sábado, 25 de febrero de 2012

Vivre la Revolution!

No, no me he vuelto loco, simplemente tengo la intención de relataros someramente mi última partida al Civilization V. Creo que en los últimos tiempos hemos sido un poco injustos con este juego. Empezamos mirándolo mal por no incluir a nuestra civilización entre las que venían en el paquete inicial, después comprobamos que las primeras versiones del juego estaban plagadas de bugs (que se han ido corrigiendo con el tiempo) y por último lo comparamos con un grandísimo producto como es Civilization IV.

Pero después de muchas horas (y os aseguro que menos de las que me gustaría) invertidas en el juego hay que admitir que nuestro amigo Sid lo ha vuelto a hacer. Hoy os traigo un ejemplo de porqué vale la pena dedicar unas horas a este mundo hexagonal.

Una de las cosas que hay que tener muy en cuenta es que cada partida es totalmente diferente, depende de la orografía en la que te encuentres situado, los enemigos que tengas enfrente, tus decisiones y una pequeña dosis de suerte en las ‘tiradas’.

En mi caso la orografía no podía ser peor, mi primera ciudad, París, se encontraba en un pequeño continente donde cabían como máximo tres ciudades, uno de cuyos huecos ya estaba ocupado por los griegos. Tratando de hacer de ésa desventaja una ventaja decidí construir mi segunda ciudad tan pronto y tan cerca de Atenas como fuera posible, asfixiando de esta forma sus posibles intenciones de expansión. También tenía claro que esto no serviría de nada si no optaba por una política agresiva respecto a mi vecino Alejandro de forma que de un golpe lo más rápido posible lograra sacarlo del tablero antes de que estuviera preparado para pelear conmigo por el espacio.



Así renuncié a construir mejoras y utilizé la ventaja cultural francesa para desarrollar el árbol de políticas sociales de 'Honor'. Con el ambiente diplomático convenientemente caldeado en cuanto conté con dos guerreros y tres arqueros inicié el ataque contra Atenas. He de decir que este primer ataque fue un fracaso parcial y me ví obligado a replegarme a mis fronteras y gastar un gran general creando una ciudadela al norte de Orleans para contener a los griegos y poder recuperar a mis tropas. El segundo asalto comenzó en cuanto tuve a mis tropas preparadas, y esta vez tomé con éxito la capital griega, aunque consiguieron fundar en una isla cercana su segunda cuidad, Esparta.

Con la economía hecha un cisco y sin haber construído absolutamente nada acepté las condiciones de rendición de los griegos y me dediqué a desarrollar mis ciudades. Viendo que tendríamos por delante un mundo isleño construí El Coloso y empecé a desarrollar una flota. En vista de que el lenguaje de los griegos no amainaba y de que quería terminar con lo que empecé al poco de nuevo nos vimos las caras, pero en una guerra bien distinta. Con una armada potente (cuatro trirremes) acabé con casi toda la resistencia griega y con un arquero y un guerrero pude tomar con facilidad Esparta. Pero los helenos no se habían quedado quietos y habían fundado una tercera ciudad al norte, Corinto. Aprovechando mi intacta flota y la inercia de la guerra la sitié por mar y la tomé, si saberlo aquí empezaron muchos de mis problemas.

Resulta que Corinto estaba a tiro de piedra de la capital de los iroqueses, Onondaga. Hasta ése momento esta civilización había comerciado conmigo como amigos y hasta aliados. Pero evidentemente no le hizo puñetera la gracia de ver como mis ejércitos tomaban con facilidad una ciudad que podían observar desde sus murallas. Así, mientras yo me dedicaba a fundar ciudades al sur ellos se aliaron con los ingleses y ambos me declararon la guerra. La verdad es que me pillaron totalmente de sorpresa y me costó enormemente reaccionar a esta agresión. Tanto que los iroqueses habían tomado Corinto antes de que me diera cuenta. Con mi ejército desperdigado, cuatro colonias nuevas y muchos turnos invertidos en maravillas una guerra larga no me convenía así que cuando iroqueses e ingleses me ofrecieron la paz la acepté sin dudar. Por supuesto a partir de este momento me dediqué a mejorar mi flota, tanto con nuevas fragatas como mediante el desarrollo del árbol de políticas de comercio. Al tiempo que fundaba tres asentamientos nuevos. Se ve que esta rápida expansión no gustó ni a ingleses ni a iroqueses que me volvieron a declarar la guerra, pero en ése momento sí que estaba preparado.

Con mi flota concentrada en el norte aborté el intento de desembarco iroqués que había confiado la protección de sus hombres a una flota inglesa que nunca llegó porque la eliminé en cuanto abandonó su territorio, de hecho los ingleses no volvieron a recuperar su flota. Después desembarqué en Corinto liberándola para el pueblo francés. Aquí la batalla se enconó bastante, lo iroqueses atacaban con lo que podían que era repelido por una ciudadela, las propias defensas de Corinto y una flota de fragatas que bombardeaban los cañones enemigos. Aunque en un momento los iroqueses desplegaron unidades de artillería que hicieron mucho daño, gracias al carbón pude crear una nueva flota de buques a vapor que volvieron a igualar la contienda.

Mientras en el norte me pegaba tortas con los iroqueses en el sur la pequeña cuidad-estado de Viena, aliada de los ingleses, me atacó a través del istmo que separaba su territorio del mío. La verdad es que no sólo no estaba preparado para repeler este ataque, si no que con el foco puesto en el norte no fui capaz de reaccionar a tiempo para salvar la ciudad de Lyon, que cayó rápidamente en sus manos y la cual arrasaron sin piedad ninguna. Por suerte para ellos, y para mí, cuando estaba preparando una fuerza secundaria para atacarlos decidieron abandonar su alianza con los perros ingleses y permitieron una paz buena para todos y la importantísima reconstrucción de Lyon.

Con el frente sur estabilizado con el abandono de los vieneses y el resto de ciudades estado acorraladas con una sección de mi flota pude concentrarme en acabar con los iroqueses, la solución al empate vino de mano de mis aliados romanos, resulta que eran los grandes consumidores de mis productos de lujo: plata, marfil y ballenas y empezaron a ofrecerme a cambio de ellos ¡petróleo! Con el petróleo romano empecé a construír tanques y modernicé mis fragatas a destructores lo cual acabó por darme la ventaja que necesitaba. Tomar Onondaga ya sólo era cuestión de tiempo.

Con la capital iroquesa tomada rápidamente me solicitaron la paz, al tiempo que yo esperaba lo mismo por parte de los ingleses, pero estos sólo la aceptaban a cambio de todo mi imperio. Por supuesto no iba a ceder alegremente lo que tanto tiempo me había costado conseguir, así que tomé la decisión de adoptar la autocracia, necesaria ya para mantener mis finanzas a flote, y dar a los ingleses un susto  de muerte. Entre ellos y mi territorio había tres ciudades-estado con cantidad de recursos: petróleo, incienso, gemas, perlas... Las tomé con relativa facilidad y después de tomar cada una de ellas intentaba conseguir de Isabel una paz que nunca llegaba. La última ciudad en tomar fue Budapest, la cual tenía ya frontera con el territorio inglés. Lo que vino después no me lo imaginaba. Se ve que después de la destrucción de su flota los ingleses se dedicaron a crear una fuerza aérea imponente. Con mi territorio al alcance de los cazas y bombarderos se despecharon a gusto de todos los barcos que les había hundido a lo largo de tantos turnos de guerra. Y aunque mis destructores hicieron un buen papel no pudieron frenar la avalancha inglesa que en un par de turnos consiguió retomar Budapest.

A partir de este momento empezamos con un toma y daca entre las fuerzas aéreas inglesas y mi armada en la que nos repartíamos el control de Budapest. Curiosamente la diferencia la marcó la reconstruida ciudad de Lyon. Al sur de Lyon descubrimos un pequeño yacimiento de aluminio que me permitió construir cazas a reacción que consiguieron darme suficiente superioridad en la batalla aérea y me permitió mantener Budapest en mi poder a pesar de los esfuerzos ingleses. En este momento de vorágine bélica estaba dispuesto a no dejar que los ingleses se salieran con la suya a cualquier precio y situé una bomba atómica cuyo alcance llegaba a casi todo el territorio británico, justo en ése momento se permitieron aceptar la paz entre nuestras civilizaciones.

La guerra se acabó bien entrado el siglo XXI y en ése momento mis posibilidades de victoria eran casi nulas. Los romanos me aventajaban en unos 3000 puntos. Los ingleses estaban construyendo naves espaciales y a mí me faltaban multitud de tecnologías. Lo que pasó después sólo puedo calificarlo de buena suerte, en Londres construyeron las Naciones Unidas. Supongo que desde el punto de vista inglés era una buena idea aprovechar sus buenas relaciones con las ciudades-estado para ganar la partida por la vía rápida. La realidad es que no hay ciudad-estado que no se pueda comprar con dinero y un turno antes de la votación invertí las 13.000 piezas de oro ahorradas durante años para ganarme las voluntades que necesitaba. Un turno después, y contra todo pronóstico, ganaba la partida por victoria diplomática.

Básicamenete este es el resumen de casi diez horas de juego repartidas en distintas sesiones, como véis con errores y aciertos; y por supuesto una pequeña dosis de buena suerte. Desde luego una partida que quería compartir con vosotros aunque os confieso que aunque no hubiése ganado la hubiera disfrutado casi, casi, lo mismo.

2 comentarios:

Wirself dijo...

Por curiosidad ¿en qué nivel?
Se ve tengo que retomar el juego, lo dejé casi al principio después de 3 o 4 partidas.

Joe Peres dijo...

Nivel Rey, por ahora es al que mi inteligencia me permite llegar siendo competitivo sin acordarme de las trampas que hace la máquina.