viernes, 1 de octubre de 2010

A furare normannorum libera nos, Domine.

De la furia de los hombres del norte, líbranos, Señor. A finales del siglo VIII comienza la llamada era vikinga, tomando los historiadores como punto de partida el asalto al monasterio inglés de Lindisfarne en el año 793.

Vivir en esta época en Europa Occidental no tuvo que ser fácil para nadie, y menos para aquellos que desde la playa veían acercarse un drakkar a su costa. Algunos reyes, que destacaron en la defensa de sus territorios frente a estos asaltos, se ganaron a base de dar espadazos el calificativo de grandes.

En el siglo IX Gran Bretaña se encontraba fragmentada en diversos reinos. Al norte, las tribus pictas hacían lo mismo de siempre: partirle la cara a todo aquél que asomara la jeta por allí; al oeste, Gales se encontraba fragmentada en pequeños territorios; por su parte, Inglaterra quedaba formada por una heptarquía de reinos anglosajones. Los vikingos, principalmente daneses, enardecidos con años de fructífero saqueo, comienzan a realizar una verdadera invasión de la isla en sucesivas oleadas cada vez más contundentes. Los distintos reinos van sucumbiendo poco a poco ante los hombres del norte que van asentándose con carácter permanente en la fértil isla.

El primer grande que encontramos en este siglo es Rhodri de Gales, quien mediante alianzas matrimoniales y herencias se convirtió en el primer gobernante que unificó la mayor parte de estos territorios. Como buen galés, no sólo hizo frente a las invasiones danesas sino que también se enfrentó a los ingleses, a manos de quienes murió asesinado.

Alfredo de Inglaterra, coetáneo de Rhodri, fue el principal grande de esta época. La muerte de sus hermanos le brinda la posibilidad de ceñirse la corona de Wessex, desde cuyo reino realizó una encarnizada defensa contra las invasiones vikingas. Pese a sufrir numerosas derrotas ante los daneses no perdió el apoyo de sus súbditos ni cejó en su empeño de rechazar al invasor pagano. Alfredo fue un hombre piadoso y concienzudo que demostró tener una gran capacidad de liderazgo y una aguda visión política.

Alfredo el Grande hizo frente a diversos ataques realizados por jarls daneses como los hijos de Ragnar Lodbrock, de quien ya hablamos en un post anterior, pero su principal enemigo fue sin duda Guthrum el Viejo, con quien batalló toda su vida. Guthrum consiguió formar un gran ejército con el que invadió Northumbria, Mercia y Anglia Oriental, tras lo cual se lanzó al asalto de Wessex. Los daneses sumaron varias victorias consecutivas, pero la falta de tropas les hacía ser conservadores, mientras que por su parte Alfredo tuvo que moverse a la defensiva usando como refugio los pantanos de la región, desde donde consiguió negociar una débil paz.

Reorganizados, los daneses se limpiaron sus posaderas vikingas con esa paz y relanzaron sus ataques contra Wessex, esta vez desde varios frentes. O bien los vikingos tuvieron mala suerte o bien Alfredo la tuvo buena, porque una tormenta se llevó por delante a gran parte de la flota danesa, matando a tantos guerreros que esta segunda invasión quedó casi desde el principio condenada al fracaso. El monarca inglés pasa a la ofensiva y en Edington, en el 878, infringe una aplastante derrota a los daneses, que deben negociar una nueva paz. Guthrum acepta bautizarse y retirarse a Anglia Oriental, donde se asienta con sus hombres, mientras que Alfredo extiende sus dominios hasta Mercia y reconoce una frontera estable con los daneses. Surge así el Danelaw, territorio bajo dominio danés en suelo inglés, abriéndose un breve período de paz.

El rey de Wessex aprovecha este breve descanso preparándose para nuevos ataques fortificando ciudades y promoviendo la construcción de una incipiente flota. Se beneficia de la falta de liderazgo de otros señores anglosajones así como la dispersión de fuerzas danesas para consolidar y ampliar sus dominios, llegando a ocupar Londres.

En la última década del siglo se produce la esperada invasión. Muy presionados en el continente, dos oleadas de vikingos cruzan el Canal de la Mancha hacia Kent. De forma simultánea los daneses ya asentados en Northumbria y Anglia Oriental invaden el territorio anglosajón con la finalidad de someter toda Inglaterra. Sin embargo, estos ataques no fueron simultáneos y Alfredo pudo hacerles frente por separado. Tras una larga y movida campaña, consigue derrotar a los daneses que se retiran al Danelaw muy mermados.

Alfredo dedica sus últimos años de vida a reformar la administración y la legislación de su reino e impulsar una incipiente diplomacia, a la vez que reorganiza la justicia y la educación. Realiza todo ello con un marcado cariz cristiano, apoyándose en las instituciones eclesiásticas para consolidar su poder. Tras su muerte fue santificado, dejando un reino tan sólido que sus sucesores consiguen reconquistar toda Inglaterra a los daneses, quienes no obstante volverían a intentarlo años después.

En la saga de novelas que Bernard Cronwell ha ambientado en esta época presenta a un Alfredo beatón, soso y estirado. Un tostón de tío. Me parece un enfoque acertado del personaje pues sirve de contrapunto al protagonista, un aguerrido guerrero sajón criado por daneses. El Alfredo de mi campaña de vikingos tiene alguna diferencia de carácter, pero si queréis conocerlo, al igual que si os apetece asaltar Lindisfarne, remontar el Támesis en drakkar o comprobar que tal se portan las fyrd sajonas frente a vuestras hachas danesas, tendremos que buscar el modo de compartir mesa y echar a rodar unos dados.

2 comentarios:

uno de tantos dijo...

Demonios ¡qué ganas de volver a echar una de vikingos!

Fueraparte -que diría cierto jugador de vikingos- parece que las conquistas vikingas no se debían a que fuesen aguerridos y ardorosos en el combate, más bien a que eran ardorosos en la cama, follaban como conejos y forzosamente tenían que mandar a algún sitio a vivir a la progenie: Curioso. "Campañas danesas y picos de natalidad: correlación diferida generacionalmente"

Joe Peres dijo...

Oues sí, tenemos que organizar una excursión al pueblo para conocer a la progenie y echar unos dados.