jueves, 23 de abril de 2015

Pasión por el Libro.

Duro fue lograr todo aquello que ahora tenía ante sí. Duro y azaroso. Al fin podía tomarse un pequeño respiro, aunque estaba claro que no en demasía. No podía ser de otro modo.

Cola de escorpión dorado, ralladura de raíz de malvavisco, extracto de sapo negro de los pantanos ... Mientras mezclaba los ingredientes de otra poción no puedo evitar recordar sus comienzos allá en la Torre de los Adeptos, en la Colina de la Hechicería. Años de duras prácticas oscuras que hubo de empezar como sirviente y lacayo de Adeptos veteranos para poder convertirse en uno de ellos, primero como aprendiz, luego como acólito y por último como aspirante. Años rebajándose y arrastrándose ante las vejaciones y abusos de sus maestros como parte de su formación. Años de esfuerzo y duro trabajo, pruebas ordálicas aún más duras y estudio denodado al son de los bastonazos en el costillar que se recibían en la Sala de los Lamentos donde se aprendían los rudimentos de las Artes Oscuras. ¡Ah! fue por entonces cuando descubrió aquel legajo, aquel texto maldito que le llevaría por el camino de su perdición.

Estambres de pasiflora, una pizca de sales volcánicas de más allá del sur, élitros de grillo cebollero y una pestaña de troll sacudidos y no agitados... Antes de su caída al inframundo se convirtió en un discípulo aventajado, superando tanto a los de su promoción que fue escogido para realizar el Sacrificio Ritual del Retrasado en el festival del Gran Ojo. Cada 3 años el aprendiz menos prometedor era sacrificado por sus colegas estudiantes en honor al Señor Oscuro, arrancando primero sus ojos y arrojándolos a un pozo de lava ardiente. Cuan lejos quedaba aquella época de satisfacción y orgullo, truncada por el mensaje misterioso que se cruzó en su carrera. Como parte de sus privilegios como Enucleador del Festival estaba un pase a la Biblioteca Arcana donde se guardaban no solo textos de alquimia, sino de todos los conocimientos y artes atesorados por los Hechiceros y demás sirvientes del Oscuro.

Patas impares de milpiés estriado, cinco gotas de bilis de olifante y deditos resecos de humano recién nacido amputados antes de su primera ingesta , mezclados en una tripa de vaca y colgado en noche de luna nueva de un cedro mancillado ... La Bóveda Recóndita contenía recetas asombrosas para elaboraciones increíbles. Paseó ansioso por sus cortos pasillos entre estantes ajados y polvorientos, recorriendo con su mirada hambrienta aquellos conocimientos en su corta estancia. Su premio y su maldición. Acarició con los pulpejos de sus dedos abrasados por las preparaciones alquímicas el canto del pergamino de la perdición. Aquel que contenía la marca de su sino, su terrible caída del puesto de honor que había conseguido con tanto esfuerzo, sudor, lágrimas y sangre tanto suyos como de otros. Maldita fuera la hora en que aquel rollo le atrajo y le sedujo. Con tantas y tantas otras obras que estudiar fueron a parar sus manos a aquel maldito libro. Había encontrado un Códice de los Elementos en la Elaboración de Pociones de Ungerthrok y tenía abierto el Tratado de Seres que se Arrastran y Trepan sobre Muchas Patas para Destilar Pócimas y Ponzoñas. A la luz parpadeante de una vela negra de sebo de humano, las únicas permitidas en aquel recinto malvado, bebía de sus párrafos con avidez ahumado por el olor acre de la vela que atufaba la estancia mientras se consumía a la par que su tiempo allí, una cuenta atrás goteante. Fue entonces que topó con aquel otro legajo enrollado y precintado con lacre oscuro. Desoyendo las advertencias e instrucciones que le fueron dadas antes de adentrarse en la catacumba que llevaba a la Bóveda Prohibida abrió un texto vetado.

Cristales de cuarzo triturados, tintura de caparazón de cochinilla azul de allende las estepas, corteza de sauce ensangrentado y jugo del fruto de la palmera espinosa, removido con una pluma de crebain alicojo y tuerto... No podía apartar las palabras de su torturada mente desde que las leyó con osadía. Le asaltaban día y noche, acuciando, solícitas, exigentes. Tenía que comprender aquel enigma, tenía que volver a poseer el texto maldito para devorar sus enseñanzas. Durante las largas jornadas a pie de crisol se distraía pensando en los signos que había vislumbrado y le recorrían escalofríos, náusea y estremecimientos varios que sacudían su torturado cuerpo así como su alma aún más pervertida. Ni los más horribles vapores tóxicos habían conseguido antes que cejara en sus tareas de aprendizaje o apartarle de sus obligaciones como ayudante en las ceremonias y preparaciones. Pero aquel descubrimiento le rondaba, le acechaba y no le dejaba en paz ni en los momentos de máxima tensión. Bastonazos y más bastonazos fueron la respuesta de sus maestros que advirtieron en seguida la merma de su rendimiento. Cuando no puedo contenerse y escaparon de sus cuarteados labios algunas de las palabras heréticas sobre lo que había descubierto le fue aplicado un castigo más severo junto con la degradación. Su paso por el Salón de Reforma y las torturas que allí se aplicaban debieran haberle disuadido y reorientado hacia el camino debido. Mas no podía desoír aquellas palabras que le abrasaban en la mente y siguió cayendo en su ruina, cada vez más obcecado, más poseído y menos eficiente para sus maestros. Pasaron de los bastonazos a los frecuentes latigazos mientras que de los demás estudiantes llegó el escarnio y la venganza por la envidia reprimida. De la Fila de Borde de Caldero pasó a la de los Sobre-chepa y después cayó en la desgracia de los Catadores. Finalmente los golpes, llagas e intoxicaciones se cebaron en su salud y cayó enfermo y cada vez más desvalido. No obstante, seguía obsesionado con aquel conocimiento que había vislumbrado y no le importaban las palizas que recibía de sus antiguos competidores ahora que era un paria de última fila.

Después vino el tiempo de su diáspora, la huida sin un destino claro, el esconderse y permanecer invisible a los Hechiceros, a los Maestros Sacerdotes y a toda la curia Dol-gulduriana. Se escapó, sí. Pero no sin antes cometer un sacrilegio imperdonable, profanando la cripta donde se escondía su ansiado tesoro y poniendo sus garras sobre él. Hubo de recurrir a sus mejores recetas y armarse de sus mejores pócimas y venenos para alcanzar su deseada recompensa. Nunca destacó especialmente en la brujería de conjuros pero también recurrió a su arsenal mágico más dañino para lograr su ansiado objetivo. Con temeridad, ignorando deliberadamente que aquello podría alertar al Ojo Único y atraer su atención abrasadora. Nada importaba con tal de conseguir su propósito, su texto impío, herejía demoníaca. Muchos fueron los custodios que eliminó o lisió en su robo. Mató, mutiló, cegó y enloqueció a cuanto ser viviente o muerto se le interpuso. Desgarró gargantas con su daga sacrificial con artimañas y a traición. Roció con sus ponzoñas a los vigilantes o les introdujo drogas perversas de mil maneras para deshacerse de ellos. Exorcizó guardianes espectrales desterrándolos a planos olvidados e indujo a la locura a sus compañeros de celda con conjuros malsanos para mantenerlos alejados. Todo con un único fin. Poseer aquello que más deseaba. Aquello que ansiaba. Su Precioso.

(Feliz Día Del Libro).

sábado, 18 de abril de 2015

Leyenda Negra del Claro del Bosque Negro

Un enorme y majestuoso roble presidía el claro elevándose por encima de la cubierta en varias millas a la redonda. Sus ramas dominaban a todas las demás Olvar bajo ellas. Durante más de mil años su hegemonía no tuvo oponente alguno. Hasta que llegó al Bosque una presencia ominosa que no admitía rival. El Tenebroso Hechicero que se asentó en la colina en poniente mandó a sus esbirros a acabar con el desafiante y verdoso gigante en cuanto tuvo ocasión. Acudieron con hachas y sierras a derribar el orgullo del bosque y durante noches intentaron abatir a este. Treparon a sus ramas para talar estas y arrasaron sus hojas. Encendieron fuegos donde quemaban todo durante la noche y las columnas de humo se elevaban todo el día mientras ellos se escondían en las sombras.

El tronco, sin embargo, se resistió. Una y otra vez golpearon con sus hachas la corteza ennegrecida por el hollín y una y otra vez el terco roble melló sus filos y astilló sus astiles. Cansados y enfadados los trasgos volvieron y suplicaron ayuda a su Oscuro Amo a pesar del temor al castigo por su fracaso. Su ira no solo cayó sobre ellos sino que tras castigarles envió a uno de sus trolls a por el roble, capitaneada la expedición por uno de sus secuaces más capaces, un numenoreano negro vil y mezquino como solo saben ser los de su estirpe. Un troll malvado azuzado por un traicionero comandante y ni aun así lograron su propósito. Pues su maldad se volvió contra ellos en el seno del bosque ya que intentaron llevar un presente a su Señor Oscuro. Tras arrancar planchas de la corteza intentaron desgajar el gran tronco recolgados de las heridas leñosas y así obtener una veta de madera fina que ofrendar al Maligno a la vez que acortaban la faena. Sin embargo su estupidez y pereza les traicionaron, cayendo el troll y partiéndose el cuello junto con la enorme tabla. Esto fue posible solo con la ayuda de un repentino vendaval que azotó las alturas y agitó el Bosque. El numenoreano negro, fuera de sí, hizo que los trasgos prendieran los restos del roble y él en persona maldijo aquel fuego destructor mientras se quemaba el roble, no sin antes inmolar a los mismos trasgos en la pira. Después lanzó un maleficio de olvido sobre el lugar para que nadie supiese llegar a él y así borrar su fracaso. El roble quedó mutilado y solitario, leñoso cadáver que nadie podría hallar. Su figura ya no ofendería al Nigromante y el negro capitán contó sus mentiras sobre un troll enloquecido que atacó a los trasgos para devorarlos.

Desde entonces el enorme tocón permanece solitario en medio de un claro devastado donde ninguna planta se atreve a crecer de las cenizas del grandioso roble.