MADERA CONTRA ACERO (i).-
“Sean el oro y la plata los únicos metales que labren y fundan los siervos. Que no esgriman hierro o acero o aun bronce si este es afilado” (Fuero de los siervos. Bosque de las estelas)
Una senda que atraviesa los bosques suele nacer a partir de rutas abiertas por grandes animales en su deambular, sin más razón que su instinto. Poco a poco se va a ensanchando hasta que alguien repara en ella y la transforma en camino, alineando hitos a su longitud y, tal vez, afirmando un poco el terreno, que no obstante sigue siendo el que jabalíes, corzos o enormes ciervos astados cruzaron en busca de manantiales, árboles frutales o piedras que rezuman sal. Es por ello que cuando la comitiva a caballo recorría a trote veloz la polvorienta vereda que atraviesa la espesura de Tanen no pudo prever los peligros que acechaban tras un recodo de su camino.
Los cinco jinetes que en su rápida marcha quebraban la melodía del bosque con el insistente tintineo de las recias lorigas apenas disimuladas bajo sus gruesas capas avanzaban devorando la distancia a paso voraz --¿quién necesita ser precavido cuando se lleva al costado un afilado acero? En un instante la montura del confiado y presuroso guerrero que encabezaba la marcha relinchó ahogando incluso el ruido del metal mientras caballo y jinete rodaban por el suelo. Los dos siguientes tuvieron el mismo destino, y apenas los dos últimos consiguieron saltar el inesperado obstáculo, una soga casi imperceptible que cortaba el camino. Rápidamente las manos esgrimieron las espadas y los gritos de los compañeros caídos al suelo fueron apenas rotos con el silbar de las saetas que de las cercanas copas comenzaron a llover. Uno de los jinetes se sobrepuso a la situación y clavando espuelas emprendió la marcha, mientras el otro de los que quedaban montados encaraba a las figuras que de la espesura surgían portando horcajos, bastones y mazas. Una sola palabra cruzó la mente del jinete, transformándose en un grito de advertencia tardío: ¡proscritos!
Empuñando la espada, domeñando a duras penas al caballo su bautismo de combate no estaba siendo como el joven Edward había imaginado. Apenas lograba eludir un bastonazo desviándolo con su acero, otros diez daban en su cuerpo, acorazado pero no invulnerable. Los relinchos de su montura y el rugir de decenas de gargantas adornaban la sinfonía de metal cortando madera y madera percutiendo acero. Apenas había reparado en los proyectiles que le habían golpeado si bien la abundante sangre que hacía resbaladizo el cuello del palafrén denotaba que éste no había tenido tanta suerte: hoy morirían ambos—pensó. No obstante, no serían los únicos ya que al menos tres rufianes habían sido mordidos por su acero. De repente sintió un golpe en la espalda, no fue doloroso si bien intuyó que estaba perdido cuando notó la torsión que le haría inexorablemente descabalgar y frente a la cual no tenía defensa alguna. En un ataque de rabia, con un fuerte tirón de bridas, logró zafarse de la presa merced a que la encabritada montura con sus últimas fuerzas hizo que los temerosos atacantes se retiraran unos centímetros, con la certeza de que el tiempo está de su lado. Sin embargo Edward era consciente que cada minuto que pudiera resistir era tiempo que le daba al ahora solitario correo para proseguir su camino hacia la guarnición del norte. Espoleado por ese pensamiento más aun que los costados de su ya moribundo caballo logró abatir a otros dos proscritos antes de tener que poner pie a tierra y apenas lograron que descabalgara los golpes se hicieron más certeros y potentes. Los bastones dejaron paso a las mazas y de repente probó el sabor de la sangre en su boca. El golpe que recibió en el yelmo fue tan brutal que sintió perder la consciencia al tiempo que resonaba el impacto en el caso rúnico que, con el eco de un tañer de campana, salió despedido de su dueño. Después, las tinieblas.
2 comentarios:
¡Ya te digo! Es que un +4 al ataque y -4 a los ataques recibidos solo por ir montado hacen mucho.
Por cierto, maese Dagoberto, su identidad ha levantado curiosidad entre algún visitante ;-)
Cuando uno tiene que recurrir a la penumbra para garabatear unas líneas aprende a ser cauteloso sobre su identidad, pero no creo que para los habitantes del páramo resulte difícil averiguarla... :P
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