Tras un comienzo de campaña
titubeante, en el que sufre una dura derrota en Kolín que lo obliga a
replegarse, Federico el Grande ve como su territorio es invadido desde tres
frentes distintos. Franceses desde el oeste, austríacos desde el sur y rusos
desde el este, lanzan sus ejércitos contra Prusia. El monarca alemán soporta
una clara inferioridad numérica, pero opta por una estrategia activa y directa,
saliendo al paso de cada uno de los ejércitos enemigos, con rápidos movimientos
internos, y destruyéndolos uno a uno por separado, dejando para la historia una
campaña brillante y alguna batalla digna de estudio.
El 5 de noviembre de 1757 el rey
prusiano desplaza su ejército hacia la población de Rossbach, en Silesia, donde
se planta ante el ejército franco-imperial que pretendía reconquistar el
territorio. Los aliados doblaban en número a los prusianos e iniciaron el
ataque intentando realizar un movimiento de flanqueo alrededor de unas colinas,
en lugar de un ataque frontal. La lentitud del avance aliado, la rapidez en la
toma de decisiones por parte del general prusiano y la rápida capacidad de
maniobra de sus tropas, fueron decisivas. Federico II ordenó replegarse a sus tropas
de forma paralela al avance enemigo y tomar posiciones en las colinas, desde
donde lanzó un contundente ataque que destrozó al ejército aliado mal
desplegado. Los prusianos sufrieron quinientas bajas, franceses e imperiales
perdieron unos diez mil hombres entre muertos y heridos.
Neutralizado este frente, en
pleno invierno, y tan sólo un mes después de Rossbach, Federico el Grande
dirige su ejército contra el grueso del ejército imperial, acantonado cerca de
Leuthen, en Silesia. Los austríacos sitúan sus tropas en dos líneas,
protegiendo su flanco izquierdo con unas colinas. El rey prusiano ordena a una
pequeña parte de su ejército que se despliegue de forma paralela a los
austríacos, aprovechando el terreno abrupto y la niebla para ocultar su número
y lanzando un pequeño avance hacia el ala derecha enemiga, a donde se desplaza
entonces la mayor parte de la caballería austríaca. Entre tanto, demostrando
otra vez la superioridad prusiana en orden de marcha, el grueso del ejército de
Federico II realiza una maniobra de flanqueo oculta por las colinas,
apareciendo de forma sorpresiva entre ellas y desplegado en orden de batalla
perpendicular al ala izquierda austríaca. Aunque el general austríaco intentó
replegar sus líneas, el decidido ataque prusiano en orden oblicuo desbarató sus
movimientos y su ejército se descompuso. Federico el Grande dio un día de
descanso a sus tropas y luego comenzó una concienzuda persecución de los
dispersos restos del ejército enemigo explotando al máximo su victoria. Los
prusianos tuvieron unas 5000 bajas, mientras que los imperiales tuvieron unas
30000 entre muertos, heridos y prisioneros. Napoleón, un gran admirador y
estudioso de Federico el Grande, dijo de la batalla de Leuthen que era una obra
maestra de movimientos, maniobras y resolución.
Tras sus éxitos contra franceses
y austríacos, aún quedaba el problema del avance ruso por el este, el cual se
solventaría en el verano de 1758, con la victoria prusiana en Zondorf, en Polonia
occidental. En apenas seis meses, Federico el Grande consiguió tres victorias
sobre ejércitos aliados enemigos, en tres frentes distintos, todas ellas en
inferioridad numérica, resolviendo alguna de forma brillante con reducidas
bajas. Aunque estas victorias no zanjaron la guerra de forma inmediata, sumadas
a otras posteriores, permitieron a Prusia mantenerse en la desigual lucha. Si
bien Federico II sufrió también alguna dolorosa derrota, como la de Kunersdorf,
supo siempre recobrarse con rapidez de las adversidades inspirando una mezcla
de temor y respeto en sus adversarios. Esto último fue determinante para la
retirada rusa del conflicto.
En enero de 1762 Rusia ocupaba Prusia Oriental, incluyendo Berlín, y
amenazaba con continuar su avance hacia el oeste, de forma coordinada con los
austríacos. Tras varios años de conflicto Prusia estaba extenuada económica y
militarmente, sin embargo, ocurrió lo que dio en llamarse el “Milagro de la Casa de Brandemburgo”: la
muerte, a los cincuenta y dos años, por enfermedad, de la zarina Isabel I de
Rusia. Su sucesor, Pedro III, era un germanófilo admirador de Federico II que
no tardó mucho en negociar el fin de las hostilidades con el monarca prusiano,
cuando éste más lo necesitaba.
Entre tanto, franceses y británicos
habían estado varios años repartiéndose estopa por medio mundo, desde la India a Norteamérica, donde
tras algunas derrotas iniciales los británicos consiguieron imponerse con la
conquista final de Pondicherry y Quebec, respectivamente. En
Europa, tropas anglo-hannoverianas vencieron también a los franceses, lo que
sumado a la retirada rusa, abría la posibilidad de un contraataque prusiano en
todo el frente oeste. Ante el riesgo de verse atacados en su propio territorio,
franceses y austríacos capitularon. Los Tratados de París y Hubertusburgo, de 1763, ponían fin a la Guerra de los Siete Años,
donde la mayor parte de la factura la pagaría Francia, dejando en manos de los
ingleses importantes territorios como Canadá, Senegal y la mayoría de sus dominios
indios. Prusia, por su parte, consigue mantener el control sobre la deseada
Silesia y se ve reconocida ya como potencia europea, apenas sesenta años
después de haber nacido como reino.
A partir de este momento,
Federico el Grande optó en el plano internacional por una política más
conservadora que afianzara su situación y permitiera recuperarse a su país de
tantos años de guerra. De este modo, concertó en 1772 con Austria y Prusia el
Primer reparto de Polonia, que supuso el desmembramiento de la República de las Dos Naciones. El rey prusiano hizo realidad su sueño de unir
territorialmente Prusia Oriental y Brandeburgo sin tener que pegar un solo
tiro. Sin embargo, pese a los acuerdos en el este, Austria seguía siendo el
gran enemigo prusiano, principalmente por la amenaza que para ella suponía la
preeminencia prusiana sobre los estados alemanes. Así, una crisis sucesoria en
Baviera provocó una nueva guerra austro-prusiana entre 1778 y 1779, pero las
potencias europeas no tenían las mismas ganas de guerrear que unas décadas
antes, por lo que el conflicto, que fue apodado guerra de la patata, se limitó
a escaramuzas para cortarse los suministros y muchos movimientos diplomáticos
con mediación francesa y rusa, finalizando con acuerdos y compensaciones de
consenso.
En 1786 fallecía Federico II el
Grande, sin descendencia. Fue sucedido por su sobrino Federico Guillermo II
quien durante su breve reinado consiguió dejar al estado en bancarrota y
desatender al ejército de forma alarmante, algo que pagarían caro los prusianos
cuando Napoleón Bonaparte se hizo con el trono francés unos años más tarde.
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