jueves, 19 de agosto de 2010

Dos grandes fieles y un infiel.

Para continuar con el ciclo de grandes personajes nos vamos a trasladar al s. IV a conocer a Sapor II el Grande, uno de los principales reyes del Imperio Sasánida y azote de Roma. Lo primero que hizo el joven Sapor fue pasarse por el forro del turbante una paz de más de cuarenta años que se mantenía con los romanos y darle un buen sobresalto a Constantino I conquistándole algunas fortalezas fronterizas. Posteriormente vapuleó repetidas veces en el campo de batalla a Constantino II y sólo la falta de más tropas hizo que pudiera expandirse más hacia territorio romano. Juliano el Apóstata se lo puso más difícil, pero su rápida muerte le facilitó a Sapor la posibilidad de endilgarle a Joviano una paz vergonzosa con la que obtuvo cinco provincias romanas que ocupaban casi toda Mesopotamia, allá por el año 363. Como veis, los emperadores romanos se sucedían con rapidez y Sapor II fue sacando tajada de tanta inestabilidad en el imperio vecino. Como colofón a todo esto decidió invadir Armenia, aliada de Roma, quien de manos de Valente esta vez, optó por dejar con el culo al aire a su aliado. A su muerte, Sapor II había anexionado al Imperio Sasánida Mesopotamia, Armenia y amplios territorios en el este, donde gustaba de mandar sus tropas de vez en cuando para descansar de matar a tanto romano. Pero lo que hizo a Sapor II un malo maloso de verdad, fue terminar la colección del Avesta, recopilación de textos sagrados del zoroastrismo, y perseguir a los cristianos. Gran infiel.

Tras la aguda crisis del s. III, el Imperio Romano hace aguas, sin embargo, surge la figura de Diocleciano que consigue reflotar el barco y a costa de fragmentarlo políticamente le alarga la vida un siglo y medio más. En este marco previo encontramos a Constantino, un aristócrata bien situado por su padre, a cuya muerte sus tropas aclamaron como augusto en Britania. Esto de ser proclamado augusto tampoco es que fuera algo exclusivo porque en el año 310 podemos contar hasta siete augustos simultáneos, lo cual se solventó por el antiguo arte de darse palos y matarse unos a otros. Pocos años después sólo quedaban Constantino y su aliado Licino, que se repartieron el Imperio, correspondiendo al primero Occidente y al segundo Oriente. En este tumultuoso período Constantino venció a uno de sus oponentes en la famosa Batalla de Puente Milvio, en la que sus tropas lucharon con un crismón dibujado en los escudos puesto que la noche previa una voz celestial le había anunciado aquello de “con este signo vencerás”. La diarquía duró unos cuantos años en los que lo más destacable fue la promulgación por ambos emperadores del Edicto de Milán mediante el cual se estableció la libertad de culto en el Imperio, saliendo del armario numerosos cristianos agradecidos que rápidamente se dedicaron al saqueo de templos y la persecución y asesinato de paganos, en una curiosa forma de entender dicha libertad de culto. Unos años después Constantino decidió ir a oriente y le partió la jeta a su antiguo aliado Licino, haciéndose así con el control de todo el Imperio y trasladando la capital a la refundada Constantinopla. Lo que más destaca del gobierno en solitario de Constantino el Grande, tras su laborioso ascenso al poder, es el espaldarazo que dio a la Iglesia Cristiana, apoyándose en esta incipiente institución para consolidar su posición. Convocó el Primer Concilio de Nicea para poner un poco de orden entre tanta corriente doctrinal contradictoria de esta religión en formación y de paso dejar clarito que quien mandaba era él. Como curiosidad, sólo asistieron menos de un tercio de los obispos existentes por entonces, y ni si quiera el papa Silvestre I estuvo presente en el concilio donde se sentaron las bases de muchos de los dogmas cristianos. En política interna, Constantino realizó una incesante actividad reformadora, estableciendo profundos cambios legislativos, administrativos y en el ejército. Sin embargo, donde más destacó Constantino, tema religioso aparte, fue en el campo de batalla, venciendo no sólo en las continuas guerras civiles, sino repartiendo estopa a germanos, francos, visigodos, sármatas y otros pueblos fronterizos que tuvieron que esperar a emperadores más débiles para socavar el Imperio. Antes de morir preparaba una campaña contra el Imperio Sasánida, por lo que Sapor II, como ya sabemos, se las vio con romanos menos capaces que él. Al parecer, sus últimos años los vivió atormentado por haber dado muerte a su primogénito Crispo, acusado de traición, aunque encontró consuelo en la fe cristiana, bautizándose en su lecho de muerte. Constantino I tuvo que ser un gran personaje aunque su vida fue muy tergiversada por la historiografía cristiana posterior.

A diferencia de Constantino, algunos años después Teodosio I el Grande no tuvo que luchar tanto por alcanzar la cúspide ya que los otros emperadores y augustos que se repartían el poder tuvieron a bien ir matándose o simplemente morirse, convirtiéndose en emperador para Oriente sin sudar mucho la toga. El antecedente militar previo a su llegada al poder fue la catástrofe de la Batalla de Adrianópolis del año 378, en la cual un conglomerado de ejércitos godos aniquiló al ejército romano oriental de una sentada. Ante esta situación de debilidad militar, Teodosio tuvo la brillante idea de reclutar a bárbaros asentados ya en el Imperio para luchar contra otros bárbaros que pretendían conseguir lo mismo. Estos bárbaros, principalmente godos, se alistaron en el ejército romano o bien actuaron como pueblos federados, recomponiendo un poco la capacidad militar oriental y permitiendo a Teodosio hacer frente al pagano Flavio Eugenio, que por entonces gobernaba en Occidente. Se vieron las caras en la Batalla del Frígido, que duró dos días. El primer día Teodosio no las tenía todas consigo, pero por la noche recibió la visita de dos jinetes celestiales que le dijeron que no se preocupara. Palabrita. El segundo día un viento cegador azotó a las tropas de Eugenio cuyo frente se quebró, obteniendo la victoria Teodosio. El consecuente destrozo en el ejército romano occidental, se recompuso alistando también a más bárbaros. El ejército romano estaba tocado de muerte. Convertido en el último emperador de todo el Imperio Romano unificado, Teodosio extendió por éste lo que ya había aplicado en oriente con el Edicto de Tesalónica: el cristianismo ortodoxo como religión oficial, proscribiendo el paganismo.

3 comentarios:

uno de tantos dijo...

Es curioso como el tal Sapor es un total desconocido hoy en día a pesar de los evidentes logros que nos cuentas ¿tendrá que ver con que se enfrentó a Roma? ;)

Por otra parte, con la iglesia hemos topado. Hay que ver lo traviesos que son los cristianos desde sus orígenes...

Beatriz Basenji dijo...

¿Estas seguro que fue Sapor y no Constantino quien puso fuego al Avesta? No te olvides que este Constantino fué el vivaracho que nos inventó la Iglesia Católica.A él precisamente no le convenía que la gente conociera el Avesta...

Alvarf el Gris dijo...

@Beatriz. Estoy de acuerdo en que Constantino se inventó en gran parte la Iglesia que conocemos, pero insisto en lo que he puesto en el artículo sobre el Avesta.

Fíjate que no decía que Sapor II hubiese terminado con ese texto en el sentido de eliminarlo, sino que decía que él lo terminó en el sentido que lo concluyó. Es un compendio de escritos que él ordenó finalizar, para agrado del Zoroastrismo que él fomentaba, a la vez que persiguió a los crisitanos en su territorio. Desde el punto de vista cristiano, supongo que sería un "gran infiel" por ambas cosas, de ahí el comentario que quizás no estaba expresado de forma clara.

Gracias por el comentario de todos modos, muchas veces escribo a tirones en ratos libres y puedo cometer más de un error.