martes, 27 de julio de 2010

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (iv)

MADERA CONTRA ACERO (ii).-


Pudo pasar un siglo o apenas unos minutos. Un inmenso látigo parecía estar azotando el rostro y las extremidades de Edward y poco a poco sus ojos se entreabrieron, constatando que el castigo al que se estaba viendo sometido no era fruto de la mano de un verdugo, sino que eran sarmientos y ramas de arbustos los que le golpeaban mientras, colgado de un recio tronco, era transportado a paso ligero entre la floresta. Quiso gritar, más le fallaron las fuerzas y tampoco era de ayuda el tener su cuerpo atenazado por sogas que hacían descansar el peso del mismo en su tórax y cadera. Sus portadores llegaron a un cauce, y preocupado, observó cómo en vez de vadearlo se dispusieron a seguir su curso. Conteniendo la respiración y tensando los músculos a fin de no perecer ahogado las varas recorridas se le hicieron leguas hasta que, al fin, la tierra firme y los malditos rastrojos volvieron a estar al alcance de su visión, que se fue de nuevo nublando.


El dolor de los músculos entumecidos no hubiera bastado para volver a despertarle, ni siquiera el estruendo de una batalla. Sin embargo el constante caer de una gota a lo que bien pudiera ser una pileta justo a sus espaldas hizo al bisoño guerrero recobrar el sentido, perseguido por la persistencia de esa maldita gota que amenazaba con acabar, si no con sus tímpanos, quizás con su vejiga. Se encontraba atado a una extraña estructura, tal vez era el mismo tronco en el que le habían porteado que parecía encajado en una grieta entre el suelo y el techo de una gruta. A escasos metros yacía en el suelo uno de sus compañeros, juraría que Frankest. Es posible que sobreviviera a la emboscada y fuera el apresurado trayecto desde el recodo del camino hasta aquí lo que acabara con su existencia. Más allá, tras unos bultos hacinados en el lecho de la roca, un grupo de desarrapados mascullaban algo ininteligible desde esa distancia. No parecen haberse percatado de que el cautivo ha recobrado la consciencia. Una fuerte punzada ataca el bajo vientre de Edward, que apenas sí logra ahogar el grito que nace de sus pulmones en un gemido que sale de entre sus labios. ¡Maldito rumor del agua! Suficiente como para que cese el parloteo entre los proscritos y se dirijan hacia allí en comandita.


No te hagas el dormido, que te hemos visto”—Dice en tono bravucón un tipejo enjuto con la piel cetrina. “Vas a desear estar muerto en cuanto Drik Flecha-Negra se entere que uno de los jerifaltes ha caído en nuestras redes”. Edward de repente nota, ante las carcajadas de los cuatro o cinco harapientos que se agolpan ante él, que la presión insoportable en su ingle no será ya un problema.


Unos pasos resuenan cada vez más cerca, y el transitorio calor se torna en helor cuando se escuchan murmullos entre los que sólo escucha lo que parece ser un nombre: Drik. Una figura ataviada de negro, el rostro cubierto por un embozo; unos guantes que parecen sacar algo del cinto: es una daga. Edward siente un leve pinchazo bajo el mentón y nota como una afilada hoja recorre la mandíbula hasta su base, para luego subir por la mejilla en un camino que inexorablemente ha de llevar a la cuenca ojo. De repente una voz retumba bajo la bóveda ancestral “Chico… Nadie te va a agradecer tu silencio como nosotros tus palabras. Tarde o temprano me enteraré de por qué cinco aspirantes a héroes recorren los bosques de Tamen a galope tendido, pero puede que para entonces no puedas contemplar otra puesta de sol”. No parece una voz amenazante, pese al frío metal que se acerca al lacrimal. Parece incluso una tabla de salvación a la que agarrarse ante la presión que se acrecienta en la comisura del párpado. Con suerte su compañero habrá llegado al puesto avanzado de los Guardianes del Norte y estarán sobre aviso. De repente, un grito. Un alarido que estremece las estalactitas de la profunda cueva:

“¡El Rey Adwulf ha muerto!”

1 comentario:

Alvarf el Gris dijo...

Me ha gustao el detalle del tipo a pique de ahogarse mientras vadean el río ;-)