jueves, 6 de octubre de 2011

Grandes en guerra (I).

El siglo XVII europeo nos presenta a cuatro monarcas coetáneos que fueron conocidos por el apelativo de “el Grande”. Para acercarnos a sus reinados vamos a realizar un desarrollo cronológico del siglo, con el fin de analizar como fueron solapándose sus vidas.

Corría el año 1594 cuando nació en Estocolmo Gustavo Adolfo, hijo del por entonces duque Södermanland. Su padre resultó victorioso en el derrocamiento de su sobrino el rey Segismundo III, un ferviente católico y también soberano de Polonia, el cual se topó con la decidida oposición de los dirigentes protestantes suecos. El duque, coronado como Carlos IX, tuvo que hacer frente a una enconada guerra contra los católicos polacos, la cual se extendió a los escenarios bálticos de Rusia y Dinamarca.

El joven Gustavo Adolfo se crió en un ambiente militar, recibiendo instrucción de oficiales holandeses, no tenía Corte y gastaba muy poco en su persona. Con el tiempo representó el arquetipo de monarca-general que imitaron los reyes de Prusia. Mientras el joven príncipe aprendía las innovaciones técnicas impulsadas por Mauricio de Nassau, nacía en España, en 1605, el futuro Felipe IV. Pocos años después, en 1611, fallecía Carlos IX de Suecia, siendo coronado el nuevo rey con tan sólo diecisiete años. Gustavo II Adolfo heredaba una nación emergente sumida en una profunda crisis económica y con tres guerras abiertas. Lejos de amedrentarse, el joven monarca fue resolviendo de forma exitosa cada uno de los conflictos.

Mientras el grueso de las tropas suecas servía bajo mando de competentes generales en Rusia y se conseguía un respiro en el escenario polaco, el mismo Gustavo Adolfo se hacía cargo de la guerra contra Dinamarca recurriendo a tácticas de guerrilla. La Guerra de Kalmar tuvo un origen comercial ya que los suecos pretendían eludir el pago a los daneses por el paso a través del Estrecho del Sund, abriendo una nueva ruta comercial a través de Laponia. La estrategia empleada por el joven monarca sueco empantanó el conflicto y a los daneses empezó a salirles caro mantener sus tropas mercenarias, lo que unido a la intervención inglesa y holandesa, llevó al rey danés a aceptar la paz en 1613, mediante el Tratado de Knäred. A cambio de cesiones territoriales y compensaciones económicas, Gustavo II Adolfo consiguió paso franco por el Estrecho del Sund y liberar tropas para destinarlas a otros frentes.

Entre tanto, Rusia se encontraba en una caótica situación de interregno conocida como el Período Tumultuso, en la cual tanto polacos como suecos intentaban meter mano para ver quien colocaba a un zar afín en Moscú. En este escenario, el rey sueco postula en 1610 a su hermano como zar, estallando entonces la Guerra de Ingria. Mientras suecos y rusos se mataban unos a otros, en 1615, en España era nombrado gentilhombre de cámara del príncipe Felipe el conde de Olivares, de manos del valido de Felipe III, el duque de Lerma. En tan sólo siete años este ambicioso personaje ocuparía aquel puesto, anteponiéndose a otros candidatos de mejor posición y renombre, demostrando ya una gran habilidad política.

Entre tanto, en Rusia el general sueco Jacob De la Gardie sumaba varias victorias y tomaba importantes plazas forzando la firma del Tratado de Stolbovo, en 1617. A cambio de la devolución de Novgorod y el reconocimiento del zar Miguel I, los suecos consiguieron la cesión de los territorios rusos costeros al Báltico, perdiendo Rusia el acceso a dicho mar durante un siglo, hasta que se lo devolvió otro grande, Pedro I, de quien hablaremos a su debido tiempo. Gustavo II Adolfo, el León del Norte, cerraba así de forma brillante un segundo frente, ponía la primera piedra para el dominio sueco sobre el Báltico y podía por fin dirigir todos sus esfuerzos contra Polonia, dispuesto a acabar con la tercera guerra que había heredado.

Un año después, en 1618, estallaba la Revuelta de Bohemia, un conflicto local que se internacionalizó rápidamente y daría origen a la Guerra de los Treinta Años. El nuevo emperador Fernando II, un Habsburgo ultracatólico emparentado con los monarcas españoles, se encontró de mierda hasta el cuello con una revuelta protestante de la nobleza bohemia que cuestionaba su corona y le tenía hecho el Sacro Imperio Romano Germánico unos zorros. Como no podía con todo lo que se le venía encima, llamó a sus primos españoles quienes, tontos del culo, se pringaron en una guerra a nivel continental que dejó a España deslomada, especialmente a Castilla, y apeada de la supremacía europea. A lo largo de estos artículos iremos exponiendo el desarrollo del conflicto que implicó activamente la participación de hasta tres de nuestros “grandes” personajes.

Al mismo tiempo, mientras reunía y reforzaba su ejército, Gustavo II Adolfo de Suecia impulsaba importantes reformas internas en su país, demostrando una buena capacidad de gestión: se mejoraron tanto el sistema fiscal como el judicial; florecieron las explotaciones mineras y el comercio; se impulsó la construcción de nuevas ciudades e incluso la fundación de una colonia en Norteamérica, la futura Nueva Escocia; y se fomentó la educación, en especial la universitaria;. la política expansionista sobre las costas bálticas fue complementada con un ambicioso programa de construcción naval cuyo máximo exponente fue el malogrado Vasa.

Pero la actuación más determinante del monarca sueco a nivel interno fue la reordenación de la defensa nacional, debido a las implicaciones que sus acertadas medidas tuvieron en la creación y defensa del incipiente Imperio Sueco. De este modo, se llevó a cabo la creación de un ejército permanente y organizado, imponiendo un sistema de rotación en el servicio militar a las clases bajas. Se reformó todo el orden de batalla del ejército, formando la infantería en unidades más pequeñas y en filas con menos grosor, reforzando la potencia de fuego de los regimientos mediante el aumento de la proporción de mosqueteros y la mejora de sus armas, dotándolos incluso de pequeños cañones capaces de ser manejados por dos infantes. Así mismo, se impulsó el uso de la caballería como fuerza de choque directa, retomando la carga a la espada en detrimento del uso de desfasadas tácticas de caracola, a la vez que se mejoraban las piezas de artillería y su cadencia de disparo. Por su parte, la oficialía provenía de la nobleza sueca, alcanzándose un alto grado de profesionalidad.

Pese a todos los avances en el ejército nacional, Suecia basó, al igual que el resto de países de la época, la mayor parte de su capacidad militar en mercenarios. En este caso, principalmente escoceses y alemanes protestantes, los cuales fueron alistados a miles por el monarca. Tanto la contratación de mercenarios como el resto del aumento del gasto militar fue una carga muy pesada para las arcas de la Corona. El rey fracasó en su intento de aumentar la carga fiscal sobre los nobles, aumentando sólo la de las clases populares, permitiendo además que el ejército se dedicara al saqueo para subsistir, a la vez que buscaba ayuda internacional para obtener financiación, la cual vendría finalmente a través de la Francia de Richelieu. El país entró en una dinámica en la cual la guerra se convirtió en una verdadera industria nacional que necesitaba la existencia de guerras para mantenerse a flote.

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