El pasado 15 de noviembre se inauguró en Madrid, en las inmediaciones de la
Plaza de Colón, una estatua en honor de Blas de Lezo y Olavarrieta, que al
parecer fue un marino español importante. La erección del monumento se debe a
la iniciativa privada, habiéndose constituido una asociación sólo con esa
finalidad, la cual ha recabado donaciones de particulares para financiarlo y a
la que luego algunos políticos han tenido el detallazo de dejar un huequito en
el acto de presentación. Incluso antes de su inauguración, la estatua ya había
recibido las críticas de otros políticos y apostaría a que en breve se generará
también algún movimiento social para exigir su retirada.
¿Pero quién fue Blas de Lezo? Pues fue un militar, un marino guipuzcoano
nacido a finales del siglo XVII y que a juicio de muchos expertos ha sido uno
de los más grandes estrategas de la historia naval española, que no es breve.
Se crió en el seno de una familia de veteranos marinos, recibiendo formación en
Francia y enrolándose como guardiamarina con tan sólo 12 años en un buque
francés. Esto se explica porque en aquella época, los primero años del siglo
XVIII, España y Francia eran aliadas en plena Guerra de Sucesión, en la cual
terminó imponiéndose el pretendiente borbónico, el futuro Felipe V, antecesor
directo, por cierto, del principal personaje que fue a inaugurar la referida
estatua, muleta en ristre.
El combate naval más significativo de aquella contienda fue la batalla de
Vélez-Málaga, en 1704, donde ingleses y franco-españoles, se repartieron un
buen puñado de cañonazos, llevándose uno de ellos por delante media pierna izquierda
de Blas de Lezo. A pesar de este contratiempo, el joven oficial siguió
sirviendo en la Armada durante toda la guerra, acumulando ascensos a medida que
iba demostrando su valía en sucesivos episodios tales como burlar bloqueos
navales enemigos, capturar numerosos navíos e incluso defender fortalezas
costeras.
Precisamente en una de estas últimas acciones, durante la defensa del
sitio de Tolón, en 1707, perdió su ojo izquierdo en acto de servicio. Estas
pérdidas corporales no le impidieron, pocos años después, capturar un navío de
la Compañía Británica de las Indias Orientales de 70 cañones, con una fragata la
mitad de grande. Lo de vencer a fuerzas superiores lo hizo este hombre
bastantes veces en su vida de marino y, según creo, no debe ser algo muy fácil
ni frecuente.
A finales de la Guerra de Sucesión, apenas una década después de haberse
alistado y habiendo subido por el escalafón hasta el grado de capitán de navío,
participó en el asedio a Barcelona, la cual se opuso en este conflicto al
nombramiento como rey de Felipe de Anjou, bisnieto de otro Borbón gabacho, un
tal Luis XIII, a los cuales los barceloneses habían nombrado conde y su rey 73
años antes. Pero esa es otra historia. Finalmente, el 11 de septiembre de 1714,
fecha que se conmemora actualmente como la Diada de Cataluña, caía la ciudad y
la simbólica aportación de Blas de Lezo a aquel evento ha sido motivo
suficiente para tocar la vena patriota a algunos políticos catalanes que,
indignados, han pedido la retirada del monumento con la que empecé este
escrito. Héroe o villano, lo que sí dejó en este asedio Blas de Lezo fue su
antebrazo derecho, hecho un gurruño de un mosquetazo. Esta costumbre que tenía
el hombre de ir mutilándose a poquito le granjeó el sobrenombre de
“Medio-hombre”, a la vez que abarataría, siglos después, el coste de
realización de sus estatuas al necesitarse menos bronce.
La última aportación de Blas de Lezo a la Guerra de Sucesión fue la toma de
Mallorca, pasando después a prestar servicio en el Caribe y Sudamérica,
realizando allí operaciones antipiratería. En 1730 vuelve a cambiar de
escenario laboral, realizando diversas operaciones navales en el Mediterráneo,
de entre las cuales la más significativa fue la conquista de Orán. Allí no
perdió ninguna parte de su cuerpo, se ve que no le hizo falta.
Tras este episodio fue nombrado comandante general de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, un
importante enclave colonial en el cual tendría lugar uno de los más importantes
episodios de la Guerra del Asiento, o Guerra de la Oreja de Jenkins para los
guiris, la cual quedaría englobada como un escenario menor de la Guerra de
Sucesión Austríaca. Resumiendo: los ingleses le querían dar un bocado a los
territorios coloniales españoles, que por aquella época era un deporte nacional
tan valorado como la caza del zorro. O más.
Para la conquista de este enclave los ingleses, británicos ya por aquél
entonces, organizaron la mayor flota naval jamás vista. Mayor que aquella a la
que ellos mismos llamaron la Armada Invencible, y no superada hasta el Desembarco
de Normandía. Al mando de la empresa, Jorge II, puso al vicealmirante Edward
Vernon, aún exultante por su reciente saqueo de Portobelo.
Podría relatar el Sitio de Cartagena de Indias, el cual duró más de un mes,
explicando cómo los ingleses fueron machacando los fuertes exteriores de la
bahía hasta conseguir entrar en ella, momento en el cual despacharon un correo
a Londres informando de su victoria, comenzando ya a circular monedas
conmemorativas de la misma.
Podría relatar como desembarcaron y no fueron
capaces de tomar las últimas fortificaciones bajo control de los españoles,
quienes no sólo se defendieron sino que incluso contraatacaron. Y podría
explicar cómo finalmente los británicos tuvieron que embarcar de vuelta a la
Pérfida Albión, hambrientos y lastrados de enfermos, el 20 de mayo de 1741, dejando
tras de sí unos 10.000 muertos y más de 1.500 cañones.
Pero para no perderme en detalles literarios, voy a recurrir a las
matemáticas para definir lo que allí pasó. Británicos: 186 buques, con 27.600
hombres. Españoles: 6 buques y 3600 hombres. Con un 13 % de hombres, Blas de
Lezo infringió a Vernon una derrota de tal calibre que permitió a los españoles
mantener el control del Caribe durante más de medio siglo.
¿Son buenas las guerras? No ¿Existen las guerras? Sí. ¿Seguirán existiendo
en el futuro? Pues no lo sé, pero hasta que dejen de producirse preferiría
tener de mi lado a jefes como Blas de Lezo, que enfrente. ¿Y están bonitos los
jardines con estatuas? Sí. ¿De personajes históricos? A mí me gustan.
1 comentario:
Buena entrada, como siempre.
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