Como anuncié, pretendo desmentir los sinsentidos vertidos por alguien sin criterio (esa carencia no es excusa para su osadía). Finalmente empezaré por Ender porque me acabo de terminar la primera saga y así aprovecho para comentarla al completo en días sucesivos. Y empezaré explicando por qué es un gran libro para luego pasar a "lo otro" que justifica estas líneas y les da encabezamiento.
Tampoco voy a descubrir gran cosa diciendo lo buena que es la novela cuando sus propios competidores y compañeros de profesión (SFWA), así como los aficionados (Worldcon) coincidieron en otorgarle respectivamente los premios Nebula y Hugo a la mejor novela del género para los años correspondientes. Pocos libros han conseguido el doblete y eso ya dice bastante. Además, la novela es la extensión de un cuento corto que a su vez ganó el Campbell a relato corto. Casi nada...
Al grano.
La experiencia de releer esta novela (la tercera vez) siendo más viejuno es notable. Aún sorprende la capacidad de Card para contextualizarnos con el futuro que imagina, para ambientarnos sin que nos demos cuenta en un futuro distópico plausible, viéndonos inmersos en una cotidianedad completamente aberrante que sin embargo consigue hacernos ver como normalidad. Esto lo hace recurriendo a un punto de vista completamente subjetivo cuya mayor característica es la candidez. Es el "factor Valentine" de Ender. Incluso cuando se comporta como un pequeño gran hijo de puta (el "facto Peter"), Ender sufre por ello. Incluso cuando acomete las mayores proezas de la galaxia, Ender lo hace desde su inocencia y sin arrogancia o maldad. No tiene los remordimientos de un adulto o sus contradicciones maduras. Card consigue hacernos ver el calvario de un niño obligado a tomar con brillantez decisiones de adulto que no le corresponden, mientras unos adultos mediocres y grises se valen de él y lo estrujan y exprimen y desecan para obtener un resultado a su vez completamente ineludible. "El juego de Ender" es en toda regla una epopeya heroica, puesto que en él todos los participantes son marionetas de las circunstancias, ni un solo verdugo escapa a ser víctima y el fatalismo de los grandes momentos históricos es, a pesar de toda dificultad inherente a la complejidad que conlleva, relatado desde la perspectiva particular de esos personajes en los que se individualiza. Card tiene el don de hacer de la vivencia personal un hecho de dimensiones universales, relatarnos desde un punto de vista intimista un relato de proporciones galácticas en el que se juega con la supervivencia de la especie humana.
Card, ese curilla descarriado que sigue siendo un curilla evangelizador aunque algo díscolo a pesar de todo, es ante todo un comunicador excelente en el campo que más interesa al ser humano: los sentimientos. Ahí es donde reside su maestría y le permite transmitirnos sus inquietudes de ser humano por boca de personajes y situaciones hipotéticas. Sus historias tienen el don de no solo entretener sino de también obligarnos a filosofar sobre lo mundano y lo sublime, sobre divino en lo humano y sobre nuestra propia naturaleza. Porque sin esa reflexión personal del lector, no se puede seguir debidamente la trama de la historia, el devenir de las corrientes internas que acaecen en el interior de sus personajes, y por tanto no se puede entender lo que nos está mostrando. Son novelas interactivas de cuando aun no existía la interactividad. Sus reflexiones pueden ser más o menos cercanas o alejadas a nuestros puntos de vista, incluso en algunos momentos no ser de nuestro interés. Pero están ahí para invitarnos a hacer nuestras propias introspecciones. Constantemente nos arroja múltiples puntos de vista para que seamos nosotros quienes nos los planteemos y los procesemos y obtengamos nuestras propias respuestas. Aunque tal vez algunos de estos logros no estén patentes en la primera novela de la saga tal cual, se descubren conforme uno la sigue leyendo. Así que volveré al primer tomo para centrar un poco el post.
Los que me conocéis sabéis de sobra cuanto detesto a los niños-héroe. Como reduzco con desprecio los logros de los púberes que a lo largo de la historia consiguieron grandes hazañas al mero fluir de un arrebato de hormonas alocadas que, por puro azar, consigue encajar en el momento adecuado con el devenir histórico adecuado para que ese niño-héroe tenga el soporte que le lleva a lograr sus hazañas que minimizo como una mezcla de inconsciencia juvenil y estupidez para ser manejados por los adultos que intentan aprovecharse de ellos (con mayor o menor grado de éxito). Siempre que me habléis de Alejandro, os contestaré Juana de Arco. En fin, ya sabéis. Esto me hace repudiar a las típicas historias de niños-héroe que tanto pululan por estos géneros literarios nuestros de la fantasía y la ciencia ficción. Básicamente es la razón por la que nunca leí nada de Harry Potter. Sin embargo con Ender sigo haciendo una excepción. Ender, a diferencia de lo que pueda entender el lector más obtuso, no es un niño héroe. O al menos no lo pretende ser. Sí, Card nos plantea que resulta serlo, pero a pesar de lo que quiere el personaje que lucha constantemente por zafarse de todo lo que conlleva esa categoría. Ender no es un iluminado en ningún sentido, no es un héroe vocacional. La novela no trata de sus ascensión al Olimpo, sino de como el crío sobrevive a todo lo que le sucede en el camino que otros le imponen y le exigen. Ender es un mero instrumento, un pequeño ser bamboleado por los designios de otros seres que en su desesperación (hasta ahí es benévolo Card excusando a sus maltratadores debidamente) abusan de la capacidad del niño llevándolo a sus límites. Y de eso va la historia, de como el pobre diablo sobrevive a toda esa mierda. Una historia de evocadora belleza sobre la capacidad de auto-superación, de como enfrentarse a la adversidad desde la fragilidad humana más extrema (un pobre niño) y sin embargo salir victorioso. Es un relato de una belleza pocas veces alcanzadas en la literatura del género.
Y no acaban ahí los elogios. Reconozco que parte de mi agrado es porque siempre he sido un determinista contumaz y este libro es una oda al determinismo. Ender es en gran medida el producto de lo que unos tipos sin escrúpulos hacen de él. Mi personaje preferido, con diferencia, es el coronel Graff. El libro es un bildungsroman en sentido puro y hace que este subgénero de la literatura con mayúsculas recupere su impulso perdido.
En cuanto a su estructura, es un libro "redondo" en sí mismo, bien atado y con un tempo que sospecho está muy meditado. Es cierto que hay pequeñas inflexiones, pequeños desajustes de ritmo que no están del todo logrados, pero en general está exquisitamente planificado. Tal vez la parte final en la escuela de Alto Mando esté demasiado resumida para mi gusto, pero es cierto que esa misma síntesis pueda ser intencionada, precisamente para transmitir la sensación del protagonista en ese momento. En conjunto, un pedazo de libro a pesar del paso de los años. De libro para adolescentes nada, tiene más miga cuanto más viejuno es uno mismo como lector. Un libro que aporta distintas facetas según sea la edad del propio lector.
También tiene su puntito de especulación científica desmesurada. Toda la trama de la novela depende de la tecnología del ansible. Claro, que como la habían usado antes otros autores pues está asentada y Card se siente más seguro al usarla, supongo. El resto de la parte hard sí está bien currada y he disfrutado especialmente con los combates en zero-g de los críos, descritos con una simpleza maestra a la par que soberanamente ilustrativos (en casi todos los casos, al menos). Sí sorprende como en geopolítica futurística, allá por 1977, no concibe sino un mundo polarizado entre americanos y post-pacto de Varsovia. Curioso. Tal vez por eso sea siempre mejor la especulación más separada de la época actual, que tarda más en caducar y así uno se equivoca menos.
Eso es casi cuanto puedo decir sobre el "El juego de Ender" per se y sin tener que refutar tonterías.
Sobre la seudocrítica.
Me entristece la cortedad de miras de aquellas personas que no saben ver la belleza de este libro. Más que nada porque solo refleja que su incapacidad les priva de una grandísima obra de la literatura. Tratar de reducirlo a un escrito mesiánico es no haberse enterado de nada. Es todo lo contrario. Es una obra que desmonta el mesianismo, lo ataca en su raíz, a la supuesta superioridad del protagonista que no se siente héroe en ningún momento y de hecho se debate cuanto puede contra ese destino impuesto por el resto. La reverencia con que el resto lo trata le atormenta y trata de escapar en todo momento de ello. Es algo que el mísero difamador no ha sabido ver a pesar de que es OBVIO. Es más, tampoco triunfa por su superior inteligencia de diseño genético. Triunfa por su humanidad. Simplemente. Es ahí donde reside toda la clave. No es su característica especial la que le hace lograrlo, sino paradójicamente su normalidad, su debilidad y ser un simple niño. Al hacer la interpretación que se hace en bibliópolis solo se demuestra una mala comprensión lectora, tal vez envenenada por cierta envidia, cierta mediocridad latente con ínfulas de grandeza que ante una obra inigualable solo puede patalear y arrojar puñados de mierda snob e intelectualoide exigiendo una prosa más recargada o pretenciosa. Card utiliza una prosa muy adsequible y nada pretenciosa. Con ello consigue fundamentalmente que la lectura de su obra sea rápida y simplemente amena. No, no es una prosa para paladares exquisitos, pues su maestría está en el contenido, no en el continente. Tampoco es tan difícil darse cuenta. Pero no ofende quien quiere, sino quien puede. Porque esa mierda arrojada solo muestra la cortedad de miras y los prejuicios de quien los está lanzando que a su vez escribe de forma truculenta y pretenciosa. En cierto modo, un "repelente niño vicente" que se siente usurpado en su puesto y por eso lloriquea acusica aunque sin razón. En el fondo, un aspirante a Ender bastante frustrado al ver que sí es posible concebir una obra tal.
No tengo muchas ganas de entrar a explicar que el intimismo de un niño, por definición, debe ser intimista en términos infantiles. Si Ender hiciese reflexiones más sesudas citando a Kierkegaard, bueno, no sería el niño Ender sino Faemino y Cansado (curiosamente son adultos, ojo). No percatarse de eso es cuando menos, sospechoso. La muralla de incomprensión es un defecto que se supera, leyendo más y con mayor amplitud de miras. Está claro que "El juego de Ender" no es un libro para sectarios del género más hard, o que necesiten de elementos complejos y enrevesados, con una prosa oscura y truculenta para satisfacer su mediocridad mediante la presunción de ser especialito. De esos que necesitan referencias "solo para iniciados" que les hacen sentirse precisamente lo que se critica, sentirse "élite", aunque sea del tipo intelectualoide. Por esa paradoja considero que es una crítica sinsentido la que se vierte (como un cubo de basura) en bibliópolis.
domingo, 3 de abril de 2011
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1 comentario:
Muy buena entrada, yo acabo de terminármelo [gracias a la recuperación de mu papyre] y es realmente bueno, además estoy de acuerdo en que ahora he tenido una visión muy diferente de cuándo me lo leí en el colegio. Un gran libro.
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