martes, 16 de febrero de 2010

Reporte 22 (2ª parte)

(...)

Continuación.

NR resultó un infierno. Los mineros nos recibieron con sus cañones de agua hirviendo. Tal vez no nos esperaban, pero estaban bien preparados de todos modos. Nuestra avanzadilla de infiltradores a penas había logrado inutilizar la primera torre de vigía y la siguiente dio la alarma. A partir de ese momento se nos vino el desastre encima. Ese aviso permitió que la maquinaria defensiva de los mineros neorhodianos entrara en marcha y nuestro destino estuvo decidido.

Ni siquiera nuestro número era suficiente para tomar las atalayas fortificadas. Sus chorros de agua derribaban a los guerreros de la carretera pendiente abajo, haciéndolos rodar contra las piedras. Los que no morían escaldados lo hacían por los golpes de la caída o lo remataban asaeteados. Ese maldito laberinto de montones de escombros se convirtió en un matadero.

Solo el Señor de la guerra en su andador era capaz de neutralizarlas, pero por cada una a la que llegaba y derribaba, decenas de sus hombres habían caído antes segados por el agua y las flechas. Al principio los mineros a penas disparaban armas de fuego, o al menos no pude distinguir muchos tiros entre el aullido de las sirenas y los lamentos de nuestros caídos. El estruendo del cañón de agua es un sonido ensordecedor que tardaré mucho en desterrar de mis pesadillas, salpicadas de alaridos de dolor.

Los senderos entre las colinas estaban plagados de artimañas defensivas, trampas mecánicas y celadas. Los defensores se movían por entre las crestas de sus colinas de escombrera sigilosos, emboscaban y se retiraban sin llamar la atención. Si se les seguía sus perseguidores caían en trampas o nuevas emboscadas. El Cacique tampoco podía estar en todas partes y aunque su blindado disponía de un lanzamisiles, el hijo de puta rara vez acertaba con ellos y pronto los disparó todos, la mayoría malgastados. Dicen que alcanzaba por igual a los suyos que al enemigo y para colmo los proyectiles perdidos ocasionaban corrimientos que sepultaban a sus guerreros. Esgrimía una enorme porra en una de las pinzas manipuladoras, un poste de metal al que habían soldado hojas de segadora y pinchos en el campamento inicial, pero creo que se quedó enganchada en una de las atalayas. Después usó un parachoques arrancado pero no sirvió de mucho. Si el andador disponía de más armamento, el maldito bastardo no logró usarlo o al menos no tengo noticia de ello. Durante los “duelos” por el liderazgo se rumorea que hizo algo más, pero no logré averiguar exactamente qué.

Los vehículos que llevabamos con nosotros quedaron pronto inutilizados en los caminos trampeados de los mineros. Los jefes saqueadores pretendían adentrarse en el seno de la comunidad rápidamente, golpear duro y derrotar la resistencia de los neorhodianos. Sus planes se encontraron con que los vehículos no podían avanzar por los caminos estrechos, que se quedaban atascados en zanjas y que pronto se volvieron blancos perfectos para los proyectiles incendiarios. El método era sistemáticamente siempre el mismo: una lluvia de botellas caía desde detrás de una loma para estrellarse en el vehículo inmovilizado y alrededores antes de poder sacarlo y sus ocupantes tenían que huir o morir abrasados. Todas las armas de apoyo del asalto se perdieron así. Pronto las explosiones que se oían empezaron a hacer cundir el pánico.

Solo una bandada de motoristas creo que llegó a la plaza y allí los tirotearon. Consiguieron encontrar una ruta que podían atravesar con sus motos, pero esto los separó del resto de la fuerza saqueadora. Aislados y al descubierto en medio de la plaza de Nueva Rhodas, los acribillaron a casi todos. Parece que guardaban sus balas para eso, los jodidos mineros. El tipo que me lo contó lo vio todo desde una de las atalaya que había tomado el Cacique en la que se habían posicionado él y los suyos. Entonces comprendió que era mejor pirarse.

Los bandidos empezaban a retirarse cuando el Caudillo lanzó su última intentona. Se revolvió contra sus propios secuaces castigándolos por su cobardía como había acostumbrado a hacerlo en los días atrás. Me dijeron que arrancó la cabeza del segundo teniente de un revés cuando este opinó que estaban perdidos y que se retiraba. Para no poder comunicarse con facilidad desde dentro de la cabina, se hacía entender bastante bien.

Todo acabó cuando cayó en una treta de los mineros, dicen que usaron su maquinaria pesada para contrarrestar al andador, lo derribaron con una grúa y unas vigas o unos troncos, no lo tengo claro. No creo que podamos sacar ningún protocolo operativo antiblindado de esto, porque la maquinaria que usaron no es aplicable a nuestra logística. No sé que suerte corrió el bastardo, pero seguro que no fue agradable y seguro que lo merecía. Sólo aquel día debieron caer entre enorme sufrimiento un par de centenares de saqueadores. Los mineros también se llevaron lo suyo, sobre todo los que se enfrentaron directamente al blindado.

Conseguí mantenerme alejado de la contienda en cuanto esta empezó. El bandido con quién había estado marchando esos días atrás, cargando un baúl del jefe de la banda a la que me acoplé, intentó obligarme a que luchara, me insultó y amenazó, pero no quiso enfrentarse a mi cuchillo. Después de la batalla, en la huída, me encontré al pobre diablo moribundo e hice por él lo único que podía hacerse. Los mineros enviaron alguna partida de caza en represalia, pero solo por los dominios de su maldito laberinto de escombreras. No se atrevieron a aventurarse más allá de la protección de sus negras colinas. Posiblemente, si lo hubiesen hecho, habrían acabado con casi todos los fugitivos que quedabamos. Una turba de saqueadores resentidos y vengativos ha quedado aquí fuera ahora para hacerles pagar su error en un futuro.

Finalmente, cuando la horda de saqueadores se vio desmembrada y debilitada por el desastre contra NR, pude escaparme. A la noche siguiente me deshice de un par de ellos que me acompañaban en la huida, despistándolos sin problemas. Desde entonces he tratado de llegar aquí, temiendo que me alcancen tanto los mineros como mis antiguos compañeros de penurias. Me he deshecho del material saqueador que llevaba, ropas y armas, pero creo que aun tengo tufo a indeseable y he evitado los asentamientos. No conozco los refugios tan al sur del sector y tuve que esconderme unos días en una casa abandonada por unas fiebres que casi me matan. En las ruinas cercanas vi como unos saqueadores heridos eran atacados por unos lugareños que los remataron. Parece que el rumor de la derrota ha cundido y los habitantes del páramo no mostrarán clemencia con aquellos que solían acosarlos. No quiero que me confundan con uno de ellos. No me siento un traidor por abandonar a los saqueadores porque mi deber es con la Reconquista, tampoco siento simpatía por sus intenciones contra NR, pero reconozco que cuando estuve con ellos me contagiaron sus ansias por vivir a tope y rápido. Eso me hace sentir incómodo por haber dejado a algunos a su suerte. Aunque salvajes y despiadados, fueron mis compañeros un tiempo. No me he desprendido aun de la pistola de muelles que arrebaté a aquel primer saqueador que derroté. Es lo único que conservo de todo esto y no creo que me deshaga de ella.

No sé si de todo lo que relato arriba hay partes que los expertos en análisis puedan considerar innecesario para un informe del servicio, pero necesitaba contarlo.

Para completar mi informe añado que en ningún momento descubrí actividad de vigilancia del enemigo cerca, ni en el campamento ni durante la marcha. Si nos observaban, lo hicieron con total discreción. Mis sospechas son que el localizador del andador estaba inutilizado y que por eso el enemigo no tuvo nada que ver. No conseguí acercarme nunca lo suficiente para verlo de cerca y comprobar si tenía daños, pero de lejos resultaba impresionante y aterrador.

Insisto en que quién pilotaba no me parece que fuese un híbrido por lo que me contaron de él. Tampoco su intención de asaltar NR encajaba con los planes normales del enemigo. Me parece asombroso que consiguiera pilotar la máquina enemiga. No sé si servirá de algo todo esto, pero el simple hecho de averiguar que sea posible espero que haga merecer la pena de todo lo que he pasado.

Balance:
Me he reequipado con lo que he encontrado en el zulo, pero me falta casi de todo. [...]

Mensajes:
A “matasanos”: necesito que me echen un vistazo, creo que además de las heridas he pillado algo de andar con los bandidos.
A “compras”: he perdido casi todo el equipo estándar que no pude camuflar.
A “batas”: tal vez recuerde más respuestas si tengo las preguntas adecuadas.
A “Vogt”: gracias por traer mis cosas, señor. Cuando nos veamos me tomaré esa cerveza con usted. Yo invito.

Firma: Benson el “Topo”

2 comentarios:

Joe Peres dijo...

Impresionante, una aventura fantástica.

Alvarf el Gris dijo...

Recuerdo que el pj de Angel estuvo dentro, pero no se si fue Gorrión o el anterior.
A saber la que han podido montar los mineros con el panel ese que les llevamos.