martes, 27 de julio de 2010

Bastión de la montaña (3)


Los vigías sobre la muralla observan al animal. Los soldados desperdigados del poblado también se han percatado de su presencia ante los gestos de los oteadores. Se acercan al camino con pasos cautos, suaves, para no alarmarlo. Resulta casi cómico ver a los imponentes guerreros acercarse con sumo cuidado a la montura tratando de asir las riendas. Nada como la promesa de no tener que cargar con el botín por las montañas para convertir a un despiadado mercenario en amable amiguito de los animales.

El animal desconfía y se aparta de ellos, como renegando de la casta humana que representan. O como si tuviese conocimiento de los actos que acaban de cometer. Un instinto atávico de protección.


Mientras, en la fortaleza, el capitán se dirige con determinación hacia la torre que ha ocupado la troupe de asesinos. Es la misma en la que uno de los suyos fue herido y se han instalado allí. Desde luego es la más inaccesible de todas las dependencias exteriores, al extremo de la muralla y suspendida sobre el abismo en que se precipita el acantilado de la vertiente montañosa. Como el posadero de un ave de rapiña. En contraposición, enfrente está el torreón de donde él ha salido: firmemente anclado en el promontorio rocoso, su basamento es la misma montaña con la que se funde y enraíza. El acceso al torreón aislado es un almenado estrecho y con vistas a una caída de más de 200 codos. Conforme avanza, sus pasos firmes y decididos van acortándose, debilitándose. Las órdenes enérgicas que pretendía dar al jefe de asesinos se empiezan a desmoronar en su mente conforme recorre la pasarela, igual que los grandes fragmentos de firme roca se han ido desprendiendo de la pared de piedra y ahora yacen en el fondo del valle. Al fin y al cabo se dispone a dar una orden al líder de esos abyectos asesinos.

Del otro lado del pasaje amurallado puede ver la poterna del torreón entreabierta, dejando vislumbrar la oscuridad del interior. Como una cueva de alimañas. La distancia de ese lienzo de muralla no le había parecido tan larga y sus zancadas han perdido vigor como si no quisiese llegar. Algo muy dentro de él, que ha luchado por su vida en innumerables ocasiones, le pide que no siga, que se de media vuelta. Casi como deseando que suceda algo que le disuada de llegar. Cuando de repente, se oyen voces exaltadas:

- ¡Mi capitán, mi capitán! – Sobresaltado por la coincidencia se gira y responde con un exabrupto hacia uno de sus subordinados que corre tras él.
- ¡¿Qué sucede?!
- El noble, mi capitán, ¡el noble se ha vuelto loco, loco del todo!
- ¿Qué? – piensa por un momento que quizás se haya rendido, algo inaudito para su ralea.
- Se ha vuelto tarumba.
- ¡Pero aclara, soldado! ¿Qué ha hecho?

El soldado se gira y apunta a las contraventanas aseguradas desde dentro de los aposentos del señor del bastión. Hilillos de humo denso y gris borbotean por sus bordes.

Ha prendido fuego.


Todo esto pasa desapercibido a los vigías, que están pendientes de la fascinante escena de doma frustrada. Sus compañeros de armas tratan de rodear al animal y cada vez se congregan más en dirección al camino del bosque, como atraídos por el canto de una sirena equina.

Como bestia tozuda se resiste a aceptarlos. Piafa, resopla y retrocede. Renuente.

3 comentarios:

Dagoberto Dar Siddion dijo...

Eso le pasa al Capitán por pensar... Si hubiera sido jugador de rol hubiera intentado de primeras entrar sigilosamente, y antes incluso de que lo hubieran descubierto hubiera cargado a sangre y fuego a rebanar al noble XD

Alvarf el Gris dijo...

Patada en la puerta y al carajo. No hay nada como tirarse al agujero. Ayyy, tanto pensar, tanto pensar,...

uno de tantos dijo...

Se nota que no conoceis a los nobles tan bien como el veterano capitán. Ni la mala hostia que gastan. En el siguiente capítulo entendereis porqué se anda con pies de plomo con esa calaña...