miércoles, 1 de septiembre de 2010

La ciudad sobre canales


Durante el día la ciudad vieja está repleta de turistas. Sus callejas son en extremo pintorescas con edificios de cuento y monumentos medievales por doquier. Tanto que algunos visitantes lo confunden con el decorado de un parque temático y preguntan el horario de cierre. El cielo gris a ratos llovizna y a ratos deja escapar un engañoso rayo de sol. En otras ocasiones se enfurruña, como si estuviese contrariado por alguna mítica ofensa ya olvidada en el paso de los tiempos, que nadie comprende y resulta casi aleatoria. Entonces descarga una furiosa cortina de agua sobre la ciudad centenaria. Esto nutre a los canales y elimina a los turistas de la faz de la ciudad.

A los canales se abren distintas vías desde los edificios que los delimitan. Unas son poternas a ras de agua. Otras son escalones desgastados acabados en verjas oxidadas. Y otras son simples agujeros. De estos últimos los hay pequeños y redondos, claramente de desagüe. Aunque también los hay a medio camino entre estos y los más grandes de las poternas. Rectangulares y más anchos que altos, solo unos centímetros sobre la superficie cuando no parcialmente inundados, un limo verdinegro los tapiza. Estos son siempre los más discretos y están situados en lugares inverosímiles que pasan desapercibidos a simple vista. Algunos disimulados en recovecos que los apartan de miradas indiscretas. Otros literalmente ocultos tras oportunas frondas de trepadoras o las ramas de algún sauce llorón que caen desde las tapias hasta las aguas semi-estancadas. Suficientemente grandes para dejar pasar a alguien que se arrastrase por ellos. Justo al nivel de las aguas putrefactas del canal. Accesos secretos y privados al canal desde los sótanos sombríos para aquellos a quienes preocupa más la discrección que la repugnancia.


Cuando llega la noche las calles quedan desiertas y sepulcralmente silenciosas. Cualquier transeunte despistado que no se haya recogido se enfrentará a una sensación de desamparo que parece emanar del suelo. Del empedrado o de los canales bajo él, no se puede adivinar. Mientras, una humedad pegajosa y heladora escapa de los canales y se cuela en los huesos.

Solo algunas calles más importantes, alejadas de los canales, y las plazas más significativas que estas unen, siguen habitadas al caer la noche. Allí los lugareños se esfuerzan por mantener las luces encendidas frente a la opresora oscuridad. Sus márgenes albergan lujosos restaurantes típicos y fachadas iluminadas que crean un juego de luces y sombras con los pretiles y marcos de sus ornamentadas ventanas talladas. La iluminación artificial, sin embargo, parece desfallecer en su lucha por momentos en los que titila a la vista periferica. Como si su batalla contra las sombras fuese una causa perdida de antemano en aquella población.

A partir de esa hora, cuando la oscuridad empieza a escurrirse desde las sombras para adueñarse de todo, los parroquianos se vuelven esquivos y huidizos. Rehuyen conversar con los extraños y abandonan con inquietud las adoquinadas callejuelas. En la ciudad no se ve ningún sin techo, ningún vagabundo. Al menos después de su primera noche a la intemperie. Sobre todo si fue en las cercanías de los fangosos canales...

1 comentario:

Dagoberto Dar Siddion dijo...

Me temo que esa es la hora de irse... Salvo que se lleven suficientes pastillas del calibre 45!!!
:P