jueves, 18 de noviembre de 2010

Otón el Grande, la forja de un imperio.

Uno de los personajes más influyentes del siglo X en Europa es Otón I de Alemania, llamado el Grande. El padre de Otón, Enrique I el Pajarero, duque de Sajonia, consiguió hacerse con el trono de Alemania imponiéndose a otros duques aspirantes al mismo, así como defenderlo frente a los ataques exteriores, principalmente de los magiares, con quien tuvo que darse de palos en repetidas ocasiones. Enrique consolidó las fronteras alemanas con una inteligente política de fortificación y colonización, aunque a nivel interno no consiguió doblegar el poder ducal, primer problema al que tuvo que enfrentarse su hijo al heredar el trono de Alemania.


Con el fin de reducir el poder de los díscolos duques alemanes y afianzar el suyo propio, el joven Otón fragmenta los territorios ducales, por las buenas o por las malas, y modifica la transmisión de estos títulos, acabando con su carácter hereditario y atribuyéndose la capacidad de designación. Así mismo, potenció a la baja nobleza condal para usarla de contrapeso contra los ducados y se atrajo el apoyo de la Iglesia, cuyos obispos se someten al control real a cambio de numerosos privilegios judiciales y económicos. Con el apoyo del monarca, los obispados se convierten en los verdaderos instrumentos de la gestión administrativa del reino. La estabilidad política conseguida y el soporte institucional permiten el desarrollo de un movimiento cultural conocido como Renacimiento Otónida.

Obsesionado en consolidar su autoridad, el soberano decide embarcarse en un ambicioso proyecto para alcanzar el estatus imperial que siglos atrás consiguió Carlomagno. La sacralización de la corona imperial era prerrogativa del papa, así que Otón I comienza, a partir del año 950, a intervenir en los asuntos italianos. La oportunidad se le presenta pronto, al surgir una crisis sucesoria en Lombardía. El ambicioso marqués de Ivra, Berengario II, asesina al rey Lotario, haciéndose con la corona y asociando a su hijo a la misma. Berengario intenta forzar a Adelaida de Borgoña, viuda del anterior monarca, a casarse con su hijo con el fin de legitimar su poder, pero ésta responde huyendo y buscando la protección de Otón I. Entre tanto, Liudolfo, hijo mayor de Otón, ha invadido el norte de Lombardía con el fin de ampliar sus dominios del ducado de Suabia. El rey alemán responde al llamamiento de Adelaida, trasladándose a Lombardía, tomando el mando del ejército de su hijo para descrédito de éste, y dirigiéndolo a la conquista de Pavía. Tras esta victoria, se proclama rey de Lombardía y se casa con Adelaida. Berengario se retira a sus dominios esperando que pase la tormenta y Liudolfo se tira de los pelos, marchando a Alemania a devolverle el favor a su padre.

La primera aventura italiana de Otón I acaba pronto, ya que el rey debe regresar con urgencia a Alemania donde su resentido hijo Liudolfo, aliado con importantes duques disidentes, inicia una peligrosa revuelta que pone en juego su corona. Sin embargo, acuden en ayuda de Otón unos inesperados aliados. Los magiares, viendo la situación de inestabilidad política que sufre Alemania, lanzan una agresiva campaña de saqueo en territorio germano, provocando sin pretenderlo la unificación de los principales poderes del reino en torno al monarca, quien de una tacada pudo expulsar a los magiares y reprimir la rebelión interna.

Pasado este período de inestabilidad, Otón reúne sus huestes y las lanza contra los magiares con el fin de acabar con esa amenaza permanente. Con la victoria decisiva en la batalla de Lech, Otón pone fin a las incursiones de los magiares en Europa Occidental, quienes a partir de entonces comienzan a sedentarizarse y terminarán formando el reino de Hungría. Ya que estaba en campaña, Otón decide darles una pasadilla a los eslavos del norte, ampliando sus fronteras y consolidando las marcas del reino, a la vez que fomenta la evangelización de los pueblos bárbaros.

Cuando Otón termina de guerrear contra magiares y eslavos, se encuentra con que el oportunista Berengario II ha retomado el control de Lombardía e incluso amenaza a la misma Roma, cuyo prestigio y jefatura debían estar en horas bajas ya que era gobernada por el ladino Juan XII, el cual había sido proclamado sumo pontífice con tan sólo dieciséis años. Relanzando sus aspiraciones imperiales, Otón acude en ayuda del papa invadiendo Italia con sus tropas, donde por segunda vez toma Pavía y se proclama rey de Lombardía. A cambio de su intervención, el papa firma una alianza con él y lo corona emperador en el año 962. Surge así el Sacro imperio Romano Germánico, que perdurará hasta el año 1806, cuando se paseaba por aquellos lares le petit caporal.

El comienzo del nuevo imperio no es cómodo para Otón el Grande ya que el artero Juan XII no pierde ni un minuto desde que el nuevo emperador abandona Roma para hacerle la cama. El pontífice se alía con bizantinos, húngaros y príncipes italianos, incluyendo al mismísimo Berengario II, para oponerse al flamante emperador. Otón responde marchando contra Roma, deponiendo a Juan XII y nombrando un nuevo papa títere. Pero los italianos se rebelan ante estas imposiciones y el emperador se ve obligado a rubricar estos cambios con un poquito de sangre. Vence por fin a Berengario y pasa a cuchillo a algún que otro noble romano. Tras algún enfrentamiento con los bizantinos del sur de la península, pacta una alianza familiar con ellos y estabiliza su precario control sobre el norte de Italia.



A estas alturas, el control político sobre el papado se había convertido en una necesidad para el emperador alemán, pese a los duros conflictos que ello le generaba en Italia, dado que su propio poder en Alemania, fiscalizado por los poderosos duques alemanes, se asentaba sobre la estructura administrativa de los obispados a quienes necesitaba controlar, sin que existieran ingerencias desde Roma. Esta tensión entre Imperio y Papado marcaría gran parte de la política internacional europea durante la Edad Media.

Antes de su muerte, Otón I consigue garantizar la sucesión imperial a favor del hijo que tuvo con Adelaida de Borgoña, Otón II el sanguinario. A diferencia del imperio creado por Carlomagno, los otónidas crean unas estructuras políticas lo suficientemente sólidas como para que el Sacro Imperio perdure durante siglos, más allá incluso del fin de dicha dinastía.

1 comentario:

uno de tantos dijo...

Está claro, no hay nada como un enemigo extranjero para aunar la patria...