A comienzos del siglo XVI el Imperio Timúrida instaurado por Tamerlán durante el siglo XIV en Oriente Medio, se encontraba ya en franca descomposición. Babur, un bisnieto de este singular líder, harto de guerrear infructuosamente, decidió hacer los bártulos y desplazarse al sur en busca de una zona más tranquila donde asentarse. Babur significa “tigre”, lo que no se si vino antes o después de que reuniera a doce mil hombres y un tren de artillería, y decidiera que en todo caso no iba a irse a la India solo. Fue el comienzo del futuro Imperio Mogol, que no debemos confundir con el Imperio Mongol de los siglos XIII y XIV que instauró Gengis Kan, si bien la raíz de ambos términos es la misma, mogoles es como llamaban en la India a los mongoles.
Babur derrotó a varios ejércitos hindúes, entre ellos uno de hasta doscientos mil hombres, aunque a mí personalmente estas cuentas me parecen un poco desproporcionadas. No pudo disfrutar mucho de sus victorias pues falleció al poco tras una vida de continuo guerrear. Su hijo, Humayun también se pasó la vida batallando, incluso una parte de ella exiliado en Persia porque le tocó lidiar con unos afganos bastante durillos de pelar. Sería finalmente su hijo Akbar quien consolidaría el poder mogol en el norte de la India, no sólo militarmente sino también política y administrativamente.
Yalaluddin Muhammad Akbar tenía trece años cuando falleció su padre, en 1556, y quedó bajo la regencia de un competente pero ambicioso regente. El joven Akbar aprovechó la estabilidad que le ofreció el regente y luego, antes de que aquél aspirara a más, lo mandó ejecutar. El espaldarazo a su nuevo gobierno lo dio una contundente victoria militar sobre tropas hindúes. A lo largo de los siguientes 40 años Akbar el Grande no dejó de expandir sus fronteras a costa de los principados hindúes limítrofes, anexionando grandes ciudades como Guyarat o Bengala. En estos años de lucha destaca su victoria en el asedio del fuerte Chittorgarh, al más puro estilo europeo, con uso baterías de artillería para abrir brechas y excavado de minas, donde fueron masacrados más de veinte mil civiles.
Este líder mogol destacó por su incansable capacidad de trabajo, se dice que dormía tres horas diarias, supervisaba personalmente todos los aspectos de su gobierno y supo alejarse de la meliflua influencia de nobles y cortesanos, incentivando la promoción personal basada en las habilidades propias y no en la casta social. Sus victorias militares fueron acompañadas de la implementación de un sistema administrativo que perduró en la zona hasta el siglo XVIII, en el cual las funciones tributarias quedaban claramente separadas de las políticas y militares, a la vez que los cargos eran remunerados con dinero, no en tierras hereditarias, con lo cual consiguió mantener un férreo control del poder al evitar la aparición de burócratas que acumularan excesiva influencia.
Aunque estas medidas fueron sabias y funcionales, no creáis por ello que Akbar era un erudito, era por el contrario una persona analfabeta con un gran sentido común y una enorme capacidad de liderazgo, que se convirtió en mecenas de artistas y que solía rodearse de personas letradas y líderes espirituales de diverso credo con el fin de discutir con ellos asuntos de todo tipo. Como anécdota, os comento que fue en la corte de Akbar el Grande donde surgió el parchís, siendo el tablero actual con forma de cruz una representación del original, que no fue otro que el jardín del palacio del emperador, donde jugaban con fichas vivientes, es decir, con chavalas buenorras en el lugar de las fichas. Mogoles pero no tontos.
La capital del imperio se situó en Agra, tras un intento fallido de construir una nueva capital en Fatehpur Sikri, proyecto fracasado por falta de agua en la zona, pero que nos ha dejado una ciudad fantasma estupenda para la arqueología.Donde mayores problemas de gobierno tuvo Akbar el Grande fue en materia religiosa, ya que quiso instaurar un sistema de tolerancia religiosa que chocó de lleno con el radicalismo imperante entonces, tal como hoy en día. El líder mogol intentó facilitar la convivencia entre el pueblo hindú y los gobernantes musulmanes, creando una nueva religión mixta, la Din-i-Ilahi, pero esto resultó impracticable. Para colmo, dos de sus hijos se le murieron jóvenes y el tercero era un borracho incompetente que abrazó la ortodoxia islámica echando por tierra la labor conciliadora cultivada por Akbar, persistiendo el enconado conflicto religioso.
De forma paralela a la instauración del Imperio Mogol en el norte de la India, surge en Irán el Imperio Safávida, de manos de una dinastía de sahs chiitas que consiguieron resistir los ataques de sus vecinos sunnitas, uzbecos y otomanos. Entre estos líderes iraníes destacó Abás el Grande, quien accedió al trono en 1588 por el expeditivo procedimiento de encarcelar a su padre y cortar alguna que otra cabeza. El nuevo sha tenía bastante claro lo que quería y como conseguirlo, así que se puso a ello con paciencia y decisión: firmó la paz con los otomanos a cambio de amplias cesiones territoriales y dedicó varios años a formar un potente ejército permanente antes de lanzarse contra los uzbecos. Este ejército lo financió retomando el control de las provincias controladas antes por gobernadores que filtraban lo que llegaba al tesoro real, y el orden de batalla del mismo estaba compuesto por cuerpos de infantería formados por campesinos musulmanes y por escuadrones de caballería de cristianos provenientes del Cáucaso.
En 1597 se lanzó a la ofensiva y venció en diversos combates a los uzbecos, quienes tuvieron que replegarse más allá del río Amu Daria. De paso, Abás le dio un tijeretazo a territorio ruso y decidió trasladar la capital a Ispahán. El siguiente paso era meterle mano a los otomanos, pero para ello el líder iraní sabía que tenía que prepararse aún mejor, procediendo a una reforma aún más profunda de su ejército en el que introdujo de forma masiva arcabuces y cañones. En esta modernización militar participó como asesor Robert Shirley, un aventurero inglés, quien sirvió además de embajador del sha en Europa. Los hermanos Shirley, Robert, Anthony y Thomas, merecen una mención especial porque encarnan el estereotipo de sir inglés espabilado que saca tajada de las relaciones con Oriente, los tres se pasaron gran parte del siglo XVI mangoneando entre Persia e Inglaterra, a la cual le interesaba tener a gente así pinchando a los otomanos sin dar mucho la cara.
Con un potente y renovado ejército a su disposición y un sultán bastante inútil enfrente, las victorias persas se sucedieron y Abás el Grande se hizo con el control de amplios territorios otomanos, anexionando Georgia, Azerbaiyán, el Kurdistán y la práctica totalidad del actual Irak. La colaboración con los ingleses se concretó aún más al participar la Royal Navy en la conquista de la isla de Ormuz y la ciudad de Bandar Abbas, las cuales pertenecían a los portugueses y eran la llave del estratégico Estrecho de Ormuz, accediendo con total libertad a partir de entonces al Golfo Pérsico los mercantes de Su Majestad Británica y otras monarquías europeas.
El Sha Abás mantuvo el orden en su imperio con bastante solvencia, no temblándole el pulso, por ejemplo, para sofocar una revuelta en Georgia en la que ordenó ejecutar a sesenta mil personas y deportar a otras cien mil, quitando por un tiempo en Tiflis las ganas de independencia. Esta mano dura la aplicó también en su propia familia, a la que mantuvo custodiada siempre para evitar traiciones, llegando a asesinar a su hijo mayor, por si se le ocurría hacer a él lo mismo antes.
En otro orden de cosas, Abás el Grande gobernó mejorando la gestión administrativa, aplicando cierta tolerancia religiosa y fomentando las artes. Para finalizar, cabe destacar que el sha mantuvo relaciones diplomáticas con la España de Felipe III, llegándose a organizar entre ambas potencias ataques combinados a territorio otomano.
lunes, 12 de septiembre de 2011
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1 comentario:
Solo por los topónimos ya merece leerse el artículo: derroche de exotismo que lo hacen a uno fantasear.
Y qué desconocida tenemos la historia de esa parte del mundo.
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