarniciones, ciudades y bastiones del reino para que acudieran los clanes a Siddion, en cuyo ancestral bosque de estelas se procedería a elegir al próximo soberano. Asimismo estos correos tenían la crucial misión de poner a los hombres de armas en estado de alerta, puesto que pese a las décadas de paz los ancestrales enemigos sólo esperan un momento de debilidad para abalanzarse sobre el joven reino; no sólo los Timerios que con sus incursiones amenazan los enclaves costeros, sino que desde el Norte podrían cernirse amenazas que nadie se atreve a pronunciar. Por ello decenas de hombres armados hasta los dientes cruzaron las puertas de Siddion hacia los confines del reino, remontando cauces, galopando por los adoquinados caminos y atravesando, a fin de llegar a las guarniciones de los pasos del norte, la espesura de Tanen. Las órdenes son sencillas: no parar; no esperar; confiscar caballos frescos y advertir a los clanes antes de que el real óbito llegue a oídos de amigos… y enemigos.

domingo, 25 de julio de 2010

Bastión (2)

Asoma un sol otoñal, tímido, como si temiese alumbrar lo que no debe ser visto. La aldea está sobremanera tranquila. Ni siquiera las aves de corral alborotan con su ajetreo matutino. Una calma desolada que se extiende como un manto empapado en la sangre de los caídos. El combate por el bastión terminó.

Un par de horas antes la locura y el estruendo de la lucha se apoderaron del lugar. Los asaltantes pasaron de largo por entre las cabañas y casuchas en el asalto inicial, directos a su objetivo primario. Este los esperaba con el portón principal abierto, los guardianes del turno de noche eliminados de forma artera y la plaza fuerte entregada. Uno de los asesinos – nunca se sabe cuántos forman el grupo de estos- debió ser sorprendido en medio de su tarea y sonó un grito de alarma. Pero ya era tarde. El grueso de la tropa invasora había tomado ya las almenas de las murallas exteriores y la resistencia estaba condenada. Conforme salían al patio los defensores eran ensartados por las lanzas arrojadas desde las altas murallas. Tampoco sirvió de nada que se intentasen replegar en el torreón, dando por perdido el resto. El portón había quedado abierto en el intento de salida y solo fue cuestión de tiempo y sangre derrotarlos arrinconados, estancia por estancia, peleando por cada palmo de escalera y cada losa de suelo. Quienes quedaron en los barracones exteriores fueron asfixiados dentro con humo o aseteados al tratar de salir. El silencio se apoderó del castillo después, cuando tocó el turno a arrasar la aldea que se desparrama ante sus muros.

No hay jadeos de moribundo. Ya han sido despachados todos ellos. Junto con los heridos de la guardia. Y el resto de la guarnición. En la aldea cualquier varón en edad de empuñar un arma ha sido aherrojado.

Afinando mucho el oído sí que se pueden discernir algunos sonidos apagados fuera: sollozos entrecortados en algunas cabañas, algún lamento temeroso y algún que otro gemido. Unas pocas figuras pertrechadas para la guerra andan entre las chozas. Por su paso no se puede saber si solo patrullan o si siguen a la busca de algún botín, sea objeto, animal o persona.

El resto está dentro, en el saqueo del fortín. En la parte superior al matacán hay encaramados dos tipos corpulentos vigilando. Cubiertos aún de costras de sangre propia y enemiga. Es el mejor punto para controlar a la vez la aldea, el camino y la plaza de armas. Sin embargo, es extraño que se hayan apostado sobre la construcción y no dentro. Parece como si sus primitivas costumbres los impulsaran a rehusar estar bajo techo. O tal vez sea que simplemente tienen mejor ángulo de visión desde incómodo techado.
Comparten rasgos duros y corpulencia. Tal vez incluso sean parientes, en las aldeas de montañeses norteños ya se sabe. Hablan poco entre ellos, como es la costumbre de su pueblo. Parecen demasiado ocupados escrutando los alrededores. La aparente calma después de la lucha no parece haberlos dejado satisfechos. En la montaña de donde proceden nunca se está en completa calma, incluso tras la victoria. Más aún cuando ambos conocen la situación que se cuece en el interior.

Aún no han sacado al señor del fuerte de sus aposentos donde se ha parapetado. Y sigue aún vivo solo porque su vida puede valer oro. Mientras el capitán trata de discernir si esto es así o no, aún no ha decidido qué hacer. Lo normal habría sido que hubiese salido a morir con sus hombres, con lo que no se habría planteado la oportunidad de capturarlo vivo. Luchar con arrojo y entregar la vida muy cara. Es lo que se espera de todo un Señor. Por algo es Señor. Sin embargo esta rata indigna se ha refugiado en su alcoba. Brindándoles nuevas oportunidades con ello, pero también un quebradero de cabeza.
El capitán es un viejo lobo de batalla. Conoce su oficio y sabe que el tipejo debería estar muerto. Que su propio Señor no le culpará si entran en la estancia y acaban con ese cobarde como es debido. Pero eso costaría pérdidas innecesarias entre sus hombres. No le pagan por sus muertos, al menos no en esta misión. Aunque el noble se haya comportando como una rata cobarde antes, las ratas arrinconadas son muy peligrosas. Más si están armadas con fierro bien forjado.

También sabe que el señor del castillo ha dejado de merecer una muerte digna con sus actos y que bien podrían asfixiarlo allí dentro. Ningún Señor permitiría que sus hombres dieran una muerte tan poco honrosa a otro noble honorable. Menos aún ordenado por un capitán plebeyo. Los nobles se cuidan mucho de mantener su estatus. Incluso dando ejemplo con los enemigos. Un noble siempre merece un respeto, ya se sabe.

Pero este noble se ha comportado como una sanguijuela indigna, por lo que el capitán no cree que su Señor se molestase si se saltase el tratamiento debido. Tal vez una amonestación simbólica en el salón delante de los cortesanos y otros mandos, para después recompensarlo con más hombres, mejores misiones o tal vez un pequeño ascenso por hacer el trabajo sucio. Así ha sido otras veces. Aunque en temas de nobleza, con los Señores no se sabe nunca.

De ser un hombre más joven y ardoros, ya habría resuelto el conflicto, posiblemente entrando a sangre y fuego. Pero el capitán es un hombre maduro, curtido y con esa sabiduría que solo da la guerra. Los capitanes de bajo linaje solo alcanzan esa edad siendo sagaces y precavidos con aquellos de más alta cuna.

También es un perro viejo de la vida. Sabe que un noble vale oro. Por muy indigno y cobarde que sea. Los nobles tienen lazos familiares: contactos que pueden pagar un rescate. Nadie tiene que saber que el tipo es una sabandija rastrera y despreciable que no merezca ni su peso en bosta de mula. Los capitanes plebeyos como él no prosperan si no saben aprovechar las oportunidades. Tal vez esta sea la suya. Solo tiene que saber resolverla.

Le queda la baza de los asesinos encomendados a su expedición. Los asesinos proceden de una remota aldea del sur donde rinden culto a la muerte reptante. Son gente taimada y reservada, dados a usar el subterfugio y los trucos sucios para vencer en combates traicioneros, nunca cara a cara donde tienen las de perder. Sus rostros son enjutos, aunque nunca los dejan ver, sus ropajes parecen aún más sucios que los de su tropa y si hubiese hablado alguna vez con alguno de ellos juraría que tienen pinta de oler mal. Además está su mirada, que dicen que de por sí sola envenena. Pero nadie se acerca nunca tanto a los asesinos como para comprobarlo, porque incluso a los más aguerridos de sus mercenarios les producen escalofríos. Las órdenes de los asesinos ya vienen dadas desde el propio Señor, por lo que hasta ahora no ha necesitado cruzar palabra alguna con su líder. Han bastado algunos gestos preestablecidos por el común lenguaje de batalla de la casa de su Señor. Ni siquiera sabe con exactitud cuantos son...

Recurrir a ellos para capturar al noble es poco o más bien nada honorable. Sin embargo esta solución “sucia” es la salida más “limpia” para sus problemas.

Así que después de mucho meditar y antes de que la situación se desmadre, planea que los asesinos se deslicen por el muro exterior mientras él negocia con el noble tras la puerta. Cuando los asesinos estén en sus puestos, romperá la negociación con malas palabras y sus hombres aporrearán la puerta para distraer a la presa, haciéndole creer que entrarán finalmente a por él. En ese momento uno de los asesinos arrancará el ventanuco con sus artimañas mientras otro neutraliza al señor con sus dardos emponzoñados.
Ahora solo le falta convencer al líder de los asesinos. Solo de pensarlo se le hiela la sangre y se le antoja si no debe meditarlo más para encontrar otra salida.

Mientras, en el exterior, los dos vigías de la entrada siguen ojo avizor. Uno de ellos gruñe al otro y señala con la punta de su lanza en dirección al sendero. El segundo frunce el ceño bajo el reborde del morrión, tratándo de entrever en la penumbra matinal del sotobosque y los retazos de neblina. Un pequeño poni sin jinete asoma por el recodo de la fronda. A esa distancia no se puede decir si sus resoplidos son de cansancio o si está asustado. La bestia se ha parado y ventea en dirección a la aldea, reticente.

Lo que sí han podido identificar a esa distancia es un pequeño arco compuesto alojado a la altura de la silla.

Poontang

No sé si es una grosería friki o simplemente una absurdez soez, pero investigando sobre la palabra me he encontrado esta imagen:

POONTANG(TM) Chochito en polvo - ¡El chochito que usan los Astronautas!
Eso es. Cuando los astronautas vayan a la luna, llevarán POONTANG(TM). Nada entra tan suave. Nada tiene ese fresco sabor matutino. Desayunar chochito mantiene tu mente clara y tus reflejos afinados - tanto si estás volando por el espacio a 11 veces la velocidad del sonido o solo tratando de superar el tráfico del centro de la ciudad. Con un poco de POONTANG(TM) en la mañan, ¡todos los sistemas marchan!

[Poontang es una palabra que sale insistentemente en última parte del libro que me estoy terminando de leer estos días, Snow Crash de Neal Stephenson. En breve, haré algún comentario].

Existe un "árbol del Poon", del género Calophyllum, del cual se dice que su fruto produce un elixir maravilloso (según el urban dictionary). NO he podido comprobar esta aseveración y esto no tiene nada que ver con el uso que se hace en el libro de la palabra (que viene a ser una expresión usada por diversos orientales para referirse al intercambio sesuárl).

¿Qué por que lo pongo en el blog? Pues porque os espera un post sobre Snow Crash en cuanto me lo ventile.

sábado, 24 de julio de 2010

Winter is comming

Aquí tenéis el Teaser de HBO de la magnífica serie que esperamos disfrutar ya mismo.



Investigando levemente más he encontrado también este otro vídeo de peor calidad pero en el que se muestran alguno de los personajes en acción.



[Muchísimas gracias a Gorrión por la pista]

viernes, 23 de julio de 2010

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (ii)


MADERA CONTRA ACERO (i).-


Sean el oro y la plata los únicos metales que labren y fundan los siervos. Que no esgriman hierro o acero o aun bronce si este es afilado (Fuero de los siervos. Bosque de las estelas)


Una senda que atraviesa los bosques suele nacer a partir de rutas abiertas por grandes animales en su deambular, sin más razón que su instinto. Poco a poco se va a ensanchando hasta que alguien repara en ella y la transforma en camino, alineando hitos a su longitud y, tal vez, afirmando un poco el terreno, que no obstante sigue siendo el que jabalíes, corzos o enormes ciervos astados cruzaron en busca de manantiales, árboles frutales o piedras que rezuman sal. Es por ello que cuando la comitiva a caballo recorría a trote veloz la polvorienta vereda que atraviesa la espesura de Tanen no pudo prever los peligros que acechaban tras un recodo de su camino.



Los cinco jinetes que en su rápida marcha quebraban la melodía del bosque con el insistente tintineo de las recias lorigas apenas disimuladas bajo sus gruesas capas avanzaban devorando la distancia a paso voraz --¿quién necesita ser precavido cuando se lleva al costado un afilado acero? En un instante la montura del confiado y presuroso guerrero que encabezaba la marcha relinchó ahogando incluso el ruido del metal mientras caballo y jinete rodaban por el suelo. Los dos siguientes tuvieron el mismo destino, y apenas los dos últimos consiguieron saltar el inesperado obstáculo, una soga casi imperceptible que cortaba el camino. Rápidamente las manos esgrimieron las espadas y los gritos de los compañeros caídos al suelo fueron apenas rotos con el silbar de las saetas que de las cercanas copas comenzaron a llover. Uno de los jinetes se sobrepuso a la situación y clavando espuelas emprendió la marcha, mientras el otro de los que quedaban montados encaraba a las figuras que de la espesura surgían portando horcajos, bastones y mazas. Una sola palabra cruzó la mente del jinete, transformándose en un grito de advertencia tardío: ¡proscritos!


Empuñando la espada, domeñando a duras penas al caballo su bautismo de combate no estaba siendo como el joven Edward había imaginado. Apenas lograba eludir un bastonazo desviándolo con su acero, otros diez daban en su cuerpo, acorazado pero no invulnerable. Los relinchos de su montura y el rugir de decenas de gargantas adornaban la sinfonía de metal cortando madera y madera percutiendo acero. Apenas había reparado en los proyectiles que le habían golpeado si bien la abundante sangre que hacía resbaladizo el cuello del palafrén denotaba que éste no había tenido tanta suerte: hoy morirían ambos—pensó. No obstante, no serían los únicos ya que al menos tres rufianes habían sido mordidos por su acero. De repente sintió un golpe en la espalda, no fue doloroso si bien intuyó que estaba perdido cuando notó la torsión que le haría inexorablemente descabalgar y frente a la cual no tenía defensa alguna. En un ataque de rabia, con un fuerte tirón de bridas, logró zafarse de la presa merced a que la encabritada montura con sus últimas fuerzas hizo que los temerosos atacantes se retiraran unos centímetros, con la certeza de que el tiempo está de su lado. Sin embargo Edward era consciente que cada minuto que pudiera resistir era tiempo que le daba al ahora solitario correo para proseguir su camino hacia la guarnición del norte. Espoleado por ese pensamiento más aun que los costados de su ya moribundo caballo logró abatir a otros dos proscritos antes de tener que poner pie a tierra y apenas lograron que descabalgara los golpes se hicieron más certeros y potentes. Los bastones dejaron paso a las mazas y de repente probó el sabor de la sangre en su boca. El golpe que recibió en el yelmo fue tan brutal que sintió perder la consciencia al tiempo que resonaba el impacto en el caso rúnico que, con el eco de un tañer de campana, salió despedido de su dueño. Después, las tinieblas.

jueves, 22 de julio de 2010

The Walking Dead Character Gallery

Que sí que sí, que esto va en serio. Todos los aficcionados al género zombie estamos de enhorabuena. Vamos a poder disfrutar en la pequeña pantalla de una de las mejores series del género de los últimos años.

Como he comentado varias veces el formato comic no es mi preferido así que cuento los días para poder disfrutar de las imágenes de la serie.

Ahora sólo nos queda esperar a que sean fieles al guión y al trasfondo de la historia, que es muchísimo más que otro cuento sobre zombies.

Para ver la galería completa pulsad sobre el enlace.

P.S.: Por cierto he escogido a Lori para ilustrar la entrada porque me parece que la caracterización es perfecta.

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (i)


EL PERGAMINO DE DAGOBERTO.

Que los siervos nunca tallen runas, ni con sus antiguas artes iluminen piel o pergamino.” (Fuero de los siervos. Bosque de las estelas)


No fue un Rey glorioso, pero siervos y señores aun lo recuerdan como un gobernante justo. La mano que nació para empuñar afiladas espadas dejó caer con los últimos suspiros de vida del anciano monarca la vara de agrimensor, sin que el acero tuviera más que breves interludios en treinta años de pacífico reinado. Tallistas de runas venidos de todos los lares y aun de ultramar para esculpir la estela que en el bosque de piedra se erigió en su honor afrontaron una titánica tarea para plasmar en el duro granito las glorias del difunto soberano consistentes a la sazón en erigir fielatos y aduanas; reconstruir puertos, carreteras y murallas; y fundar la ceca de Siddion, capital del reino de Urbundia, desde cuyas recónditas celdas y contraviniendo las más antiguas normas talladas en el bosque de piedra yo, Dagoberto Dar Siddion, cequí, maestro de epigrafistas, guardián del peso y siervo de la Corona escribo esta crónica, no para sublimar triunfos como las grandes sagas de los señores, sino para rendir con la verdad el mejor homenaje que se puede hacer a un hombre honesto.

Si la memoria no me falla. Si la soberbia no me traiciona a eludir plasmar la verdad, narraré, desde la penumbra de mi cubículo apenas rota por la tenue luz de hediondas velas de sebo, lo acaecido después de la muerte de Adwulf Ner Dariaa Adr Urbundi Rey de siervos y señores, aclamado en la asamblea de los clanes y ratificado por los gremios.


miércoles, 21 de julio de 2010

¿Quereis postapocalipsis?

Pues tomad post-apocalipsis. En la serie de "basurillas" hoy, armas no letales caseras:

Dune y maicena


Recuerdo que cuando leí la novela de Dune me quedé con ganas de más. Es uno de estos libros de los que lees desde el prefacio hasta las notas del impresor porque no quieres que acabe. Al poco tiempo ví la película [la original] y la verdad es que pese a ser magnífica no llegaba a la altura de la novela.

Sin embargo uno de los recuerdos que tengo de la película eran los escudos de fuerza que producían gracias a generadores Holtzman [gracias por el apunte qrolpater], estos escudos de fuerza podían penetrarse lentamente pero no rápidamente. Lo cual era bastante útil en el mundo tan traicionero donde se estaba criando el joven Paul Atreides.

Todo esto surge de que nuestro colaborador Alvarf nos pasó la noticia de un líquido antibalas que permitiría la creación de chalecos anti-balas más ligeros que los actuales [todos conocemos los menus que se aplican cuando llevamos armaduras y la gran ventaja que es tener un personaje equipado con una]. Como anécdota menos friki se han desarrollado badenes inteligentes que tienen exáctamente este comportamiento.

Una curiosidad más, en un programa de una cadena española [el hormiguero] hicieron un experimento parecido llenando una piscina con una masa a base de agua y maicena y mostrando cómo se puede correr perfectamente sobre ella.



Y, como no, nuestros admiradísimos personajes de The Big Bang Theory le dieron una aplicación más 'practica'.



[Muchísimas gracias a Gorrión por los enlaces a los vídeos]

Encuentra las diferencias


Entre esta carta del "Race for the Galxy" y la realidad de esta foto

que podeis encontrar aquí.
El mundo cada vez me da más miedo de lo que se parece a nuestras frikeces...

martes, 20 de julio de 2010

Bastión


El otoño se avecina. Es el final para la temporada de las largas marchas por crestas arboladas. Sólo los más osados intentan la maniobra en esta época tardía. Tipos rudos, recios y parcos en palabras. Contingentes modestos para tomar al asalto y por efecto de la sorpresa fortines en lo alto de cerros. Filas de yelmos cónicos y lanzas despuntan por entre la silueta del follaje. Alguien cabalga en un poni duro y testarudo, un explorador que vigila desde lejos, inclinado sobre el cuello de su montura para no ser visto, su silueta distorsionada con un manto rasgado y de colores imprecisos. Un corto arco compuesto asoma pegado a la silla, un arma que claramente no pertenece a este lugar. Hace un par de días que vigila el avance, hasta que se han acercado al cruce de Tres Piedras, en el puerto del mismo nombre.

Si el grupo se desvía hacia el NO los dejará marchar. Si el grupo, sin embargo, toma el camino del SO, el jinete cabalgará como alma que lleven los demonios del bosque en dirección al bastión de Uerk Ba-a por senderos de montaña solo conocidos por las alimañas, acortando por atajos que le permitirán llegar un día antes que los invasores a la fortaleza.

La fortaleza siempre está en estado de pre-alerta. Con solo avisar unas horas antes la guarnición se pondrá en pie de guerra, se cerrará impenetrable como la virtud de las vestales y nada ni nadie conseguirán traspasar sus defensas. Pero para los aldeanos es distinto. Ellos necesitan más tiempo para poder refugiarse en el castillo, trasladar sus escasas pertenencias y víveres e instalarse en las estrechas galerías de la mina insalubre que abre sus fauces en el patio del fortín. No los dejarán entrar si no llevan su propio sustento para resistir el eventual asedio y necesitan tiempo para avituallarse. El jinete lo sabe y esto será lo que le impulsará a atravesar la enmarañada floresta a toda velocidad, despreciando el riesgo de partir una pata de su bestia, ser derribado por una rama o despeñarse por una ladera empinada. El corazón se le acelera ante esa expectativa, sabiendo que pondrá su vida en peligro, que será azotado por el ramaje y que tal vez reviente a su bruto compañero equino. Bien merece la pena.

La mina es la razón de ser del bastión y la única justificación para que una construcción así se agarre al peñasco en el que se emplaza. Con un precipicio cortado a pico mirando a poniente y un camino estrecho que bordea la roca hasta el poblado que se disemina al pie del promontorio como único acceso. Todo para proteger el valioso recurso que la mina guarda en sus pétreas tripas.

Con todo no es lo que importa al jinete. Para él todas las riquezas subterráneas del señor del castillo no valen ni un resoplido de su montura. Para él todo lo que importa está en una cabaña, donde ella estará ahora tal vez amasando pan, limpiando el hogar o remendando mantas para el invierno que se acercará tras el corto otoño de estos lares.

Pero sus órdenes son bien claras, alertar solo cuando un invasor rebase el cruce de las Tres Piedras y no dejar el puesto. Desde Tres Piedras al castillo se tarda día y medio por el camino de las Cornejas. Cualquiera sabe que intentar atajar atravesando por las montañas es un suicidio.

Así que espera que los soldados se desvíen hacia el NO, hacia las tierras inhóspitas de Tumberia y de ahí tal vez atacar las aldeas de salvajes para capturar esclavos o desviarse al E tras sobrepasar el paso y acceder al Valle de Grijia donde las segundas cosechas estarán recién recogidas.

Un siseo y un picotazo en el cuello. El corcel relincha inquieto mientras el jinete cae desplomado. Se siente mareado y todo está emborronado. Se ha distraído. No lo ha visto venir, tampoco lo ha escuchado. Ni siquiera lo ha olido. Todos esos reproches se ahogan en su mente cuando lo inunda una angustia mayor. Nadie avisará a tiempo a la aldea al pie del castillo. Los aldeanos no tendrán oportunidad alguna. Ella no podrá salvarse. Esto le provoca una desesperación que hace brotar una lágrima cuando impedido en el suelo algo entra en su borroso campo de visión. Una bota. Su silencioso adversario se ha acercado mientras él no puede mover ni un músculo, ni siquiera para volver la mirada y verle el rostro. Piensa que va a morir sin poder mirar cara a cara a su asesino. Su espíritu será esclavo de un desconocido en el más allá.

A penas oye el retumbar en el suelo de como el poni se ha alejado, pobre bruto, asustado. La impotencia de no poder ni gritar le desgarra el alma. La bota sigue ahí, plantada. Una sombra emborronada se inclina sobre él y siente frío y fuego en la garganta cuando se la rebana.

lunes, 19 de julio de 2010

Juego de tronos

Pues sí, parece que se confirma la noticia de que vamos a poder disfrutar de la saga también nuestros PCs.

¿A quién no le gustaría defender o conquistar Invernalia, sitiar Desembarco del Rey o luchar contra los salvajes del muro?

La verdad es que me atrae que hayan creado un juego de estrategia que promete tenernos pegados a nuestros portátiles durante horas, la pregunta es ¿habrá modo multijugador?

En el enlace no es que den mucha información pero mi presupuesto para videojuegos [y para una nueva máquina] se está disparando.

viernes, 16 de julio de 2010

La segunda parte de 300

Desconozco si finalmente Zack Zinder va a montar o no la segunda parte de su película 300, pero me gustaría poneros un poco en antecedentes de lo que contaría esa película.
Nos encontramos en plena Segunda Guerra Médica, verano del 479 a.C. Hace poco más de diez años, los griegos ya le dieron un buen rapapolvo a los persas en las playas de Maratón, y salieron victoriosos en el primer enfrentamiento contra el mayor imperio de la época. Ahora los persas buscan desquitarse arrasando, como quien no quiere la cosa, todos los territorios griegos, salvo los de aquellas polis dóciles que se someten a su poder.
Jerjes somete a las polis griegas de Asia Menor, cruza el Helesponto y avanza desde el norte, invadiendo Grecia con una superioridad numérica aplastante. Tras masacrar el contingente griego que intentó retrasarlos en las Termópilas, los persas asolan el Ática y saquean Atenas. Lejos de rendirse, los griegos deciden continuar la lucha, replegándose hacia el Peloponeso y plantando cara a los persas tanto en mar como en tierra.
En los estrechos cercanos a la isla de Salamina los griegos inflingen a los persas una aplastante derrota naval. Jerjes decide entonces dividir su gran ejército en dos, dejando una parte en Tracia y Macedonia, controlando sus conquistas del norte, mientras que deja otra parte de su ejército al mando de Mardonio más al sur, en Tesalia, encargada de controlar el Ática y finalizar la conquista del Peloponeso.
Los atenienses rehúsan las ofertas de paz persas y exigen a los espartanos que se unan a ellos y el resto de sus aliados. Las fuerzas griegas se unen y avanzan hasta las laderas del monte Citerón, donde esperan derrotar al ejército persa que los dobla en efectivos. Los espartanos se sitúan en el ala derecha, los atenienses a la izquierda y sus aliados griegos cubren el centro. Frente a ellos se sitúa el ejército enemigo, los persas frente a los espartanos, su centro lo cubren aliados asiáticos y su derecha los beocios, enfrentados a los atenienses. En los inicios de la batalla, que según Herodoto dura varios días, los persas estrellan su caballería contra las falanges griegas bien posicionadas en terreno abrupto. Esta victoria sobre la caballería asiática y la carencia de un suministro adecuado de agua, agravada por el asalto de las líneas de abastecimiento griegas por parte de los persas, decidió a los atenienses a iniciar un repliegue nocturno hacia la llanura de Platea. La descoordinación entre los aliados griegos durante el repliegue deja algo dispersas sus tropas, momento que es aprovechado por el general persa para lanzar un ataque frontal.
Los persas cargan con el grueso de su ejército contra el ahora aislado flanco de los espartanos, quienes liderados por Pausanias, deseosos de vengar la reciente muerte de su rey Leónidas y encantados de enfrentarse a la infantería ligera persa, no sólo desbarataron el ataque sino que contraatacaron dando muerte al mismísimo general enemigo, Mardonio. En el otro flanco, los atenienses realizaron una contramarcha enfrentándose al resto del ejército enemigo, venciéndolo. Cuando se propagó la noticia de la muerte de Mardonio, el caos y el desorden cundió entre las filas de los persas, que dieron por perdida la batalla. Los griegos saquearon el campamento persa, entregando el botín a los sacerdotes del Oráculo de Delfos, esos mismos que tan sólo un par de años antes recomendaban neutralidad o sumisión frente a la invasión persa.
Poco después de esta victoria, la marina ateniense volvió a derrotar a los persas en Mícala, iniciando la fase final de la guerra con el contraataque griego y el repliegue persa hacia Asia Menor. Algunos autores consideran Platea el punto de inflexión en la contienda, afirmando que la victoria persa hubiera supuesto la orientalización de Grecia, en la cual no hubieran podido forjarse las bases de la futura civilización occidental. Eso nunca lo sabremos, lo que sí parece seguro es que allí murieron muchos miles de personas en lo que tuvo que ser una batalla épica digna de una buena partida de rol histórico.
Las Guerras Médicas afianzaron un sentimiento de unificación cultural helénica frente a la cultura oriental persa, sin embargo dicha unificación no fue política ya que poco después la polarización del poder griego entre los bloques ateniense y espartano llevó al estallido de la Guerra del Peloponeso. Pero esa es otra historia.

martes, 13 de julio de 2010

EL ESTANDARTE DEL CUERVO

Puesto que lo de echar partidas de vikingos se está convirtiendo en un imposible, voy a aprovechar este foro para presentaros a alguno de los pnjs con los que os podríais haber encontrado. Tengo el gusto de hablaros hoy de Ragnar Lodbrock, si bien os aviso que se trata de una visión muy subjetiva de este personaje, puesto que al fin y al cabo nada de lo que hay respecto a él es historia escrita fehaciente.
Se supone que Ragnar Lodbrock fue un rey sueco conquistador de Dinamarca, o al menos eso dice la Wikipedia. Yo supongo, más bien, que sería un señor de la guerra del sureste de la península de Escandinavia que se dedicó a saquear y conquistar, entre otros, parte de los actuales territorios daneses, allá por los siglos VIII-IX. El concepto de país o nación por aquella época no creo yo que estuviera muy asentado en aquellos lares. De hecho el concepto de rey, tal como lo conocemos hoy en día, tampoco estaba consolidado.
Sin duda debió tratarse de un pagano del recopón, que se dedicó a saquear territorios cristianos a gusto. Como al resto de sus camaradas vikingos, asaltar poblaciones cristianas mal defendidas debió suponer para Lodbrock una mezcla de grato entretenimiento y lucrativo oficio. Parece ser que fue prosperando y llegó a formar una gran flota con la que asoló la parte noroccidental del reino franco, llegando incluso a tomar París (que no pasaría de incipiente villa por entonces). Como buen vikingo, su negocio no sólo consistía en saquear poblaciones, sino en cobrar por no atacarlas.
En aquella época era muy difícil que estos señores de la guerra murieran de viejos en la cama, generalmente un exceso de acero, amigo o enemigo, solía llevárselos al Valhalla. La suerte de Lodbrock se agotó cuando decidió realizar una correría por Northumbria, que es esa zona del noreste de Inglaterra que linda con Escocia. Un rey local consiguió derrotarlo, capturarlo, y darle muerte arrojándolo a un pozo de serpientes venenosas. La leyenda cuenta que sus últimas palabras fueron que sus cachorros lo vengarían, y bien que lo hicieron, pues los hijos de Ragnar fueron un azote para los anglosajones.
Ivar, el sin huesos, Ubba y Halfdan Lodbrock, junto a Guthum el Viejo, formaron el Gran Ejército Danés que invadió Inglaterra a finales del siglo IX, conquistando Northumbria, fijando su capital en York, y expandiéndose rápidamente por el resto de los territorios ingleses. Diversas crónicas y sagas mencionan que los hermanos Lodbrock enarbolaban el mismo estandarte que su padre, usado por otros jefes vikingos también, un cuervo, símbolo de Odín. Si queréis saber más sobre estos hermanos y las correrías de este estandarte, ya sabéis donde vivo, echo partidas por encargo.

sábado, 10 de julio de 2010

Lord Carcasone

Como no hay rol, nos hemos conformado con jugar mi Ultima partida al Carcasone. Sí, la última porque en mi puta vida de primate voy a repetir esa jugada ni a llevarme ese PEDAZO DE CASTILLO de ciento y pico puntos. Como colofón lo he cerrado y me he llevado todas las mercancías lo que ha sentenciado la partida.

(Pinchando la imagen se ve más grande).
Al final victoria con 198 puntos aplicando mercaderes, cerditos, ingenieros, monigotes gordos, posadas y catedrales (y eso que era la primera vez que usaba algunas de esas reglas).

It's summertime. It's roltime

Hubo un tiempo en que la época de verano era sinónimo de partidas de rol. En el que los calores se sobrellevaban mejor acompañado de los colegas en torno a una mesa en la que evadirnos tirando dados y ser héroes o villanos.

En estos últimos días he tenido esa sensación de nostalgia rolera, momentos en los que paso por algún sitio y me acuerdo de que por ahí ibamos a jugar a tal o cual lugar, o me acuerdo de fulano o mengano con quien he jugado alguna partida.

Todos esos momentos parecen haberse perdido... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia.


Correto. Tengo ganas de partida. Tengo mono de ROL.

jueves, 8 de julio de 2010

Otra de "basurillas" plus

El "plus" se debe a que nos hace un tour por una zona peculiar de Nuevo Méjico. Para ambientar ;)
Advertencia, alto contenido de frikeces libertarias y otras locuras.

Documental : Guerreros de la basura
Sí, esta gente está pidiendo a voces que les dediquemos una comunidad postapocaliptica ;)