No está claro qué sucedió en Roswell. Ni siquiera como denominarlo. ¿Fue un accidente casual o fue un derribo intencionado por los norteamericanos? Si esta hipótesis fuese cierta ¿se actuó en defensa propia o se trataba de una trampa? ¿Qué pudo atraer a los visitantesa ese lugar?
Para responder solo a algunas de estas incógnitas tenemos que situarnos unos años antes.
Muchos son los indicios que sugieren que los primeros contactos de los visitantes en el siglo XX pudieron tener lugar con la entonces pujante nación germánica. Desconocemos si fue colaboración o un mero golpe de suerte que permitió al Reich acceder a tecnologías rompedoras en aquella época, tal vez fruto de los restos de un siniestro de alguna aeronave extraterrestre en misión de exploración. Ya se ha comentado aquí que el conflicto que asoló el mundo por entonces permitió en sus primeros momentos un aumento de la actividad de los vistantes, aprovechando la confusión imperante en la contienda. Sus drones espías tantearon la capacidad de ambos bandos en repetidas ocasiones:
“foo- fighters”
Si alguno de estos fue derribado y capturado por los nazis o si esta eventualidad forzó algún oscuro pacto con el megalómano líder germano, no lo sabremos ya. Solo podemos especular que en algún momento los científicos alemanes accedieron a conocimientos que impulsarían su investigación bélica de forma inimaginable para su época*.
Estos conocimientos llegaron demasiado tarde para los nazis y su causa sucumbió. Pero esa tecnología había caído ya en manos humanas mientras se desarrollaban otras aún más potentes que sorprendieron incluso a los invasores. Quien sabe si la llave que abrió este conocimiento vino precisamente de alguna de las capturas. Como queda dicho en entregas anteriores, la irrupción de la tecnología nuclear supuso un varapalo a los planes de los invasores y un respiro para la ingenua humanidad.
Los conocimientos estaban ahí, en los científicos alemanes. El programa secreto “Paperclip” llevó a esas mentes a buen recaudo tras la guerra. Lo mismo daba que fuesen desertores dispuestos a colaborar con los vencedores o que mantuviesen indemne su ideología y continuasen siendo fervientes nazis (algunos incluso criminales de guerra). Lo único que importaba en aquel momento parecía ser apoderarse de esa tecnología futurista y asombrosa. Todos los antiguos “aliados” se afanaban en cosechar a sus propios cerebros nazis a cualquier precio.
Casualmente muchos de ellos fueron a parar a las bases de Nuevo Méjico, generando una alta densidad de eminencias científicas por metro cuadrado. Se investigaba mediante ingeniería inversa armamento nazi para cohetería V2, biología aplicada a astronáutica derivada de experimentación con humanos en campos de concentración (proyectos de lanzamientos de gran altitud “High Dive” y “Excelsior”), espionaje estratosférico como el proyecto “Mogul”, tal vez todos inspirados por el legendario proyecto Sonnengewehr, el programa Vril y los míticos prototipos de la serie RFZ-I -VI y Haunebu-II de la carrera espacial militar nazi.
Así llegamos al momento de la postguerra en que se produjo el incidente de Roswell.
Casualmente el único lugar del mundo donde se podía encontrar por aquel entonces reunidos radares, misiles derivados de las V2, tecnología de propulsión a reacción y armamento nuclear era Nuevo Méjico. Porque al fin y al cabo, los planos incautados en el macrosubmarino alemán U-234 para construir V2 nucleares en territorio japonés, componentes para esas bombas, su carga de 560 kg de óxido de uranio (U-235), junto con dos Messershmit 262 desmontados y otra documentación técnica también acabaron en Nuevo Méjico. El mismo Nuevo Méjico que vió la primera detonación del proyecto Manhattan en Alamogordo.
Como la suculenta miel, esta conjunción atrajo a las moscas, venidas del espacio exterior.
*[Compruebese aquí mismo algunos en la serie de posts de “Armas de un futuro pasado”]
viernes, 2 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Moscas "cabezonas", evidentemente.
Publicar un comentario