lunes, 24 de noviembre de 2014

La estatua de Blas de Lezo.

El pasado 15 de noviembre se inauguró en Madrid, en las inmediaciones de la Plaza de Colón, una estatua en honor de Blas de Lezo y Olavarrieta, que al parecer fue un marino español importante. La erección del monumento se debe a la iniciativa privada, habiéndose constituido una asociación sólo con esa finalidad, la cual ha recabado donaciones de particulares para financiarlo y a la que luego algunos políticos han tenido el detallazo de dejar un huequito en el acto de presentación. Incluso antes de su inauguración, la estatua ya había recibido las críticas de otros políticos y apostaría a que en breve se generará también algún movimiento social para exigir su retirada.

¿Pero quién fue Blas de Lezo? Pues fue un militar, un marino guipuzcoano nacido a finales del siglo XVII y que a juicio de muchos expertos ha sido uno de los más grandes estrategas de la historia naval española, que no es breve. Se crió en el seno de una familia de veteranos marinos, recibiendo formación en Francia y enrolándose como guardiamarina con tan sólo 12 años en un buque francés. Esto se explica porque en aquella época, los primero años del siglo XVIII, España y Francia eran aliadas en plena Guerra de Sucesión, en la cual terminó imponiéndose el pretendiente borbónico, el futuro Felipe V, antecesor directo, por cierto, del principal personaje que fue a inaugurar la referida estatua, muleta en ristre.

El combate naval más significativo de aquella contienda fue la batalla de Vélez-Málaga, en 1704, donde ingleses y franco-españoles, se repartieron un buen puñado de cañonazos, llevándose uno de ellos por delante media pierna izquierda de Blas de Lezo. A pesar de este contratiempo, el joven oficial siguió sirviendo en la Armada durante toda la guerra, acumulando ascensos a medida que iba demostrando su valía en sucesivos episodios tales como burlar bloqueos navales enemigos, capturar numerosos navíos e incluso defender fortalezas costeras.
Precisamente en una de estas últimas acciones, durante la defensa del sitio de Tolón, en 1707, perdió su ojo izquierdo en acto de servicio. Estas pérdidas corporales no le impidieron, pocos años después, capturar un navío de la Compañía Británica de las Indias Orientales de 70 cañones, con una fragata la mitad de grande. Lo de vencer a fuerzas superiores lo hizo este hombre bastantes veces en su vida de marino y, según creo, no debe ser algo muy fácil ni frecuente.

A finales de la Guerra de Sucesión, apenas una década después de haberse alistado y habiendo subido por el escalafón hasta el grado de capitán de navío, participó en el asedio a Barcelona, la cual se opuso en este conflicto al nombramiento como rey de Felipe de Anjou, bisnieto de otro Borbón gabacho, un tal Luis XIII, a los cuales los barceloneses habían nombrado conde y su rey 73 años antes. Pero esa es otra historia. Finalmente, el 11 de septiembre de 1714, fecha que se conmemora actualmente como la Diada de Cataluña, caía la ciudad y la simbólica aportación de Blas de Lezo a aquel evento ha sido motivo suficiente para tocar la vena patriota a algunos políticos catalanes que, indignados, han pedido la retirada del monumento con la que empecé este escrito. Héroe o villano, lo que sí dejó en este asedio Blas de Lezo fue su antebrazo derecho, hecho un gurruño de un mosquetazo. Esta costumbre que tenía el hombre de ir mutilándose a poquito le granjeó el sobrenombre de “Medio-hombre”, a la vez que abarataría, siglos después, el coste de realización de sus estatuas al necesitarse menos bronce.

La última aportación de Blas de Lezo a la Guerra de Sucesión fue la toma de Mallorca, pasando después a prestar servicio en el Caribe y Sudamérica, realizando allí operaciones antipiratería. En 1730 vuelve a cambiar de escenario laboral, realizando diversas operaciones navales en el Mediterráneo, de entre las cuales la más significativa fue la conquista de Orán. Allí no perdió ninguna parte de su cuerpo, se ve que no le hizo falta.

Tras este episodio fue nombrado comandante general de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, un importante enclave colonial en el cual tendría lugar uno de los más importantes episodios de la Guerra del Asiento, o Guerra de la Oreja de Jenkins para los guiris, la cual quedaría englobada como un escenario menor de la Guerra de Sucesión Austríaca. Resumiendo: los ingleses le querían dar un bocado a los territorios coloniales españoles, que por aquella época era un deporte nacional tan valorado como la caza del zorro. O más.

Para la conquista de este enclave los ingleses, británicos ya por aquél entonces, organizaron la mayor flota naval jamás vista. Mayor que aquella a la que ellos mismos llamaron la Armada Invencible, y no superada hasta el Desembarco de Normandía. Al mando de la empresa, Jorge II, puso al vicealmirante Edward Vernon, aún exultante por su reciente saqueo de Portobelo.

Podría relatar el Sitio de Cartagena de Indias, el cual duró más de un mes, explicando cómo los ingleses fueron machacando los fuertes exteriores de la bahía hasta conseguir entrar en ella, momento en el cual despacharon un correo a Londres informando de su victoria, comenzando ya a circular monedas conmemorativas de la misma.
Podría relatar como desembarcaron y no fueron capaces de tomar las últimas fortificaciones bajo control de los españoles, quienes no sólo se defendieron sino que incluso contraatacaron. Y podría explicar cómo finalmente los británicos tuvieron que embarcar de vuelta a la Pérfida Albión, hambrientos y lastrados de enfermos, el 20 de mayo de 1741, dejando tras de sí unos 10.000 muertos y más de 1.500 cañones.

Pero para no perderme en detalles literarios, voy a recurrir a las matemáticas para definir lo que allí pasó. Británicos: 186 buques, con 27.600 hombres. Españoles: 6 buques y 3600 hombres. Con un 13 % de hombres, Blas de Lezo infringió a Vernon una derrota de tal calibre que permitió a los españoles mantener el control del Caribe durante más de medio siglo.


¿Son buenas las guerras? No ¿Existen las guerras? Sí. ¿Seguirán existiendo en el futuro? Pues no lo sé, pero hasta que dejen de producirse preferiría tener de mi lado a jefes como Blas de Lezo, que enfrente. ¿Y están bonitos los jardines con estatuas? Sí. ¿De personajes históricos? A mí me gustan.

1 comentario:

uno de tantos dijo...

Buena entrada, como siempre.