Antes de trasladarnos a la fría estepa rusa del siglo X, vamos a hacer una breve parada en el Mediodía francés. En un artículo anterior hablamos ya de un gran aquitano, Odón, encontrando a un descendiente suyo un par de siglos después ocupando el mismo ducado y obteniendo el mismo calificativo. Guillermo V de Aquitania, llamado el Grande, gobernó este territorio en el último tercio del siglo X y primer tercio del siglo XI. Mantuvo un gobierno pacífico gracias a sus alianzas familiares y la relativa tranquilidad reinante en sus fronteras, por lo que pudo dedicarse a leer y coleccionar libros, que era lo que le gustaba al hombre.
Un reinado un poco más movido tuvo Vladimiro I de la Rus de Kiev, con el que se inicia la época de mayor apogeo de dicho principado. Su padre, Sviatoslav I fue un incansable guerrero del cual se debieron sentir orgullosos sus ancestros vikingos, que expandió enormemente las fronteras de la Rus de Kiev a costa de jázaros y búlgaros. A su muerte, Sviatoslav I no sólo dejó extensos dominios sino a una jauría de hijos que arreglaron los asuntillos de la herencia de papi matándose entre ellos.
Durante la guerra civil, Vladimiro tuvo que huir para salvar el pellejo y se refugió en Noruega bajo el amparo de Haakon Sigurdsson, también llamado el Grande, quien años atrás se había visto en una situación similar. Al padre de Haakon le abrieron la cabeza poniendo fin a su reinado al método tradicional noruego. Su hijo tuvo que huir a Dinamarca donde pidió auxilio a Harald Diente Azul (el que da nombre al famoso sistema bluetooth), quien a cambio de vasallaje prestó tropas a Haakon para retomar el poder en Noruega. Cuando Vladimiro aparece por allí años después, Haakon le facilita el reclutamiento de una turba de guerreros noruegos con los que retomar el poder en Kiev.
Vladimiro y sus mercenarios noruegos cruzan el Báltico y se encaminan a Kiev con parsimonia, haciendo una paradita en Polatsk, un principado ubicado en parte de lo que actualmente es Bielorrusia. Vladimiro exige al príncipe de allí la mano de su hija y cuando éste se niega, la toma por la fuerza y se hace de paso con el control de todo ese territorio. La acción no es impulsiva pues Polatsk sirve de base de operaciones a Vladimiro para lanzar su asalto contra Kiev, el cual realiza con éxito en el 980.
Mientras el bueno de Haakon Sigursson acababa sus días acuchillado cuando intentaba esconderse de sus asesinos entre una piara de cerdos, Vladimiro de Kiev iniciaba un vigoroso gobierno ampliando las fronteras de sus dominios hacia Lituania y Polonia. La expansión no sólo se limitó a incursiones de saqueo, sino que fue orientada a consolidar el control sobre dichos territorios, en los cuales se fomentó la colonización y se construyeron fortalezas defensivas. Vladimiro el Grande fue un pagano de tomo y lomo que tuvo más de ochocientas concubinas y esposas y que levantó numerosos templos paganos, sin embargo la conveniencia política lo llevó a bautizarse y promover la conversión al cristianismo ortodoxo de la Rus de Kiev. Este significativo paso abre la puerta a una alianza matrimonial con la hermana del emperador Basilio II Bulgaróctono, quien recibió el apoyo de seis mil de rusos de Kiev para sofocar una de las crónicas revueltas internas en Bizancio. Estos guerreros se convirtieron posteriormente en el núcleo de la guardia varega, la cual pervivió varios siglos como tropa personal de los emperadores bizantinos. Gracias a esta alianza Vladimiro pudo terminar sus días con un gobierno relativamente tranquilo, allá por el 1015, siendo posteriormente santificado, por supuesto.
Aunque no obtuvo el sobrenombre de Grande, merece la pena hacer una breve mención al calificativo de “asesino de búlgaros” con el que fue conocido este Basilio II que hemos mencionado. La alianza con Vladimiro de Kiev permitió a este gran líder militar no sólo consolidar su poder en la misma Constantinopla, sino concentrar sus recursos bélicos para repartir estopa en el resto de sus fronteras. La peor parte se la llevaron los búlgaros, de cuyo Primer Imperio ya tenemos referencias pues en su día hablamos de Simeón I el Grande, y que por entonces estaban gobernados por Samuel de Bulgaria, a la postre último emperador búlgaro de esta época. En la batalla de Kleidion, en el 1014, los bizantinos infligieron una aplastante derrota a los búlgaros en la cual capturaron a unos catorce mil prisioneros, aunque no contento con ello Basilio II se ganó el sobrenombre con el que será recordado ordenando que todos ellos fueran cegados, excepto uno de cada diez que sólo fue dejado tuerto, con el fin de que sirvieran de guía al resto de vuelta a casa. Dantesco.
lunes, 22 de noviembre de 2010
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2 comentarios:
Siempre me han llamado la atención esos líderes que se rodearon de una guardia mercenaria o extranjera antes que de sus propios compatriotas... conmovedora confianza.
800 concubinas. ¿cuantos hijos?
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