Los Vigilantes se encontraban en la tienda central, una especie de yurta especialmente acondicionada para su labor. Habían pasado la noche cerrando su Círculo, entre pieles y el humo de las hierbas y especias quemadas en las lámparas junto con el aceite. Pero la Vigilia no había salido como esperaban. Se habían alejado de cualquier resto de civilización para la ceremonia que se iba a realizar esa noche, habían consagrado las máscaras y comenzado el trance. Los alrededores estaban tranquilos, la oscuridad había inundado las estribaciones de la cordillera y traído consigo la bruma nocturna que impregnaba de un rocío helado la abundante vegetación. Los hombres estaban en sus puestos, unas figuras apenas visibles envueltas en pieles de carnero nival, sus ojos alerta les alejaban de los peligros de la Vigilia que ellos patrullaban. Y entonces el trance les atrapó. Sucedió como siempre, el ataque inesperado en un parpadeo, las cadenas y las sombras envolviéndoles en una mortaja de fuego y dolor... pero esta vez el Círculo no pudo cerrarse, ningún otro Vigilante acudió en su ayuda.
Cuando empezaron a recuperarse sus sentidos estaban embotados, sus miembros como tallados en madera, los sonidos lejanos y amortiguados por el velo de la inconsciencia. Se dieron cuenta de que el campamento se encontraba bajo ataque, pero apenas eran capaces de mantenerse en pie. Los recuerdos... las sensaciones de la Vigilia... su misma alma, todo se había desgarrado, como arrancado de sus cuerpos y devuelto a ellos tras convertirlo en los despojos de lo que fueron. Habían sucumbido,de alguna forma lo sabían, esa noche habían fallado y su Círculo perecería por su error. Pero sabían que aquella Vigilia era especial yque la destrucción de su Círculo sería una pequeña pérdida (que triste y cruel era decirlo) en comparación con la sentencia que podía suponer para un Círculo mayor. Los jóvenes Iniciados debían convertirse en hombres esa noche, debían recibir las máscaras que les unirían a su destino. Así que los Vigilantes se pusieron en pie y comenzaron aprepararse para la batalla con desesperante paciencia. Un mar de violencia azotaba las pieles de su tienda desde el exterior, pero el interior aun se hallaba a salvo, tal vez quedaba tiempo para aprovisionarse para la batalla. Lanzas, jabalinas, cuchillos y un par de arcos... algunas hierbas y sus capas de pieles... mientras, sus esposas, hijos, amigos... todo su Círculo íntimo moría en el exterior.Afortunadamente no recordaban nada de eso, si sus almas no estuvieran amortajadas, entumecidas y moribundas, quizás no hubieran tenido la templanza para hacer lo necesario. Abandonaron a su Mayor, agonizante en un charco de sangre, entre pieles y llamas en el interior de su tienda medio derribada... los ojos extenuados, la mandíbula desencajada y sanguinolenta parecían atestiguar una Vigilia aun más terrible que la que ellos habían sufrido y aun así prometían un último esfuerzo: “Yo os protegeré... Corred, insensatos!”. Pobre infeliz, sino era capaz de levantarse, ¿cómo podría siquiera proteger su maltrecho cuerpo de las llamas que lamían hambrientas los rincones?
Alzaron los bordes de un lateral y se sumergieron en la hecatombe que temían encontrar. En un vistazo calcularon las dimensiones de la matanza que se estaba produciendo... y en otro lo desecharon. Salvarían a los Iniciados, los convertirían en hombres del Círculo y con suerte, morirían en el intento.
...
...
Estaba solo, no podía contar con la ayuda de nadie. Su cuerpo indemne no era testigo fiable de su interior desgarrado. Había encontrado los cuerpos de los otros Vigilantes que habían escapado de la tienda central con él en aquel pequeño claro en la linde del campamento, sus cuerpos mutilados más allá de la furia del combate, como queriendo reflejar en un último acto de sinceridad lo que él mismo sentía bajo la piel. Allí habían salvado a un Iniciado más, otro nombre más que no recordaba y que se sumaría a la cosecha que habían recogido aquella noche...
Sí, que hastiado se sentía, veía sus caras pero no recordaba sus nombres. Los veía alejarse del campamento, salvados, tocados por una milagrosa mano protectora que los había elegido y elevado de entre sus hermanos que yacían aun moribundos, aun arrastrandose, quizá suplicando todavía. Y él había sido partícipe de aquel milagro, la mano del destino cerniéndose sobre unos y desamparando a otros, aquellos que no le incumbían. Había salvado a un chico que estaba oculto en el ramaje de un alto roble, tenía su nombre en la punta de la lengua. Y sus compañeros... había visto los rastros, cuantas pisadas anónimas que se adentraban en la espesura, guiadas por las sabias manos de los Vigilantes. Habían salvado a muchos Iniciados esa noche. Pero siempre su mirada se volvía hacia el campamento, hacia la tienda en la que había comenzado todo.
Un sonido atrajo su atención por un momento. Aprestó la lanza y se dirigió al lugar del que provenía con paso firme, por primera vez hacía rato. Caminó apartando espesos helechos y esquivando las traicioneras raices de los robles de aquel húmedo amanecer, en lo que le pareció un silencio total sólo roto por el estremecedor sonido de su respiración. Se paró un segundo y abrió la boca, acallando así el rumor de su aliento y permitiéndole escuchar mejor, ahora que se encontraba más cerca del origen de aquel murmullo. Vislumbró unas ropas en otro tiempo blancas y se dió cuenta de que aquel Iniciado estaba herido y sollozaba.
- Tranquilo, ya estoy aquí, todo va a salir bien-. Comenzó a rasgar las ropas en el abdomen, la zona que parecía dañada en un feo corte, y a restañar la herida con los pedazos que se encontraban más limpios.
-Vigilante Radu, ayúdeme. Me hirieron al huir del campamento pero los demas pudieron adelantarse. No es demasiado grave, ¿verdad? Le he visto curar heridas peores a los cazadores de osos.
Radu nan Adur, así se llamaba. Su mujer era Dira y estaba muerta cerca de la tienda en la que despertó. Su hija era Nai y la última vez que la vió estaba siendo violada por un mercenario al lado del cadáver de su mujer en el que ni siquiera reparo. Las abandonó a ambas para correr detras de un chico, uno que aquella noche recibiría una máscara, y ni siquiera les dedicó un pensamiento de más una vez tuvo claras sus prioridades.
Su mano se colocó firme sobre la cara del chico y abandonó la herida a medio curar, aun sangrante. Comenzó a entonar la Endecha por los Caídos. No le oía forcejear, su mano sobre el rostro parecía indecisa entre la bendición y la mordaza, y las patadas y manotazos apenas tenían decisión, impulsadas más por la inercia de la supervivencia que por el convencimiento de la vida. La sangre encharcada a su alrededor transmitía una cierta tibieza a las rodillas del Vigilante. Al final los sollozos sustituyeron al forcejeo, y aun tuvo tiempo de musitar con él las ultimas notas de la Endecha.
Se levantó y le abandonó, escuchaba como volvía a entonar la Endecha por los Caídos desde el comienzo mientras adentraba sus pasos en el bosque. Debía encontrar a su pueblo, alguien tenía que cuidar de ellos.
4 comentarios:
Que hijo puta. El master, quiero decir...
:P
Ya avise del peligro de tomarle cariño a los Vigilantes... lo vuestro son los Iniciados :P
Muy buen resumen, me ha dejado ojiplático el final.
Pues no he terminao de entenderlo, a ver si en una semanita me lo explicais en persona.
Saludines Wirself
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