Duro fue lograr todo aquello que ahora tenía ante sí. Duro y azaroso. Al fin podía tomarse
un pequeño respiro, aunque estaba claro que no en demasía. No podía ser
de otro modo.
Cola de escorpión dorado, ralladura de
raíz de malvavisco, extracto de sapo negro de los pantanos ... Mientras
mezclaba los ingredientes de otra poción no puedo evitar recordar sus
comienzos allá en la Torre de los Adeptos, en la Colina de la
Hechicería. Años de duras prácticas oscuras que hubo de empezar como
sirviente y lacayo de Adeptos veteranos para poder convertirse en uno de
ellos, primero como aprendiz, luego como acólito y por último como
aspirante. Años rebajándose y arrastrándose ante las vejaciones y abusos
de sus maestros como parte de su formación. Años de esfuerzo y duro
trabajo, pruebas ordálicas aún más duras y estudio denodado al son de los
bastonazos en el costillar que se recibían en la Sala de los Lamentos donde se aprendían los rudimentos
de las Artes Oscuras. ¡Ah! fue por entonces cuando descubrió aquel legajo, aquel texto maldito que le llevaría por el camino de su perdición.
Estambres
de pasiflora, una pizca de sales volcánicas de más allá del sur, élitros de grillo cebollero y una
pestaña de troll sacudidos y no agitados... Antes de su caída al inframundo se convirtió en un
discípulo aventajado, superando tanto a los de su promoción que fue
escogido para realizar el Sacrificio Ritual del Retrasado en el festival
del Gran Ojo. Cada 3 años el aprendiz menos prometedor era sacrificado
por sus colegas estudiantes en honor al Señor Oscuro, arrancando primero
sus ojos y arrojándolos a un pozo de lava ardiente. Cuan lejos quedaba
aquella época de satisfacción y orgullo, truncada por el mensaje
misterioso que se cruzó en su carrera. Como parte de sus privilegios
como Enucleador del Festival estaba un pase a la Biblioteca Arcana donde
se guardaban no solo textos de alquimia, sino de todos los
conocimientos y artes atesorados por los Hechiceros y demás sirvientes
del Oscuro.
Patas impares de milpiés estriado, cinco gotas de bilis de
olifante y deditos resecos de humano recién nacido amputados antes de su
primera ingesta , mezclados en una tripa de vaca y colgado en noche de
luna nueva de un cedro mancillado ... La Bóveda Recóndita contenía
recetas asombrosas para elaboraciones increíbles. Paseó ansioso por sus
cortos pasillos entre estantes ajados y polvorientos, recorriendo con su mirada hambrienta aquellos conocimientos en su corta estancia. Su premio y su maldición.
Acarició con los pulpejos de sus dedos abrasados por las preparaciones
alquímicas el canto del pergamino de la perdición. Aquel que contenía la
marca de su sino, su terrible caída del puesto de honor que había
conseguido con tanto esfuerzo, sudor, lágrimas y sangre tanto suyos como
de otros. Maldita fuera la hora en que aquel rollo le atrajo y le
sedujo. Con tantas y tantas otras obras que estudiar fueron a parar sus
manos a aquel maldito libro. Había encontrado un Códice de los Elementos
en la Elaboración de Pociones de Ungerthrok y tenía abierto el Tratado
de Seres que se Arrastran y Trepan sobre Muchas Patas para Destilar
Pócimas y Ponzoñas. A la luz parpadeante de una vela negra de sebo de
humano, las únicas permitidas en aquel recinto malvado, bebía de sus
párrafos con avidez ahumado por el olor acre de la vela que atufaba la estancia
mientras se consumía a la par que su tiempo allí, una cuenta atrás goteante. Fue entonces que topó con
aquel otro legajo enrollado y precintado con lacre oscuro. Desoyendo las
advertencias e instrucciones que le fueron dadas antes de adentrarse en
la catacumba que llevaba a la Bóveda Prohibida abrió un texto vetado.
Cristales
de cuarzo triturados, tintura de caparazón de cochinilla azul de
allende las estepas, corteza de sauce ensangrentado y jugo del fruto de la palmera espinosa, removido con una
pluma de crebain alicojo y tuerto... No podía apartar las palabras
de su torturada mente desde que las leyó con osadía. Le asaltaban día y
noche, acuciando, solícitas, exigentes. Tenía que comprender aquel
enigma, tenía que volver a poseer el texto maldito para devorar sus
enseñanzas. Durante las largas jornadas a pie de crisol se distraía
pensando en los signos que había vislumbrado y le recorrían
escalofríos, náusea y estremecimientos varios que sacudían su torturado
cuerpo así como su alma aún más pervertida. Ni los más horribles vapores
tóxicos habían conseguido antes que cejara en sus tareas de aprendizaje
o apartarle de sus obligaciones como ayudante en las ceremonias y preparaciones. Pero aquel descubrimiento le rondaba,
le acechaba y no le dejaba en paz ni en los momentos de máxima tensión.
Bastonazos y más bastonazos fueron la respuesta de sus maestros que
advirtieron en seguida la merma de su rendimiento. Cuando no puedo
contenerse y escaparon de sus cuarteados labios algunas de las palabras
heréticas sobre lo que había descubierto le fue aplicado un castigo más
severo junto con la degradación. Su paso por el Salón de Reforma y
las torturas que allí se aplicaban debieran haberle disuadido y
reorientado hacia el camino debido. Mas no podía desoír aquellas
palabras que le abrasaban en la mente y siguió cayendo en su ruina, cada
vez más obcecado, más poseído y menos eficiente para sus maestros.
Pasaron de los bastonazos a los frecuentes latigazos mientras que de los
demás estudiantes llegó el escarnio y la venganza por la envidia
reprimida. De la Fila de Borde de Caldero pasó a la de los Sobre-chepa y después
cayó en la desgracia de los Catadores. Finalmente los golpes, llagas e
intoxicaciones se cebaron en su salud y cayó enfermo y cada vez más
desvalido. No obstante, seguía obsesionado con aquel conocimiento que
había vislumbrado y no le importaban las palizas que
recibía de sus antiguos competidores ahora que era un paria de última
fila.
Después vino el tiempo de su diáspora, la huida sin un destino claro, el esconderse y permanecer
invisible a los Hechiceros, a los Maestros Sacerdotes y a toda la curia
Dol-gulduriana. Se escapó, sí. Pero no sin antes cometer un sacrilegio
imperdonable, profanando la cripta donde se escondía su ansiado tesoro y
poniendo sus garras sobre él. Hubo de recurrir a sus mejores recetas y
armarse de sus mejores pócimas y venenos para alcanzar su deseada
recompensa. Nunca destacó especialmente en la brujería de conjuros pero
también recurrió a su arsenal mágico más dañino para lograr su ansiado objetivo. Con
temeridad, ignorando deliberadamente que aquello podría alertar al Ojo Único y
atraer su atención abrasadora. Nada importaba con tal de conseguir su propósito,
su texto impío, herejía demoníaca. Muchos fueron los custodios que eliminó o lisió en su
robo. Mató, mutiló, cegó y enloqueció a cuanto ser viviente o muerto se le
interpuso. Desgarró gargantas con su daga sacrificial con artimañas y a traición. Roció
con sus ponzoñas a los vigilantes o les introdujo drogas perversas de
mil maneras para deshacerse de ellos. Exorcizó guardianes espectrales desterrándolos a planos
olvidados e indujo a la locura a sus compañeros de celda con conjuros
malsanos para mantenerlos alejados. Todo con un único fin. Poseer
aquello que más deseaba. Aquello que ansiaba. Su Precioso.(Feliz Día Del Libro).
3 comentarios:
Joder, que cabrón, entre este y el post del árbol no veas las ganas de jugar que tengo...
Y el tío ha tenido que caer en nuestra cueva del bosque negro, no habrá cuevas por ahí, será cabrón...
Por lo menos ya lo tenemos calao
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