domingo, 15 de agosto de 2010

EXEQUIAS POR EL REY ADWULF (vii)




MADERA CONTRA ACERO (iii)

Sólo uno de los correos --pues esa era su misión--escapó a la celada, Janiel Dar Urbundi. Sólo la suerte de ir en retaguardia le salvó de dar con sus huesos embutidos en metal sobre el suelo. Sólo la suerte de que Edward encarara a los proscritos le permitió clavar las espuelas hasta las entrañas de su montura y comenzar su febril marcha. Sólo el respirar fatigoso de su palafrén cuyos costados sangraban abundantemente al tiempo que una espuma prolífica y sanguinolenta borbotea con cada bufido le indica que tal vez es el momento de aminorar la delirante galopada. Quizás la distancia que la poderosa bestia le ha regalado respecto de los proscritos sea suficiente para permitirle aflojar el paso, ya que quedar descabalgado en la espesura representa algo más que su muerte. El fracaso de la misión. Los Dar Exinii han de ser avisados. Deben partir al sur los notables y los pasos deben quedar cerrados.

Casi imperceptiblemente la vereda se va transformada en camino. Primero los hitos se hacen cada vez más próximos. Las malezas van desapareciendo y pronto dos surcos de rodaduras dan paso a un empedrado que comienza como una lluvia dispersa de adoquines aplanados siguiendo precisamente el curso de las rodaduras, para concluir en una tosca calzada. Está amaneciendo y los árboles parecen más distantes unos de otros. Los bosques de Tamen casi quedan atrás y con ellos el reino de los proscritos. Tal vez la muerte de los demás no haya sido en vano. Las luces del alba dejan ver, muy a lo lejos aun, las cumbres de las montañas norteñas. Pronto las puertas de Exinii se abrirán para recibir las tristes noticias. Gálabor Dar Exinii, notable de los custodios de los pasos deberá escuchar el parco mensaje de sus labios y entonces, sólo entonces, podrá descansar. De repente la suerte hasta ahora esquiva parece dar una tregua al azorado correo, cuando una patrulla a caballo se cruza en su camino. Sin más trámites que mostrar el blasón de real correo descabalgan dos jinetes, permitiendo que el portador de noticias refresque su montura. Janiel alza su mano en gesto de agradecimiento mientras cambia su abatido corcel por uno de refresco, amarrando las bridas del segundo a la austera silla de monta. Antes de que el sol se eleve al medio día Gálabor y los suyos han de estar de camino a Siddion.
Primero se vislumbra una torre. Luego, entre la maleza aparece, encaramada a una colina, la vetusta muralla de Exinii. A sus pies discurren los dos caminos que conducen a los pasos. El rastrillo está abierto. Un guardia se dispone a dar el alto cuando Janiel alza en su mano el cetro de marfil, quedando expedito su paso hasta el patio de armas.

El sonido de un cuerno -despojo tal vez una ancestral bestia del páramo—anuncia su llegada. Apenas sí ha descabalgado cuando, sin más protocolo que una jofaina de limpia y fría agua de las montañas y un desgastado lienzo de lino, una bella mujer le indica que entre a la torre del homenaje. Es esbelta. Los penetrantes ojos verdes hacen centrar la vista en el rostro, sobre el cual el arado del tiempo ha empezado inexorable a cavar los primeros surcos. Por la Piedra de Sabiduría que cuelga de su cuello y la riqueza del cíngulo que ciñe su túnica se diría que es alguien importante. Tal vez incluso la propia Regidora, ante la cual se rumorea en la corte que el propio Gálabor se inclina.

“Honrado quedo por la bienvenida que me deparáis. Soy portador de severas noticias que he de participar sin dilación al Notable Gálabor en persona”--Agradeciendo el agua con una sutil reverencia a modo de cortesía que se le antoja más al uso de la corte que del agreste Norte Janiel escucha sus palabras como si fuera otro quien las pronunciara.

“Honrados somos los que tenemos el privilegio de recibir al nuncio del Rey. El Notable ha sido avisado. Permitidme que me presente, soy Alixx Adr Exinii, Regidora”—La cortés reverencia es correspondida por un suave gesto que en cortesía no hubiera desentonado en presencia del propio Monarca Adwulf. Si este siguiera vivo, obviamente.

Unos pasos resuenan en la antesala en la que se ha permitido tomar asiento. Dos guardias hacen su entrada y a éstos sigue, ataviado apenas con un traje de monta y portando una sobria espada al cinto, un hombre al que las canas que siembran su poblada barba y menguado cabello no parecen haber restado un ápice de vigor. No precisa presentación. Janiel se levanta y yergue lo más que sus agarrotadas lumbares le permiten.

“Mi Señor Gálabor, soy portador de desgraciadas noticias. El Rey Adwulf ha dejado de recorrer junto con su reino las sendas del destino. Habéis sido convocado a la reunión de los Clanes, y se han de cerrar los pasos”—El mensaje, aprendido como una letanía, resuena en la sala como si se hubiera proclamado en el desfiladero de Phunt. Gálabor no parece tan impresionado como preocupado. Tal vez, incluso, triste. La Regidora ase con su mano diestra la Piedra de la Sabiduría, y por fin, liberado de su pesada carga el emisario siente que le van a flaquear las rodillas. Antes de que le despidan con un gesto de trabajo bien hecho, se atreve nuevamente a dirigirse al Notable.

“Mi Señor, hay más. Cinco mensajeros atravesamos las puertas de Siddion coon destino a Exinii. Únicamente llegué yo, y dejé a mis cuatro compañeros detrás. Caímos en una emboscada. Proscritos. Varias docenas, tal vez incluso más. Tened cuidado si atravesáis la floresta ya que los vericuetos del camino les son propicios”—Gálabor escucha atentamente las palabras y asiente. “Realmente ha debido ser un duro trayecto. Con la escolta que llevaré hará falta algo más que unas docenas de bandidos y desertores para que supongan una molestia”.

“Una última merced”—Añade Janiel. “Permitidme partir tras vos con sólo unos rastreadores y unos pocos soldados. Mis compañeros pueden estar con vida”. Gálabor parece meditar su respuesta para concluir con una mesurada sacudida de cabeza. “Por desgracia no puedo disponer de muchos hombres en este preciso momento para pacificar los bosques”—proclama el Notable con voz apesadumbrada. “No obstante un grupo partirá hacia Siddion después de que mis instrucciones hayan sido cumplidas en los pasos. Si lo deseáis podéis unid vuestra espada a ese grupo y tal vez podáis averiguar algo por el bosque. En cualquier caso no envidio la suerte que han podido correr si efectivamente, como temo, Drik apodado Flecha Negra ha podido tener algo que ver. Se trata de un desertor de los clanes”—Dice con desprecio. “Ahora es momento de que descanses. Yo partiré en cuanto salgan mis avisos a los puertos. Nadie debe venir del Páramo. Nadie debe salir de Urbundia”. Con un golpe en el pecho Janiel abandona la sala no sin antes hacer una ligera reverencia. Gálabor le dirige una mirada de aprobación.

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