domingo, 22 de mayo de 2011

El tío, el sobrino y el primo del cuñado (II).

El padre de Luis I el Grande, de Hungría, Carlos I Roberto, al que ya conocemos por imaginarlo con los ojos como platos al verse venir encima a Feliciano Zách espada en mano, firmó un acuerdo con el duque Carlos de Calabria por el cual una hija de aquél, Juana, y su hijo menor Andrés, se casarían y ambos serían nombrados herederos al trono siciliano. Sin embargo, tras la muerte de Carlos Roberto y con el ascenso al trono de Luis I, Carlos de Calabria decidió cambiar lo acordado y designar a su hija Juana como única heredera al trono de Nápoles. Por ello, a su muerte los nobles sicilianos nombraron a Juana I reina de Nápoles por su propio derecho, con apoyo del Papado, ignorando las aspiraciones de su esposo Andrés de Hungría quien pretendía su propia coronación y no sólo la figura de consorte.

Este hecho aislado, aun siendo grave, no fue lo que motivó el posterior ataque de Luis I a Sicilia, sino más bien el que algunos sicilianos, por orden de Juana, le echaran un lazo al cuello y lo colgaran de un balcón, arrojando luego su cadáver a una letrina. La primera campaña de Luis se inició en 1347, pero la aparición de la Peste Negra en 1348 fue un buen motivo para suspenderla y regresar a casa. En 1350 lanzó una segunda campaña de invasión a Sicilia, que si bien le dio la victoria militar, supuso una pírrica victoria política ya que la distancia con la isla era tan grande, y el apoyo local tan escaso, que tuvo que aceptar mantener a Juana como reina, perdurando el clima hostil entre ambos reinos pese a la firma de la paz.

Otro escenario constante de lucha para Luis I el Grande fue la frontera veneciana y la lucha por el control del estratégico puerto de Zara. Hasta tres campañas lanzó Luis contra Venecia, para regocijo de genoveses, austríacos y checos, hasta que en 1381 consiguió el control sobre toda Dalmacia.

A finales del siglo XIV se expande por Oriente Medio el Imperio de Tamerlán, lo que, entre otros factores, hizo que los incipientes turcos otomanos centraran su expansión territorial hacia el oeste, presionando al debilitado Imperio Bizantino al que terminarían absorbiendo un siglo después. El emperador bizantino, Juan V Paleólogo, un verdadero malabarista de la diplomacia, coqueteaba por entonces con convertir a Bizancio al Catolicismo con tal de conseguir apoyo de las naciones europeas contra los otomanos. Luis I de Hungría fue uno de los reyes dispuestos a mostrar este apoyo con tropas, sin embargo, el acuerdo no se concretó por desavenencias personales y religiosas. De todos modos, Luis I el Grande tuvo que batallar contra los turcos otomanos de Murad I, que habían invadido Tracia, Serbia, Bulgaria y Valaquia, y amenazaban con continuar su expansión por el resto de los Balcanes hacia la frontera húngara. Los combates no fueron determinantes y el enfrentamiento otomano-húngaro se prolongó con idas y venidas durante los siglos siguientes.

Luis I el Grande murió sin descendientes varones, siendo sucedido en Hungría y Polonia por dos de sus hijas, María y Eduviges, rompiéndose así la unión personal de ambos reinos. Ambas mujeres tuvieron unos reinados breves y azarosos, cayendo a su muerte los reinos bajo la esfera de control de sus poderosos maridos, Segismundo de Luxemburgo y Vladislao II Jagellón de Polonia. Hungría caería así bajo la influencia del Sacro Imperio Romano Germánico y Polonia bajo la del Gran Ducado de Lituania. Un primo de este Vladislao II, rey de Polonia y cuñado de Luis I, se convirtió en gran duque de Lituania y fue conocido también por el calificativo de “el Grande”, si bien para ello tuvo que apañárselas para salir victorioso de una guerra civil con su propio primo, como veremos en el artículo siguiente.

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