martes, 20 de julio de 2010

Bastión


El otoño se avecina. Es el final para la temporada de las largas marchas por crestas arboladas. Sólo los más osados intentan la maniobra en esta época tardía. Tipos rudos, recios y parcos en palabras. Contingentes modestos para tomar al asalto y por efecto de la sorpresa fortines en lo alto de cerros. Filas de yelmos cónicos y lanzas despuntan por entre la silueta del follaje. Alguien cabalga en un poni duro y testarudo, un explorador que vigila desde lejos, inclinado sobre el cuello de su montura para no ser visto, su silueta distorsionada con un manto rasgado y de colores imprecisos. Un corto arco compuesto asoma pegado a la silla, un arma que claramente no pertenece a este lugar. Hace un par de días que vigila el avance, hasta que se han acercado al cruce de Tres Piedras, en el puerto del mismo nombre.

Si el grupo se desvía hacia el NO los dejará marchar. Si el grupo, sin embargo, toma el camino del SO, el jinete cabalgará como alma que lleven los demonios del bosque en dirección al bastión de Uerk Ba-a por senderos de montaña solo conocidos por las alimañas, acortando por atajos que le permitirán llegar un día antes que los invasores a la fortaleza.

La fortaleza siempre está en estado de pre-alerta. Con solo avisar unas horas antes la guarnición se pondrá en pie de guerra, se cerrará impenetrable como la virtud de las vestales y nada ni nadie conseguirán traspasar sus defensas. Pero para los aldeanos es distinto. Ellos necesitan más tiempo para poder refugiarse en el castillo, trasladar sus escasas pertenencias y víveres e instalarse en las estrechas galerías de la mina insalubre que abre sus fauces en el patio del fortín. No los dejarán entrar si no llevan su propio sustento para resistir el eventual asedio y necesitan tiempo para avituallarse. El jinete lo sabe y esto será lo que le impulsará a atravesar la enmarañada floresta a toda velocidad, despreciando el riesgo de partir una pata de su bestia, ser derribado por una rama o despeñarse por una ladera empinada. El corazón se le acelera ante esa expectativa, sabiendo que pondrá su vida en peligro, que será azotado por el ramaje y que tal vez reviente a su bruto compañero equino. Bien merece la pena.

La mina es la razón de ser del bastión y la única justificación para que una construcción así se agarre al peñasco en el que se emplaza. Con un precipicio cortado a pico mirando a poniente y un camino estrecho que bordea la roca hasta el poblado que se disemina al pie del promontorio como único acceso. Todo para proteger el valioso recurso que la mina guarda en sus pétreas tripas.

Con todo no es lo que importa al jinete. Para él todas las riquezas subterráneas del señor del castillo no valen ni un resoplido de su montura. Para él todo lo que importa está en una cabaña, donde ella estará ahora tal vez amasando pan, limpiando el hogar o remendando mantas para el invierno que se acercará tras el corto otoño de estos lares.

Pero sus órdenes son bien claras, alertar solo cuando un invasor rebase el cruce de las Tres Piedras y no dejar el puesto. Desde Tres Piedras al castillo se tarda día y medio por el camino de las Cornejas. Cualquiera sabe que intentar atajar atravesando por las montañas es un suicidio.

Así que espera que los soldados se desvíen hacia el NO, hacia las tierras inhóspitas de Tumberia y de ahí tal vez atacar las aldeas de salvajes para capturar esclavos o desviarse al E tras sobrepasar el paso y acceder al Valle de Grijia donde las segundas cosechas estarán recién recogidas.

Un siseo y un picotazo en el cuello. El corcel relincha inquieto mientras el jinete cae desplomado. Se siente mareado y todo está emborronado. Se ha distraído. No lo ha visto venir, tampoco lo ha escuchado. Ni siquiera lo ha olido. Todos esos reproches se ahogan en su mente cuando lo inunda una angustia mayor. Nadie avisará a tiempo a la aldea al pie del castillo. Los aldeanos no tendrán oportunidad alguna. Ella no podrá salvarse. Esto le provoca una desesperación que hace brotar una lágrima cuando impedido en el suelo algo entra en su borroso campo de visión. Una bota. Su silencioso adversario se ha acercado mientras él no puede mover ni un músculo, ni siquiera para volver la mirada y verle el rostro. Piensa que va a morir sin poder mirar cara a cara a su asesino. Su espíritu será esclavo de un desconocido en el más allá.

A penas oye el retumbar en el suelo de como el poni se ha alejado, pobre bruto, asustado. La impotencia de no poder ni gritar le desgarra el alma. La bota sigue ahí, plantada. Una sombra emborronada se inclina sobre él y siente frío y fuego en la garganta cuando se la rebana.

5 comentarios:

Alvarf el Gris dijo...

:-o

Joe Peres dijo...

Aaaaaala, esto no es post-ap... ¿estás preparando algo nuevo?

uno de tantos dijo...

Paso de preparar nuevas ambientaciones, ni siquiera jugamos las que ya tenemos.

Es solo un relato, solo eso. Me salió el otro día y lo he colgado. Si gusta tal vez añada algún otro que lo continúe. Por alimentar el gusanillo friki, más que nada. A falta de rol, buenos son cuentecillos ¿no?

Joe Peres dijo...

Está perfecto, aunque ya queda menos para que echemos algo en mesa. La verdad es que les estoy sacando brillo a los dados :P

Qrol Pater dijo...

San Gygax te oiga, hijo mío.