El 2 de mayo
de 1729 nacía en Stettin, territorio prusiano, uno de los personajes más determinantes de la historia moderna de
Rusia. Esta joven princesa alemana vio su vida unida al destino del Imperio
Ruso cuando su familia, por mediación de Federico el Grande, consiguió
enlazarla en matrimonio con Pedro de Holstein-Gottorp, futuro zar. Las
tensiones diplomáticas austro-prusianas de la época se reflejaron, entre otros
aspectos, en la búsqueda por ambas potencias del control político de la Corona Rusa , consiguiendo
finalmente los prusianos llevarse el gato al agua con este enlace y la
coronación posterior de Pedro III, a quien ya destacamos en el anterior
artículo sobre Federico II como de marcado carácter germanófilo. El enlace se
produjo en 1745, fracasando como relación personal al instante. La pareja
apenas hizo vida común, teniendo grandes discrepancias tanto en lo personal
como lo público, distanciándose rápidamente la zarina de su marido al mostrar
un inagotable interés y respeto por la cultura rusa, los cuales incluían la asidua
cata de varones rusos de buen ver, afición que desarrolló a lo largo de toda su
vida.
El día antes
del enlace Federica Augusta Sofía se convirtió a la religión ortodoxa rusa,
tomando el nombre con el cual sería conocida por la historia: Ekaterina
Alekséyevna, más adelante conocida como Catalina la Grande. A diferencia de su
marido, personaje inmaduro que vivía en un país al que no quería y por el que
no era deseado, Catalina supo ganarse el respeto del pueblo y de importantes
personajes de la Corte ,
manteniendo una incesante actividad política y social, aprendiendo con dedicación
tanto la lengua como la cultura local y distanciándose rápidamente de sus orígenes
prusianos.
El 5 de enero
de 1752 falleció la zarina Isabel I, dejando en el trono a su sobrino y
heredero Pedro III. Las divergencias entre su marido el zar y Catalina se
acentuaron rápidamente a partir de entonces, debido principalmente a la
política filoprusiana seguida por Pedro, quien no sólo retiró a su país de la Guerra de los Siete Años,
devolviendo a Prusia amplios territorios ya conquistados, sino que además
decidió introducir a militares prusianos en el propio ejército ruso,
exasperando a la casta militar rusa. Su torpeza no sólo se reflejó en este
ámbito sino que el desprecio que sentía Pedro III por la cultura e
instituciones rusas lo reflejó en decisiones trascendentales como secularizar
bienes de la Iglesia Ortodoxa
o excluir a los poderosos boyardos, la nobleza rural, de la esfera de poder. A
Pedro le faltó mearse en la bandera: su futuro lo estaba escribiendo con
infinita torpeza.
El 13 de julio
de 1752, poco más de seis meses después de su llegada al trono, Pedro III fue
depuesto por un alzamiento de la Guardia
Imperial Rusa dirigido por Grigori Orlov,
amante de Catalina, quien fue proclamada gobernante de Rusia. Meses después, el
destituido Pedro era asesinado a sangre fría en la fortaleza donde fue
encerrado, eliminándose así los posibles problemas políticos que su mera
existencia pudieran causar. En principio el cambio de poder fue pacífico, pero
algunos sectores políticos defendían que debía ser temporal, hasta que
alcanzara la mayoría de edad el gran duque Pablo, hijo oficial de los zares. Oficial
porque existe la posibilidad de que no fuera hijo natural de Pedro, sino fruto
de la relación de la zarina con su chambelán Sergéi Vasílievich Saltykóv. A pesar de
estas reticencias, Pablo no se hizo con el poder hasta la muerte de su madre,
treinta y cuatro años después.
El reinado de Catalina la Grande fue largo y
fructífero para el país, que se europeizó y recibió los influjos de la Ilustración , hasta que
la Revolución
Francesa hizo que se cerraran las ventanas a estos aires.
Gran parte de su apoyo político lo consiguió la zarina dando entrada en los
círculos de poder a los agradecidos boyardos, a la vez que mimó a los líderes
militares, encantados con la victoriosa política expansionista que llevó a
cabo. A base de triunfos militares, los territorios rusos se vieron ampliados
en más de medio millón de kilómetros cuadrados, detraídos de la República de las Dos
Naciones y del Imperio Otomano principalmente, anexionando Nueva Rusia, Crimera, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Curlandia.
La zarina impulsó la modernización
de la agricultura y la industria, e incluso pretendió abordar profundas
reformas legislativas con participación de la mayoría de estamentos sociales. Sin
embargo, estos prometedores pasos del comienzo de su reinado se fueron
atemperando, convirtiéndose con el paso de los años en una persona cada vez más
conservadora y celosa de su poder, el cual ejerció con tintes tiránicos. Todo
ello contrasta con la imagen de monarca ilustrada que cultivó de cara al
extranjero. De forma significativa se convirtió en gran mecenas del arte y la
cultura, reuniendo en el Hermitage la mayor colección privada de arte de la
época, la cual serviría años después de base al futuro museo.
En 1768 Catalina la Grande hizo frente al
primer enfrentamiento bélico de los muchos que se sustanciaron durante su
reinado. El sultán otomano, Mustafá III, midiendo mal sus fuerzas, declaró la
guerra a Rusia a cuenta de un incidente fronterizo menor. El turco se alió con los
rebeldes polacos de la
Confederación de Bar buscando afianzar su dominio sobre
Crimea y la misma Polonia, un estado en descomposición por entonces; mientras
que los rusos se aliaron con los británicos, siempre al quite de este tipo de
ríos revueltos, ganando así un importante apoyo naval. Pronto la balanza de la
victoria se inclinó para el lado ruso, emergiendo la figura del brillante general
Alexander Suvórov, quien repartió estopa tanto a otomanos como a polacos.
Con el conflicto bélico en el sur
encarrilado, Catalina vio con buenos ojos la propuesta de Federico el Grande de
anexionarse de mutuo acuerdo territorios de la debilitada República de las Dos
Naciones, en franca decadencia y sometida políticamente a sus vecinos. A dicho
pacto, tras alguna reticencia inicial, se unió la emperatriz María Teresa I, representante de la tercera
potencia fronteriza, Austria. De este modo la Primera Partición
de Polonia se formalizó en 1772, perdiendo el país un 30 % de su territorio,
repartido entre las tres naciones vecinas, correspondiendo a Rusia la mayor
parte de Livonia y Bielorrusia, incluyendo importantes ciudades como Vítebsk y
Polatsk, así como más de millón y medio de habitantes. La resistencia militar
interna planteada por la
Confederación de Bar fue aplastada por los tres aliados.
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